El voto latino no se puede tragar entero
Érika Rodríguez Pinzón
Viernes, 6 de noviembre 2020, 11:24
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Érika Rodríguez Pinzón
Viernes, 6 de noviembre 2020, 11:24
Los sondeos preelectorales en EE UU prestaron mucha atención hacia dónde podría dirigirse el voto latino. Tratándose de 60,6 millones de personas, de los cuales 32 forman parte del electorado, es normal que muchas miradas se dirigieran hacia una fuerza política tan relevante, el ... llamado 'gigante dormido'.
Los candidatos también lo sabían. Biden contaba con la tradición demócrata de sus connacionales de origen hispano, y con que guardarían cierto rencor a un presidente que en su primera campaña los insultó y constituyó como la imagen viva de todos los males de América. Esto, sumado a la penosa gestión de la pandemia de la covid-19, que ha afectado de forma desproporcionada a los hispanos, terminaría por darle la puntilla al candidato republicano entre el colectivo.
El presidente Trump, que, en su estilo habitual, como dice una cosa dice otra, entendió que necesitaba a los latinos para ganar y reemplazar a los votantes descontentos con su gestión de la crisis epidemiológica. De esta forma, en la retórica del republicano, los latinos pasaron a ser un «tesoro» de los EE UU, que contraponía a los afroamericanos, protagonistas del movimiento 'Black Lives Matter'. Los resultados dejan tanto los sondeos demoscópicos como al propio Biden no muy bien ubicados respecto a su comprensión del voto latino. Trump, por su parte, a pesar de que parezca castigado en los grandes números, en realidad consiguió un éxito relativo.
Lo primero que hay que preguntarse es si existe aquello que se denomina el 'voto latino'. Demoscópicamente existe, porque el origen del votante es una de las características que se registran en las encuestas con el fin de observar su comportamiento como colectivo. Asimismo, los latinos cuentan desde el punto de vista demoscópico, en cuanto que hay Estados con una gran concentración de población hispana.
Sin embargo, los resultados radicalmente distintos de la ciudad de Miami y del Estado de Arizona, por ejemplo, sugieren que la idea del 'voto latino' es controvertida y merece un análisis más cuidadoso. En Miami gana estrepitosa y ruidosamente Trump (a tenor de la muy latina celebración), mientras que en Arizona Biden arrasa entre los hispanos.
Se confirma así que los hispanos no actúan necesariamente como un bloque y que las campañas dirigidas a movilizarlos tienen que tener en consideración muchos más detalles. Así lo hizo Trump cuando incluyó en su campaña puntos de las agendas políticas nacionales de los principales países emisores de migrantes. De esta forma, temas como el acuerdo de paz en Colombia o el del excandidato presidencial Gustavo Petro saltaron fronteras para mezclarse con otros más habituales, como el bolivarianismo o la dictadura cubana. Esta estrategia apela a la polarización política, también presente en América Latina.
Por otro lado, es necesario considerar los distintos procesos migratorios. La comunidad latina tiene grandes disparidades sociales, tantas como los propios Estados Unidos. Hay un gran abismo entre los empresarios y clases acomodadas que dejaron Cuba, Venezuela o la convulsa Colombia de principios de este siglo frente a los 'espaldas mojadas' que han migrado del triángulo norte o de Haití. El sueño americano es cada vez más esquivo y la desigualdad social ha hecho de las oportunidades una quimera al alcance solo de unos pocos.
Otro aspecto relevante es el tema racial. En los análisis electorales se incluían colectivos minoritarios afroamericanos e hispanos como ejes. Lo cierto es que los segundos se autoclasifican en diferentes categorías raciales. En un país con un gran problema de racismo, no todos los hispanos comparten una misma experiencia en este sentido, ni construyen una identidad en ese eje.
Otro tanto ocurre con la adscripción religiosa. Mucho se habló de que el perfil católico de Biden era un punto a favor entre los hispanos. Pero basta con mirar rápidamente cómo el poder político de los evangélicos en América Latina ha favorecido las tendencias más conservadoras y nacionalistas. El factor religioso no es necesariamente un aglomerante de la comunidad latina.
Finalmente, no se debe perder de vista el factor de la asimilación, que puede ayudar a explicar tanto las diferencias de voto por género como las intergeneracionales. Las personas son permeables a sus grupos y se socializan, incluso de forma tardía, en ellos. Es decir, que aprehenden y se adaptan a las tendencias, preocupaciones y visiones del entorno social en el que conviven. En un país que siempre se preció de dos grandes valores, libertad y diversidad, no ha de extrañarnos que la asimilación conlleve un fortalecimiento de los comportamientos individuales. Harán bien los demócratas en esforzarse para que su discurso no se centre en marcar colectivos, sino en resolver las preocupaciones de las personas y en fortalecer las relaciones de confianza entre ellas, las instituciones y los representantes.
En 1976, el candidato Ford quiso hacer un guiño a sus, entonces, escasos votantes hispanos, e intentó comer un tamal mexicano sin percatarse de que su envoltura no se puede masticar. Dicen que esto le costó el voto latino, y desde entonces lo llaman el 'Great tamale incident'. Esperemos que nadie más intente comerse entero el 'tamal' del voto latino.
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