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Campamentos de indigentes. Zonas prominentes del centro de la ciudad se han llenado de tiendas de campaña donde se refugian los desheredados del sueño americano. Fotos: Zigor Aldama
La viga en el ojo ajeno que EE UU no quiere ver

La viga en el ojo ajeno que EE UU no quiere ver

Miseria en la primera potencia La pobreza y las muertes violentas han aumentado notablemente en Los Ángeles, pero los indigentes no se movilizan porque dicen quela política les da la espalda

Zigor Aldama

Enviado especial. Los Ángeles

Domingo, 1 de noviembre 2020, 00:49

Se escuchan gritos en una esquina del centro de Los Ángeles. Un hombre afroamericano, desnudo de cintura para arriba, se encara a varias personas sin motivo aparente. Un viandante asegura que se trata de uno de los muchos indigentes de la zona que sufre problemas mentales y trata de apaciguar los ánimos. Cuando la situación parece encauzada, dos patrullas de la Policía llegan a toda velocidad y cuatro agentes rodean al hombre, que vuelve a ponerse nervioso y a gritar. El suyo es un discurso incoherente. «¡Otro drogadicto!», desdeña una señora que aprieta el paso. Es evidente que el hombre no está armado, pero, en cuanto señala a los policías, estos se llevan rápidamente la mano a la cartuchera. Al final, en lo que parece un breve momento de lucidez provocado por la escalada de tensión, el hombre se viste la camiseta que llevaba colgada del cinturón, baja los brazos, y se marcha caminando. «¡Me voy antes de que me disparéis!» son sus últimas palabras antes de doblar la esquina.

«Esto pasa todos los días», se lamenta una trabajadora de la cercana Iglesia Universal del Reino de Dios. Sabe de qué habla, porque su congregación, una de las 300 que esta iglesia evangélica tiene en Estados Unidos, gestiona un discreto banco de alimentos hasta el que se acercan indigentes del centro de la ciudad, uno de los lugares más conflictivos de la superpotencia americana. «En los últimos años, el número de pobres ha aumentado considerablemente. Ahora, sobre todo por la pandemia del coronavirus, vemos a mucha gente que ha perdido su empleo y que no tiene qué comer porque los cheques que ha prometido el Gobierno no son suficiente y no siempre llegan a tiempo. Además, los efectos de la epidemia de los opiáceos también se manifiestan claramente», afirma la religiosa, que prefiere mantenerse en el anonimato porque no tiene permiso para hablar con la prensa.

Sus palabras se reflejan en el constante goteo de personas que se acercan a la mesa que el centro religioso ha instalado en la puerta. Solo tienen que rellenar sus datos para hacerse con una bolsa que contiene pan de molde, leche, un plátano, unas zanahorias, galletas, un yogur, y un plato de comida china en una caja de cartón en la que se lee un escueto 'thank you'. Hasta aquí llega todo tipo gente: un corpulento hombre negro se avitualla antes de ir al trabajo, «porque tener un empleo no siempre te saca de la miseria», una mujer hispana pide dos bolsas para sus hijos y se despide con un «Dios la bendiga», y un hombre blanco, escuálido y aparentemente bajo los efectos de las drogas, rompe la bolsa, coge el plátano y deja lo demás. «Mi vida es muy dura, no me juzgues», le espeta a este periodista antes incluso de que haya abierto la boca.

Los efectos de la crisis. Seis de cada diez personas que están en la calle han caído en la indigencia por primera vez en sus vidas.

También dejan su nombre personas que aparentan pertenecer a la clase media. «Es una vergüenza que sean iglesias como ésta las que hagan el trabajo del Gobierno. Es increíble que en la primera potencia mundial tengamos que pedir comida», critica una mujer blanca, posiblemente en la cuarentena, que se presenta solo como Louise. «Nuestro sistema se está desmoronando, y nos preocupamos por lo que sucede en China. La gente está perdiendo su empleo por culpa del coronavirus y del estúpido presidente que tenemos, no podemos pagar nuestras deudas, y muchos tenemos que vivir en el coche -comenta sin querer entrar a detallar su situación personal-. Me siento humillada».

Aunque la Iglesia afirma que proporciona ayuda desinteresada, sus responsables rechazan la solicitud de entrevista de este periódico y es evidente que están aprovechado la situación para adoctrinar a los más vulnerables. «Los fines de semana tenemos reuniones muy interesantes y ofrecemos bebidas calientes», comenta la religiosa a quienes se llevan una bolsa. Esas reuniones, reconoce, «son cristianas y tratan de encarrilar a quienes se han desviado del buen camino». Tampoco se permite a este diario asistir a una de ellas. «Estas sectas sí que van a ganar influencia con tanta miseria», comenta otro hombre negro después de alejarse unos metros con la bolsa de comida.

Gente desesperada

Los Ángeles es una ciudad áspera. Sus ciudadanos se proclaman progresistas y votan mayoritariamente al Partido Demócrata de Joe Biden, pero reconocen que apenas caminan por el centro ni cogen el metro porque son lugares peligrosos repletos de indigentes y malhechores. No mienten. Zonas prominentes del centro como la Plaza Pershing o los aledaños del Ayuntamiento se han llenado de tiendas de campaña en las que viven los desheredados del sueño americano, y el descuidado suburbano parece un hospicio con ruedas.

Las claves

  • 550.000 ciudadanos estadounidenses no tienen un techo propio sobre sus cabezas. Unos 300.000 pernoctan en albergues, pero el resto lo hace en la calle.

  • Pandemia económica. Lacras en aumento. Tanto la indigencia como los crímenes violentos están en aumento en Estados Unidos. Algunos lo achacan a la crisis económica de la pandemia.

  • 15% es el porcentaje que han crecido los homicidios en el conjunto del país entre los meses de enero y julio de este año, según el FBI.

El año pasado, según cifras oficiales, 58.936 personas no tenían un techo bajo el que cobijarse junto al glamur de Hollywood, un número que supone un crecimiento del 12% sobre el de 2018 y que duplica el de 2012. A nivel nacional, el último informe oficial sobre indigencia, publicado en septiembre de 2019, calculó en más de 550.000 los indigentes que malviven en el país. «Cada noche, 17 de cada 10.000 personas duermen en la calle en Estados Unidos», se lee en sus páginas.

Organizaciones como Los Angeles Mission, otra institución caritativa cristiana, señalan que esos datos son solo estimaciones y afirman que, tras la pandemia del coronavirus, el aumento de la miseria es todavía mucho más preocupante. «Seis de cada diez personas que están en la calle han caído en la indigencia por primera vez en sus vidas, tres de cada cinco sufren algún tipo de minusvalía y el 75% reside en tiendas de campaña, chabolas o sus vehículos», se lee en su página web.

Un indigente afroamericano se encara con agentes de Policía en Los Ángeles.

Muchos se concentran en el barrio de Skid Row. Es un puñado de calles que en cualquier metrópoli europea supondrían el Santo Grial del sector inmobiliario. Pero en Los Ángeles, donde el capital se esconde en los suburbios residenciales y tras muros de seguridad, son el gueto al que muchos solo entran en coche. Es fácil entender por qué: además de la gran concentración de tiendas de campaña que cobijan a los más desfavorecidos, el menudeo de droga salta a la vista tanto como sus efectos. Aquí y allá hay gente tirada, en trance, pinchándose a plena luz del día. La Policía patrulla a caballo, pero poco puede hacer. Y, cuando cae la noche, Skid Row se convierte en una jungla.

«Nuestro sistema se desmorona. La gente pierde su empleo, no paga las deudas y muchos vivimos en el coche»Rachel CallaghanResidente en Skid Row

Louise En las colas del hambre

Más de 600 personas han sido asesinadas en Los Ángeles en el último año. Con una quinta parte de la población de España (10 millones de habitantes), esa cifra duplica la de todo nuestro país y arroja una tasa de muertes violentas que multiplica por nueve la española. Además, el homicidio es el crimen que más crece: aunque su tasa se redujo un 13% entre 2016 y 2019, se ha disparado un 20% en lo que va de año.

Las estadísticas recogidas en el 'Informe de Homicidios' que publica y actualiza a diario 'Los Angeles Times' hacen una precisa radiografía de este crimen en la ciudad: la mitad de los 602 asesinados en los últimos doce meses han sido latinos, seguidos por los negros, que suman 196 muertos. La comunidad menos castigada es la asiática, que ha sido víctima de 30 homicidios, la mitad que los blancos. 524 de quienes han muerto de forma violenta son hombres, y 36 lo han hecho a manos de la Policía. 430 asesinados recibieron disparos de bala y 79 fueron apuñalados.

La última víctima en Los Ángeles a la hora de redactar este reportaje es Gregory Merritt, un hombre negro de 29 años al que dispararon en el centro de la ciudad a las 14.30 horas del pasado día 19. La Policía está investigando el caso y no ha ofrecido información sobre lo sucedido. Tres días antes, sus agentes abatieron a Fred Williams III, otro veinteañero negro, cuando lo vieron sujetando un arma junto a unos amigos. Salieron en su persecución y, siempre según el relato policial, uno de los adjuntos al Sheriff le disparó cuando Williams le apuntó con su arma. Eran las 17.30 horas.

«A muchos americanos no les importa el crimen si a ellos no les salpica. Lo mismo con la pobreza. Es una sociedad muy egoísta»

«El crimen se ha disparado porque la gente está desesperada», comenta Rachel Callaghan, demócrata e indignada. «El problema es que a muchos americanos no les importa el crimen si a ellos no les salpica. Lo mismo con la pobreza. Es una sociedad muy egoísta, que, si tiene los medios para hacerlo, se encierra y da la espalda a los problemas que hay fuera de su zona de confort», critica.

Pero, ¿a quién votarán todos los que se apiñan en Skid Row y sus aledaños para que les saquen de esta situación? «A nadie», sentencia un hombre negro de 62 años que lleva dos décadas en la calle y se identifica como Raymon. «Ni Trump ni Biden van a hacer nada por nosotros. Porque lo único que les interesa es quitarnos del medio», apostilla, antes de volver a las páginas del periódico de hace dos días que ha encontrado en una papelera.

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