mercedes Gallego
Enviada especial a Sanford (Florida)
Martes, 13 de octubre 2020
Si de algo sabe Donald Trump es de cómo dar un buen show. En sus manos el Air Force One es un símbolo de poder, un atrezo teatral que no duda en usar para el espectáculo de su campaña. Desde que el avión aparece ... en el cielo la masa ruge y se vuelve loca de emoción. A Trump le gusta mantener el suspense, dejarla que se caliente y se ponga nerviosa para que salte de excitación cuando por fin aparezca en la puerta del aparato.
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Aquí no hay ninguna combustión rápida. Las plañideras que han calentado el escenario desaparecen de golpe y las grandes bandas sonoras de Hollywood sustituyen a las canciones de rock para crear el suspense de la gran pantalla. El Air Force se pasea alrededor del público despacito, como un torero en el ruedo. Al acabar el paseíllo el pájaro azul se posiciona obediente junto al escenario con las puertas abiertas durante largos minutos, hasta que empiezan a flaquear los brazos suspendidos en el aire para captar el extraordinario momento en el que verán de cuerpo presente a ese semi Dios llamado Donald Trump.
Coleen Smith se ha traído a sus tres hijos, para que toda la familia vea junta el espectáculo de su vida. Al mayor, que vive en Wisconsin, le cambió el billete para que llegará a tiempo y ahora sostiene en los hombros a su hermana pequeña de 13 años, que agita al aire un sombrero de cowboy con más entusiasmo del que pondría en un concierto de Britney Spears. Por fin se abre la escotilla y aquí está: «Señoras y señores, con ustedes, el presidente de Estados Unidos ¡Donald J. Trump!».
Y ahora sí, la masa grita hasta el desmayo. A la señora que reaniman en el suelo con una botella de agua se la llevan a pulso dos agentes de seguridad. Se la ve marchase sentada en el carrito de golf con un sonrisa boba, como si hubiera fumado alguna de las sustancias ilícitas de las que renegaría mayoritariamente este público tan versado en el Evangelio.
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Toda esta zona al norte de Orlando es un cinturón bíblico que da la vuelta al dial sin que se encuentre emisora alguna que no hable de Jesús. Trump posaba para ellos cuando en junio ordenó disipar a los manifestantes del Black Lives Matter con gases lacrimógenos para tomarse una foto con la Biblia en la mano frente a la iglesia de St. John. Hace cuatro años su vicepresidente Mike Pence daba fe por él frente a los evangélicos, pero ya no le hace falta fiador. «Sus acciones hablan por sí solas», afirma la madre que ha educado a sus tres hijos en casa sin pasar por un colegio. Le admira por haber nombrado jueces propensos a prohibir ese «crimen despiadado» contra los no nacidos. «Tres, me ha tocado nombrar a tres jueces del Supremo, imagínate, hay presidentes a los que no le toca ninguno», se congratula el mandatario desde el escenario.
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Hace justo una semana que salió del hospital con otro show grandilocuente para las cámaras y aunque aún tendría que estar en cuarentena faltan solo tres semanas para las elecciones y no hay tiempo que perder. «Lo superé, ahora soy inmune. ¡Me siento tan poderoso!», se ufanó. No llevaba mascarilla, como la mayoría de los que le rodeaban, pese a que fuera se venden por diez dólares con el eslogan de Trump 2020. Esta allí, recuperado de la noche a la mañana, pese a su voz ronca, por un milagro de Dios, que ha respondido a los rezos colectivos para que remate la misión de prohibir el aborto y devolver el brillo a Israel. Pero también se lo debe a la ciencia de la que tanto reniega, que le ha proporcionado tratamientos experimentales a los que el resto de los humanos no tiene acceso. «Lo que quiera que me hayan dado lo vamos a distribuir por todos los hospitales», promete.
La audiencia no tiene miedo de la covid, sino de que gane su rival en las elecciones, que según Trump les cuadriplicará los impuestos, confiscará sus armas, acabará con sus seguros médicos, destruirá la seguridad social, les obligará a llevar a sus hijos a colegios laicos... Pero no hay de qué preocuparse, para eso está Mr. Trump, que dice tener «más energía que nunca», como demostró durante más de una hora al micrófono, pese a sus 74 años y la convalecencia.
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Tan clara es la intervención divina que entre el público circula un sacerdote vestido de negro al que no parece afectarle en la sotana el sol de Florida. Trump cuenta con todos ellos para ganar el estado en el que se ha empadronado para no pagar impuestos, victoria obligada para quien quiera ganar la Casa Blanca. «Ya veréis el tres de noviembre cuando canten Florida en las televisiones del lado de Trump cómo se le borra la sonrisa a los presentadores de CNN», se burlaba el gobernador Ron de Santis.
Trump no les confinará, les ha prometido. Ni siquiera les obligará a llevar mascarilla, ni a quedarse en caso si caen enfermos. Pertenece al «partido de la libertad», el que destruirá el maleficio del «virus chino» con una vacuna que, por los créditos que se da, parece haber inventado él mismo. Si la enfermedad no le ha matado es porque se ceba con los ancianos. «Yo estoy muy joven y en plena forma», se congratula.
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El que se esconde en un sótano siempre detrás de una mascarilla es el adormilado de Biden, el que en 47 años de trabajo en el Congreso ha hecho menos que él en 47 meses. El que «quiere regalarle el planeta entero a Cuba». Un «socialista» camuflado que pretende instalar «el gobierno de izquierda más radical del mundo», mientras que él promete seguir plantándole cara a Venezuela, Cuba y Nicaragua. Justo lo que quieren oír los pocos hispanos en el mitin.
En las próximas tres semanas Trump tendrá algo para cada uno de los grupos demográficos que su campaña se marcado como objetivos necesarios para la victoria. Tendrá que repetir mucho en Florida, pero también en Iowa, Pensilvania, Michigan y Carolina del Norte, sus próximas paradas. No hay tiempo que perder, solo votos que ganar. Trump sabe que su show es tan convincente que les deja con la boca abierta, dispuestos a creer lo que les diga. «Estamos ganando Florida y por mucho más que hace cuatro años», les aseguró. «No hagáis caso a las encuestas, esta es la única que cuenta». Y la de las urnas, la de verdad. El presidente lo sabe, por eso no se queda a dormir en su mansión de Palm Beach. Remonta el vuelo y se va como vino, envuelto de aura en ese pájaro azul que enfila Washington atravesando el firmamento. Invencible, invulnerable, inmune. Trump ha vuelto, todas las cartas estan sobre la mesa.
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EP. Sean Conley, el médico de Donald Trump, ha asegurado que el mandatario ha dado negativo en coronavirus «varios días consecutivos».
En un comunicado, Conley ha explicado que el presidente ha sido sometido a varios test de antígenos, los cuales habrían dado negativo. «Todos los datos indican que ya no hay carga viral», ha dicho.
Así, ha confirmado que «Trump ya no puede infectar a otra gente». El documento del equipo médico del presidente llega poco después del discurso de hoy.
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