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Enviada especial. Sanford (Florida)
Miércoles, 14 de octubre 2020, 00:26
Faltan tres semanas para las elecciones, ya no queda tiempo de convertir almas, sólo de lanzar la caña en un buen banco de pesca dentro de aquellos Estados en los que se decidirán los resultados del 3 de noviembre. Por eso Donald Trump y ... Joe Biden se cruzan estos días en Florida, Pensilvania, Ohio, Michigan y Carolina del Norte.
No se tropiezan, sus bases están en zonas muy distintas y nadie tiene ya la ilusión de convencer a otros, solo de asegurarse de que los devotos están movilizados y votan. Trump va al norte de Florida, donde la población se parece más a sus vecinos de Georgia y Alabama. Biden se concentra en el sur, tradicionalmente demócrata, pese a que la abundante presencia de cubanos y venezolanos pueda hacer pensar que es territorio de Trump.
En Pensilvania el presidente cultiva a los mineros a los que ha prometido el renacer del carbón. Una ilusión que no puede cumplir, prueba de ello es que durante su mandato no se ha abierto ni una sola explotación de estos yacimientos caducos, pero es que Biden ni siquiera los engaña. Apuesta por las energías renovables y la lucha contra el cambio climático en la que los mineros ven su cementerio. A pesar de que el ex vicepresidente de Obama ha traicionado a la izquierda negándose a renegar de la peligrosa técnica de fracturación hidráulica para la extracción de gas que se utiliza abundantemente en Pensilvania, Trump les recuerda que hasta el año pasado se oponía a ella.
El mandatario y su corte familiar han machacado una y otra vez la ciudad de Boiling Springs donde el lunes pidió personalmente el voto, a sabiendas de que apenas 10.000 le dieron la victoria en 2016 de este Estado clave. Biden piensa que puede arañarle el triunfo. Por algo Scranton, una zona industrial florecida a la luz del carbón y el ferrocarril en la que Hillary Clinton pasaba los veranos en su infancia, es su lugar de nacimiento, aunque la familia se mudó a Delaware cuando el patriarca se quedó sin trabajo.
Biden intenta despojar al magnate neoyorquino de su tirón en las zonas rurales al enmarcar su campaña en el Estado como 'Scranton contra Wall Street', recordando que es un tiburón inmobiliario que ha explotado a los pequeños negocios y ha evadido pagar impuestos. Esa estrategia la extrapola también a Ohio, un Estado industrial depauperado que Trump ganó cómodamente en 2016 pero que esta vez las encuestas ponen a tiro de Biden.
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Ningún republicano ha ganado nunca la Casa Blanca sin Ohio y sólo dos demócratas lo han logrado, el último John F. Kennedy en 1960. Por eso Ohio es obligatorio para ambos y una de las paradas más recurrentes en la recta final, junto con Florida, sin el que nadie ha ganado la Casa Blanca desde Kennedy salvo Bill Clinton en 1992, sólo porque Ross Perot dividió el voto conservador.
El Estado de las palmeras donde se retiran los jubilados para ahorrar impuestos y calentar sus huesos al sol acapara a los dos candidatos esta semana. Trump lo eligió el lunes para su gran vuelta a la arena electoral después de vencer al «virus chino». Mañana volverá para un mitin televisado al estilo plaza pública y rematará el viernes con otro en Ocala, todavía más al norte que Sanford, porque lo que busca no son nuevos votos sino la energía de las masas.
Biden, por su parte, mantiene unilateralmente en Miami el debate al estilo plaza pública que la Comisión de Debates Presidenciales quería hacer virtual por temor a que el presidente siga siendo una fuente de contagio, habida cuenta de que salió del hospital hace diez días. Su médico no ha querido decir cuándo fue la última vez que tuvo un PCR negativo y los dos negativos seguidos de los que hablaba el lunes eran pruebas rápidas, que tienen un 30% de error.
Nada de eso preocupaba a los asistentes de su mitin, que ven a Trump como un superhombre que actúa con sentido común al decirles que «si te sientes cómodo, quédate en casa y relájate, pero si quieres salir, hazlo sin preocuparte». El virus no es para tanto. «Yo lo pasé y ahora dicen que soy inmune. ¡Me siento tan poderoso! Puedo darle besos a todos».
La abnegada audiencia le reía las gracias sin mascarilla, envalentonada por su ejemplo. Los que en 2016 le votaron con desconfianza, cuatro años después están convencidos de que Trump es lo que esperaban, «un político que dice lo que piensa y no lo que le escriben otros», observa Colleen Smith, un ama de casa que ha escolarizado a sus tres hijos en el salón hasta que los ha soltado al mundo. Bob Kunst, un gay que solía votar a demócratas, supo que el magnate era el revulsivo político que buscaba cuando trasladó la Embajada de Tel Aviv a Jerusalén. «Era algo tan radical que nadie se había atrevido a hacerlo, pero él no hace lo que todos». Y eso nadie se lo puede discutir.
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