zigor aldama
Domingo, 1 de noviembre 2020, 01:17
La convocatoria es a las ocho de la tarde. Los activistas se han citado discretamente en el parque Arbor Lodge, situado en un tranquilo barrio residencial del norte de Portland. Varios adolescentes juegan al tenis en un par de canchas, unos padres columpian a ... sus hijos, y otros vecinos salen tranquilamente de sus chalés para pasear al perro mientras un grupo de personas vestidas de negro comienza a congregarse en la zona menos iluminada del césped. Un potente altavoz comienza a vomitar hip-hop y la reunión va animándose. Podría ser la fiesta de un grupo de amigos cualquiera, pero llama la atención que todos lleven un casco a la cintura, aunque no hayan llegado en moto o en bicicleta. Hay que fijarse bien para ver los chalecos antibalas que protegen el pecho de algunos y las máscaras antigás que cuelgan del cuello de otros.
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A las nueve, un megáfono chirría y una joven de baja estatura se dirige al centenar de personas que se ha congregado en torno a ella. El parque se encuentra cerca de la sede de la Asociación de la Policía de Portland y, finalmente, en votación se resuelve marchar hacia el edificio para provocar una nueva confrontación. «Queremos acabar con el racismo y la brutalidad policial», comenta la joven, que no se identifica ni permite que se le fotografíe. Es de raza blanca, como muchos otros activistas. «Los verdaderos líderes son negros y no están aquí. Nosotros nos ofrecemos en solidaridad para sufrir por ellos», comenta Emory Mort, uno de los responsables de Portland Resistance (la resistencia de Portland).
El grupo, ya completamente preparado para la batalla, toma la calle y comienza a corear consignas de camino al edificio policial. «¡Si el sistema no se puede reformar, destrúyelo!», gritan. 'Matemos al presidente', escriben unos jóvenes en la fachada frente a la que se detienen, en un cruce que facilita su huida. Otros dibujan símbolos anarquistas y las siglas del movimiento Black Lives Matter (las vidas de los negros importan).
Los manifestantes, frustrados por la no intervención de la Policía, cortan las calles y ponen en su punto de mira una marquesina con un gran cartel republicano en el que se agradece la labor de la Policía. Su lema, 'Despierta, América', acaba en llamas. Los agentes que controlan la situación a través de cámaras de videovigilancia siguen sin morder el anzuelo y, al final, los manifestantes se baten en retirada. Ya buscarán batalla otro día. Desde que la muerte de George Floyd a manos de un agente de policía alentó las protestas, han pasado ya más de 150.
«No podemos bajar la guardia, porque en las calles de Portland tenemos incluso a la Policía federal cazando gente. Más de cien de los 800 agentes del Cuerpo han disparado a alguien. La Policía afirma que el crimen ha aumentado por nuestra culpa y porque se están reduciendo sus recursos, pero lo cierto es que el crimen crece porque la gente no tiene dinero para vivir. Y la pandemia ha agravado la situación», denuncia Mort, cuya organización busca avanzar en políticas sociales que den solución a graves problemas como la pobreza, la brecha racial o las trabas para acceder a vivienda y sanidad asequibles.
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El que abandera este activista es un ideario que se sitúa en el extremo izquierdo del partido demócrata. «Yo hubiese preferido a un candidato como Bernie Sanders. A mí no me gusta Joe Biden, porque no podemos considerarlo de izquierdas, pero le he votado porque hay que evitar que Donald Trump resulte reelegido. En 2016 fuimos complacientes y muchos no votamos porque no comulgábamos con Hillary Clinton, pero ahora la preocupación ha aumentado y Biden tiene más apoyo», explica Mort.
Donovan Smith, vicepresidente de Beyond Black (más allá del negro) y candidato a la vicepresidencia de la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color) en Portland, se manifiesta en líneas similares y considera a Biden el mal menor de las elecciones del próximo martes. «A menudo se considera a Portland una ciudad progresista, pero hay mucho racismo subyacente. Ahora estamos peor que hace 50 años», asegura. Y pone a su madre, Laverne Ballard, como ejemplo: «Me crió soltera y trabajaba muy duro como conductora de autobús para que yo pudiese ir a un buen colegio privado. Tuvo un accidente laboral y la despidieron, algo que no hubiesen hecho si fuese blanca. Al final, los tribunales obligaron a que la readmitieran, pero ya habíamos perdido nuestra casa».
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Smith no se muerde la lengua a la hora de hablar de Trump: «Es basura. Un racista que apoya el supremacismo blanco». Curiosamente, tampoco siente especial aprecio por Barack Obama. «Su victoria fue significativa, pero lo cierto es que no hizo nada por la comunidad negra ni para reducir las desigualdades del país», critica. Por eso, Smith apoya las protestas. Considera que trasladan la violencia que sufre de forma cotidiana la comunidad afroamericana al resto de la ciudad. Y cree que se debe continuar explotando lo que se conoce como 'el sentimiento de culpa blanco', «porque a esta situación se ha llegado debido a su inacción».
Mort asiente. «Como blanco privilegiado, que ha estudiado en una buena universidad y tiene un buen empleo, creo que es responsabilidad mía luchar por quienes no han tenido tanta suerte. Es obvio que muchos blancos quieren proteger sus privilegios y hacen lo posible por detener el cambio», reflexiona mientras comparte con este periodista una taza de café. En la mesa contigua, un señor blanco que ha estado siguiendo la conversación bufa. «Debería darte vergüenza, estáis destrozando la ciudad y solo traéis miseria», le espeta, antes de marcharse murmurando.
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Es evidente que una parte importante de los residentes de Portland está harta de la violencia, que sumada a la pandemia arrastra a la ciudad en lo que parece un inexorable camino hacia la pobreza. Gabriel Johnson es uno de los principales detractores de las manifestaciones. Y sorprende sobre todo porque es negro. «A mí Black Lives Matter no me representa. Es una farsa», dice sin tapujos este exmarine que participó en operaciones militares como la 'Tormenta del Desierto' en Irak y que sigue yendo al psicólogo dos veces a la semana para tratar el síndrome postraumático que todavía sufre. «Esto que está sucediendo no va de las vidas de los negros. Es solo una excusa para impulsar la agenda de los antisistema», opina.
Para hacerles frente ha alumbrado la Coalición para Salvar a Portland y ha votado a Trump. «Él no me cae bien, creo que es un idiota. En 2016 voté a Clinton porque estaba de acuerdo con su política exterior, pero ahora estoy convencido de que Biden impulsará políticas socialistas con las que no estoy de acuerdo», explica Johnson, que se define como «un patriota». Después de haber luchado en diferentes frentes, creó una empresa de telecomunicaciones que le llevó a vivir doce años en Oriente Medio. «Esa experiencia internacional en países dictatoriales me ha hecho valorar más las libertades que aquí damos por sentado», añade.
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Hace tres años que Johnson regresó a su Portland natal. «Todo ha cambiado en los últimos seis meses, con las manifestaciones y la pandemia», comenta. Recuerda perfectamente el momento en el que dijo basta. «Estaba en mi apartamento, en el centro, y escuché nada menos que 82 explosiones. Me sentí como si estuviese en Mosul y me convencí de que esto había que pararlo. La violencia ha hecho que el 80% de quienes se manifestaban al principio den la espalda a las protestas», cuenta. Su Coalición aboga por reforzar a la Policía para que haya más patrullas en el vecindario, pero también por destinar más fondos a servicios sociales.
«Hay miedo a ser políticamente incorrecto y a dañar los sentimientos de algunos colectivos», apunta Angela Todd, una de los 1.500 integrantes de la Coalición. A ella no le gustan las etiquetas 'liberal' y 'conservador' –«son excluyentes y hacen que los que no se identifican con ellas dejen de escuchar»– y asegura que en su organización coinciden miembros de ambos partidos políticos. «Estamos combatiendo de nuevo el comunismo y el anarquismo. Se ha perdido el interés por trabajar duro y ahora solo se espera el cheque del Estado. Si no lo da, se destroza la ciudad. Los manifestantes violentos asaltan a los que piensan de manera diferente y destrozan esculturas de gente que no les gusta. Son lo contrario a la democracia. Sinceramente, parecen más fascistas que antifascistas», lanza.
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Por eso, Todd ha tomado 'la píldora roja', como se refiere a cambiar de bando. «En 2016, mi padre votó a Trump y yo me pregunté cómo podía apoyar a semejante patán. Pero en estas elecciones le he votado yo para preservar el capitalismo y nuestra forma de vida, que veo en peligro», confiesa. Todd desgrana sus razones: «Cuando vine a Portland del medio-oeste, esta era una ciudad bonita. Ahora hemos legalizado las drogas, tenemos una epidemia de heroína y gente pinchándose en cualquier esquina, y dejamos a los criminales sueltos. El otro día, a dos calles de aquí había un hombre en trance con el pene fuera. Destinamos muchos recursos a viviendas sociales y programas de desintoxicación, adoctrinamos a la juventud en ideales marxistas, pero los problemas no dejan de crecer. Es cierto que el capitalismo tiene defectos, pero se deben solucionar con reformas, no con su abolición».
No obstante, Todd disiente con el presidente en algunos puntos clave: su tía, por ejemplo, ha muerto de Covid-19 y ella cree que se deben tomar precauciones. También critica la corrupción de los políticos de ambos bandos, y su objetivo es alcanzar los 100.000 miembros para que la Coalición pueda presentar candidatos a las instituciones locales y ejercer así más presión. «Cada vez hay más polarización y temo que desemboque en un callejón sin salida. Muchos incluso avanzan ya una guerra civil, aunque yo soy más optimista», apostilla en el generoso salón de su vivienda, a las afueras de la ciudad.
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Sin duda, el aspecto económico es uno de los más relevantes en la batalla de Portland, que ejemplifica la que se libra, con más o menos intensidad, en todo el país. Y ha sido clave para que María García, de origen mexicano y candidata demócrata a la comisaría del condado en los anteriores comicios, haya decidido votar a Trump. «Se está sobreexplotando el término racismo hasta utilizarlo para tachar cualquier diferencia de opinión. Se está usando Black Lives Matter como un escudo contra las críticas y con fines económicos», comenta esta mujer, que fue madre adolescente y llegó a Estados Unidos con 18 años.
García hizo suyo el sueño americano y su cafetería iba viento en popa hasta que estallaron las protestas y la pandemia. «Tuve que cerrar y aproveché para hacer reformas, pero ahora el centro de Portland es un desierto, la recaudación ha caído de 1.300 dólares diarios a menos de cien, y es posible que no vuelva a abrir», avanza. García está embotellando su café para venderlo por otras vías y seguir subsistiendo, pero la situación actual le indigna.
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«Al principio apoyé las manifestaciones porque me parece importante que la gente se rebele ante las injusticias. Pero el vandalismo cruza una línea roja. Así que empecé a interesarme por las razones que llevan a muchos latinos a apoyar a Trump y descubrí que el problema de fondo está en que no nos sentimos identificados con los valores progresistas», analiza la empresaria, que se reconoce religiosa y conservadora. «Me gusta la familia, soy provida e incluso entiendo la política migratoria de Trump, porque viene mucho indocumentado con malas intenciones», enumera.
Es más, García recuerda que su país de origen también enarboló la bandera de 'México para los mexicanos' cuando se sucedieron las caravanas de migrantes de otros países americanos. «También estoy de acuerdo con la mano dura que emplea con China para tratar de recuperar el empleo perdido, y creo que es positivo impulsar la economía local. A mí me favorece que se invierta en este país», señala García, que se ha sentido bien tratada en ciudades republicanas y que ahora se está planteando hacer algo que nunca antes creyó posible: comprar un arma. «Temo que se desmantele la Policía y tengamos que defendernos nosotros mismos. El día de las elecciones no saldremos de casa y habrá que ver qué sucede después», concluye.
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