Donald Trump, en el Air Force One. AFP

El mayor bocazas de la Unión

Trump, el presidente que habló de inyectarse desinfectante «como una limpieza» frente a la covid, se metió antes con la vida sexual de Hillary Clinton y dijo que «necesitamos el calentamiento global»

Carlos Benito

Miércoles, 21 de octubre 2020, 00:20

Más que para un reportaje, el tema de las afirmaciones más controvertidas de Donald Trump se presta para confeccionar una enciclopedia. Desde luego, resultaría mucho más rápido y sencillo centrarse en sus declaraciones más sensatas, aunque quizá en ese caso estaríamos quejándonos ahora de escasez ... de material. La editorial californiana McSweeney's, responsable de la revista y la web homónimas, mantiene actualizado un catálogo 'online' de «las peores crueldades, confabulaciones, corrupciones y crímenes de Trump» que se va acercando ya al millar de entradas, y la mayoría -entre chanchullos económicos, presuntos abusos sexuales y otras prácticas impropias de un presidente y, en general, de cualquier persona- tienen que ver con su título ganado a pulso de mayor bocazas de la Unión. Sus tuits, sus respuestas en las entrevistas y sus proclamas en los mítines van acumulando barbaridades, groserías, errores y mentiras con una fluidez y una naturalidad que acaban resultando asombrosas.

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Tampoco debería sorprendernos tanto, porque Trump ya había demostrado talento en esto de la desinformación y el desatino. Hablamos del tipo que se ha chuleado de agarrar a las mujeres «por el coño» y que ha dicho que, si Ivanka no fuese su hija, saldría con ella. Allá por 2012, ya afirmaba en su red social favorita que «las nuevas bombillas respetuosas con el medio ambiente pueden causar cáncer» o saludaba un día de nieve en Nueva York con la chocante tesis de que «necesitamos el calentamiento global».

En fin, es el dechado de diplomacia que, en el mismo discurso que le sirvió para anunciar su candidatura, se refirió a los inmigrantes mexicanos como «violadores». Ah, sí, también en 2015 aseguró conocer a un niño que «ahora es autista» por culpa de las vacunas y retuiteó aquel infame 'chiste político' sobre su adversaria: «Si Hillary Clinton no puede satisfacer a su marido, ¿qué le hace pensar que puede satisfacer a América?». Pero, fuera del Despacho Oval, todo parecía más disculpable, y siempre cabía la posibilidad de que las responsabilidades del cargo inculcasen un poco de prudencia al magnate.

No ha sido así. Trump conservó su cuenta particular de Twitter, en vez de saltar a la de @POTUS (President Of The United States), y su secretario de prensa dejó claro que los mensajes compartidos a través de la red tenían el carácter de declaraciones oficiales. El jefe del Ejecutivo siguió dándole al botón de publicar como un forajido de gatillo fácil y tampoco se moderó en las entrevistas y los actos públicos.

Cinco mentiras al día

Según un estudio de los comprobadores de datos del 'Washington Post', Trump hizo 1.318 afirmaciones falsas en los primeros nueve meses de su mandato, alrededor de cinco al día. Si añadimos los contenidos inapropiados, la cuenta se dispara como un misil nuclear. «En primer lugar, no es mi tipo», dijo de una periodista que le acusó de haberla violado. «En Londres hay apuñalamientos todo el tiempo. Leí un artículo que decía que todo el mundo estaba siendo apuñalado. Decía que el hospital era un mar de sangre», instruyó al presentador Piers Morgan. De cuatro congresistas no caucásicas, afirmó que venían «de países cuyos Gobiernos son una completa y total catástrofe, los peores, más corruptos e ineptos del mundo», pese al hecho de que tres de ellas habían nacido en Nueva York, Detroit y Cincinnati. Al distrito de Baltimore se refirió como «un asqueroso caos infestado de ratas» y a la gente que no le gusta la suele despachar con un 'nasty', desagradable.

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Nada le frena: ni la educación, ni la ley, ni mucho menos la ciencia. Lo mismo acusa al católico Joe Biden de «hacer daño a la Biblia, hacer daño a Dios, ir contra Dios», que amenaza con atacar lugares «muy importantes para Irán y la cultura iraní», en evidente violación de la Convención de La Haya, o promete que «muy pronto» habrá curación para el cáncer infantil. «¿Por qué debería ir? Está lleno de perdedores», dijo al cancelar la visita a un cementerio de la Primera Guerra Mundial, junto al campo de batalla en el que cayeron 1.800 soldados americanos.

El coronavirus (o, según su formulación favorita, el «virus chino») le ha permitido sacar lo peor de sí mismo: afirmó que «no afecta a casi nadie», se resistió a la mascarilla, apoyó la administración de hidroxicloroquina («he oído un montón de cosas buenas»), especuló sobre los efectos de ingerir o inyectarse desinfectante («como una limpieza») y anonadó a la doctora que le acompañaba con su apuesta por «una luz muy poderosa» como tratamiento. Eso sí, el tuit más compartido de su historia ha sido el que escribió para informar de que padecía covid. O se lo escribieron, porque su cuenta también la maneja su director de redes sociales, Dan Scavino, el mismo al que contrató como 'caddie' de golf allá por 1992.

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«Nosotros contra ellos»

La política de comunicación de Trump espanta a buena parte de los estadounidenses, pero no parece hacer mella en sus seguidores. Unos interpretan los disparates de su presidente como una prueba de que es de los suyos, incluso sienten el alivio de conciencia de ver normalizados sus propios prejuicios. Otros, según lo planteó el veterano periodista Eric Black, «desean que mienta menos, pero la desaprobación ante ese aspecto de su liderazgo no pesa tanto como la aprobación ante algunas de sus decisiones».

En McSweeney's, mientras siguen añadiendo atrocidades al catálogo 'online', ven la situación con cierto desengaño: «No puedo hablar por los seguidores de Trump -responde a este periódico el editor John McMurtrie-, pero mucha gente, especialmente congresistas republicanos, ha dejado claro que respaldará a Trump sin importar lo que diga o haga. El país está más polarizado ahora que en varias generaciones y prevalece la mentalidad del 'nosotros contra ellos', que deja poco espacio a las zonas grises y los matices. Uno está con Trump o contra Trump y, para algunos, cualquier signo de desacuerdo se interpreta como una deslealtad a la nación. ¡Así estamos en este país!».

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