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olatz hernández
Sábado, 7 de noviembre 2020, 03:30
Los resultados de las presidenciales no pintaban bien para Donald Trump al cierre de esta edición. Con 214 votos electorales, lejos de los 270 que abren la puerta de la Casa Blanca, y Joe Biden ganando terreno en los Estados que aún no habían concluido ... el escrutinio -el demócrata sumaba ya 253 electores-, las posibilidades del presidente se agotan. Sin embargo, y a pesar de su probable derrota, nadie le podrá reprochar la buena cosecha de su campaña, que ha torcido la mano de todas las encuestas. Más de 69 millones de estadounidenses refrendaron el 3 de noviembre su gestión, lo que le convierte en el candidato republicano más votado desde el nacimiento del país. De caer, lo hará de pie.
Trump no deja a nadie indiferente. Para mal y para bien, como acreditan la histórica movilización del electorado -sin igual desde hace un siglo- y los cinco millones más de papeletas que ha conseguido reunir en unos comicios planteados en buena medida como un plebiscito nacional sobre su figura.
El magnate se hizo con la presidencia en 2016 tras explotar su condición de 'outsider' de la política. «No soy un político», repitió una y mil veces, y el mensaje caló hondo entre la clase obrera, los blancos y evangélicos. Su afán proteccionista -el «America first»-, la buena deriva económica y las medidas adoptadas en materia migratoria durante su mandato reforzaron sus bases entre los republicanos tradicionales, los patriotas y los supremacistas. Por el camino andado en estos cuatro años perdió, en cambio, a parte de esa clase trabajadora y a muchos conservadores descontentos con su hacer.
Bases solidas. Más de 69 millones de votantes se decantaron por él, 5 millones más que hace cuatro años
Respuesta Republicana. La formación se desmarca del presidente y solo admitirá las pruebas que presente un tribunal
Las zonas rurales le siguen siendo mayoritariamente fieles, con algunas excepciones. En California, por ejemplo, azotada por tremendos incendios el pasado verano, le restaron apoyo por su condición de negacionista del cambio climático. Y en su contra también, por supuesto, el manejo de la pandemia del Covid-19. El que bautizó como «virus chino», responsable de más de 223.000 muertes en EE UU, que le ha acabado pasando factura.
Dentro de las filas republicanas hay quienes nunca se han sentido representados por él. Ese sentimiento se ha ido acrecentando y ahora parece estar a punto de dinamitar la unidad del partido, después de que el presidente denunciara sin pruebas un fraude electoral. Ayer, Trump trataba de movilizar a sus gobernadores, diputados y senadores para que le ayudaran a forzar la suspensión del recuento e invalidar los votos registrados tras la noche electoral.
El éxito de su desesperada jugada está por ver. De momento, el Partido Republicano se limitó formalmente a asegurar que solo declararán como ilegales las papeletas cuyas irregularidades puedan ser demostradas por un tribunal. «Así es como debe funcionar esto en nuestro gran país: cada voto legal debe contarse, cualquier papeleta enviada ilegalmente no. Todas las partes deben observar el proceso», apuntó el senador Mitch McConnell, toda una institución dentro de la formación.
Y no fue el único en desmarcarse del relato presidencial. «Tenemos que respetar el proceso», puntualizó el senador republicano Rob Portman. En los mismos términos se pronunció su colega por Florida Marco Rubio: «Tardar días en contar votos no es un fraude», 'tuiteó'. Incluso el exgobernador de Nueva Jersey y antiguo asesor de Trump, Chris Christie, declaró estar «completamente en desacuerdo» con el mandatario.
Desde la Casa Blanca, el clan Trump atacaba esta pasividad. «¿Dónde están los republicanos? Hay que ser firmes. Luchad contra este fraude. Nuestros votantes nunca olvidarán si os comportáis como borregos!», escribió Eric Trump, hijo del presidente, que, una vez más, mantiene su condición de 'outsider' en el aparato republicano. Y en la política en general.
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