Cualquiera de los dos candidatos que ocupe la Casa Blanca hereda una economía en vías de recuperación, pero con claras señales de fragilidad en sus fundamentos y que amenaza con socavar el liderazgo de EEUU en el plano internacional. Cuando entre en funciones en apenas ... un mes el nuevo Ejecutivo se enfrentará a la ingente tarea de alentar el crecimiento tras el golpe asestado por la pandemia y a la vez corregir los profundos desequilibrios económicos y sociales que se ciernen sobre el país.
El rebote de la economía americana es un hecho indiscutible y que sin duda explica el sorprendente e indeciso resultado electoral. En el tercer trimestre el crecimiento alcanzó un vigoroso 7,4% como consecuencia del levantamiento de las restricciones de actividad adoptadas en la primavera, borrando las dos terceras partes del terreno perdido por la crisis –un comportamiento que mejora claramente la media europea-. Desde mayo, se han creado cerca de 9 millones de puestos de trabajo y la tasa de paro bajó hasta el 7,9% en septiembre, casi la mitad que el máximo pos-Covid.
Sin embargo, la deficiente gestión sanitaria ha empezado a truncar el avance de la economía. Los nuevos contagios se han multiplicado y podrían colapsar los servicios hospitalarios en algunos Estados, algo que abocaría a nuevas restricciones a la actividad y a la movilidad de las personas. Una eventualidad que guarda cierta similitud con Europa, sin ser equiparable por los huecos en la protección social y la inexistencia de una sanidad pública universal del otro lado del Atlántico, que deja a cerca de 30 millones de personas sin cobertura médica.
Además, los resultados económicos recientes son producto de un dopaje fiscal efímero, que ha servido para inyectar poder adquisitivo (gracias a una mezcla de rebajas fiscales, ayudas transitorias para pymes y parados y otras transferencias puntuales) sin sembrar las bases de una verdadera expansión. La reindustrialización prometida por Trump no ha dado frutos, como lo muestra la persistente oxidación del cinturón manufacturero –esos Estados con un escrutinio hoy por hoy muy ajustado-.
Y ni la imposición de aranceles sobre los productos importados, ni las exenciones fiscales para la relocalización de empresas desde Asia parecen haber fortalecido la competitividad o atajado el agujero de las cuentas exteriores. Paradójicamente, al auge del proteccionismo se salda por una dependencia crónica frente al exterior. Sobre todo, ese discurso ha desestabilizado el sistema multilateral, garante de reglas del juego comunes. La Organización Mundial del Comercio está paralizada como consecuencia de los obstáculos de la administración americana a la renovación del principal órgano de solución de conflictos. EEUU no participa en el acuerdo de París sobre la lucha contra el cambio climático y ha decidido salir de la OMS.
Otro foco de vulnerabilidad reside en la agudización de las desigualdades sociales y la sensación de descuelgue que se extiende entre amplios sectores. Todo ello, además de frustrar el mito fundacional del ascensor social, provoca una mayor polarización y explicar que buena parte de la población americana apoye el endurecimiento del discurso frente al país que se percibe como principal rival: China.
Por tanto, en el plano internacional, la nueva presidencia estará sin duda marcada por una cierta continuidad en cuanto a la voluntad de reafirmar la posición de primera potencia económica mundial y de contrarrestar el ascenso del gigante asiático. Si bien cabe esperar un discurso distinto más en las formas según cómo se decanta el recuento, no se anticipan grandes avances en el multilateralismo a corto plazo. La única hipotética excepción, a tenor de las declaraciones electorales de Biden, podría ser una reiteración del compromiso con el cambio climático.
En definitiva, la nueva administración centrará sus esfuerzos en cuestiones internas, particularmente el control de la crisis sanitaria y la preparación de un gran plan de estímulos para relanzar la economía. Trump ha prometido nuevas rebajas de impuestos, Biden pretende paliar los efectos de la crisis sobre los parados y los colectivos más desfavorecidos, frenar la ola de desahucios y aplicar plenamente la emblemática reforma de la sanidad decretada por el presidente Obama, actualmente encallada en el Supremo. La deuda pública promete alcanzar nuevos records históricos.
Ante un escenario internacional tan incierto, la Unión Europea tendrá que profundizar en la construcción de un espacio económico estable e intentar recoser la relación transatlántica. Sin perder la pugna tecnológica mundial en la que Europa tiene que participar con voz propia.
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