Durante años, los dibujos e ideas de Carlos Pacheco (Cádiz, 1961) se dejaron ver por algunas de las colecciones más importantes de Marvel o DC. El historietista, que entró a formar parte de la división británica de la Casa de las Ideas en el ... 93, se labró posteriormente una importante carrera en las editoriales estadounidenses que le llevaron a dibujar los destinos de personajes como The Flash, X-Men, Los vengadores, Supermán, Batman, Thor o el Capitán América, antes de abandonar definitivamente ambas editoriales. Tantos que a pesar de llevar desde marzo en Cádiz, a cuenta del dichoso coronavirus, desde hace días a sus redes sociales solo llegan anuncios de cómo votar en Estados Unidos, como si fuera un norteamericano que vive en España. «Afortunadamente, no lo saben todo», dice entre risas.
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-¿Cómo empezó a trabajar en Marvel? ¿Y que supone para un dibujante trabajar allí? ¿Era la meca del cómic para usted?
-Para mí lo era. Yo pertenezco a esas generaciones para las que Marvel era la meca. Hoy las cosas han cambiado sustancialmente. Hay gente para la que Marvel sigue siendo la meca pero para otras personas es un paso en una escalera ascendente que ha ido perdiendo fuerza, en parte también por el desarraigo del cómic con el territorio popular. Yo soy parte de esa generación que consideraba a Marvel como el camelot de los cómics y sentarte en la mesa redonda es lo más grandioso que me podía pasar en la vida. Entré como ocurren las cosas, por una suma de causalidades y casualidades incontrolables. En cualquier caso lo que sí tenía claro era que si alguna vez eso me pasaba, me debía pillar con la mochila de los deberes hechos.
-¿Que fué lo que más le sorprendió al trabajar en una empresa estadounidense?
-Es que trabajar con Marvel era muy distinto a lo que es ahora, ahora los procesos son similares. Recuerdo que a un dibujante británico en una convención en Dublín le preguntaron cuál era la diferencia entre Marvel y DC y el respondió que en DC los éxitos se celebraban descorchando una botella de Dom Pérignon y que en Marvel los éxitos se celebraban tomando unas cervezas en el sótano de la casa. Hoy en día todo se ha desdibujado lo suficiente como para que todo sea una celebración con Champín, porque las cosas ya no son tan brillantes como antes y se ha perdido cierta actitud. Las empresas pertenecen a corporaciones y Marvel no es una empresa que edite tebeos es una empresa que principalmente hace películas de cine, series y merchandising y también edita tebeos.
-¿Cómo desarrollaba su trabajo? ¿Iba y venía a menudo?
-Desde el primer momento tuve claro que no quería ser una voz al lado de un teléfono o una dirección de email y conté con la suerte de tener editores que requerían mi presencia de una manera más o menos habitual. Hubo una época en la que sí se viajaba muchísimo, había muchas reuniones y llegamos establecer relaciones de amistad. Llegué a ilustrar la tarjeta de boda de mi primer editor, celebramos el enlace en Vermont… Eso hubiera sido imposible si me hubiera limitado a ser una persona que dibuja al otro lado del hilo telefónico o de internet. Siempre me esforcé por integrarme no solo en la editorial sino en la comunidad creativa y siempre consideré vital la presencia en convenciones. Yo les hacía saber a ellos, un poco con una actitud bastante diferente de la que se tiene en los Estados Unidos, que los editores no eran mis amigos, que eran los representantes de la empresa, que ni siquiera pertenecían al mismo sindicato que yo, que yo era un trabajador y, llegado el caso, a ellos les pagaban por despedirme. Y, sin embargo, curiosamente es una profesión donde tu compañero, tú presencia constante, es el editor, no son otros compañeros, sobre todo al principio cuando trabajas con equipos creativos que vienen impuestos por la editorial y te asignan un proyecto. Por eso otra de mis constantes fue establecer relaciones personales con los guionistas, de ahí que procuráramos coincidir en convenciones o en reuniones de la editorial, precisamente para tener la sensación de pertenecer a una comunidad creativa, porque es la manera en la que tú tienes de compartir tus problemas con gente que conoce cuáles son tus circunstancias y los problemas generados por tu profesión.
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-Y en estas grandes editoriales, ¿uno es libre de expresar sus ideas políticas?
-Lo era en otra época, cuando el cómic era contracultura. En Marvel sí se escuchaban voces a veces disonantes entre las distintas colecciones. Por ejemplo con Steve Englehart, qué es uno de mis guionistas favoritos y es de los que dio su visión ideológica y el que más política introdujo en sus guiones. Cuando hizo Capitán América creó un trasunto del Watergate en el universo Marvel, en el que el presidente de los Estados Unidos, a quien después lo transformaron en un alto cargo de la Administración norteamericana, era el jefe del imperio secreto que se encargaba de mover los hilos reales de la política oficial. Como consecuencia de eso el Capitán América renuncia a los símbolos de su país y se convierte en un nómada, un hombre sin país. Fue un golpe de efecto y todo eso aderezado además con elementos de la política de aquel entonces. Marvel permitía y potenciaba eso debido a que los guionistas, en gran parte de las ocasiones, eran sus propios editores así que no había nadie que los fiscalizase, salvo ellos mismos. Todo ello era consecuencia de que Marvel era una pequeña compañía que hacía tebeos. Hoy Marvel es un emporio económico y sus personajes ya no son personajes, son franquicias que generan millones mucho más allá de los cómics. Por eso Marvel y DC hacen un especial hincapié en que esos personajes se muevan en todo momento en la corrección política y que difícilmente puedan alterar o ser alterados por una opinión social. Y me parece lógico.
-¿Diría entonces que las editoriales no se mojan? Recuerdo comics de Spiderman a favor de Obama.
-Es que hacer un cómic sobre Obama no es mojarse. Eso no es dar una opinión, eso es apuntarse al carro de lo que está de moda y de lo que conviene, es intentar acomodar a los personajes aquellos fenómenos y eventos que socialmente están en boga en el momento. Para mí mojarse sería incluso llevar una opinión contraria, llevar la contraria al discurso oficial y eso tampoco significa que todos los guionistas y todos los dibujantes tengan por qué hacerlo, pero la ausencia de eso en cualquier colección te hace ver que las editoriales no van por ahí.
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-¿Cómo ha sentado en el mundillo la llegada de Trump al poder? Parece el mejor villano que uno pudiera imaginar...
-Puede parecer que estoy siendo contradictorio porque por un lado aparentemente la política oficial norteamericana queda cubierta por las políticas de Trump y sin embargo en Marvel sí hay un discurso que abiertamente va en contra de las políticas de Trump, pero esto podría entenderse más como una cuestión de target, de tener claro a qué perfil de lector vas. Para mí eso no es mojarse aunque vaya en principio contra las directrices políticas del momento. Antes has hablado de Trump y has dicho que podría ser un gran villano. Si te fijas, Marvel sí hizo eso en algunas ocasiones con algunos presidentes como Reagan. Hay algunos números donde Reagan aparece como el villano de la historia, aunque después se descubre que en realidad era un alienígena transmutado, pero se utilizaba como un elemento negativo en las historias. O por ejemplo Nelson Rockefeller, vicepresidente de EE UU, que se convertía en el principal villano de una historia en los años 70 de Steven Englehart, donde el poder político se imbricaba con el poder económico a través de una compañía petrolífera que era un trasunto de la Exxon. Con aquella historia el guionista intentaba ajustar los acontecimientos que estaban ocurriendo en la vida real y dar su opinión sobre ellos. Hoy en día, y a no ser que yo me equivoqué, no he visto ningún cómic de Marvel o DC donde la figura de Trump aparezca como un elemento cuestionado en la historia.
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-¿Cree que un personaje como Trump daría para una buena serie?
-Una de las grandes riquezas de Marvel es tener personajes que encajan perfectamente y que podría ser la visión en el espejo superheróico de esas personas de la vida real. No creo que sea necesario utilizar directamente personajes reales cuando ya tienes elementos en ese universo ficticio que ocupan el nicho sociológico que ellos ocuparían en él. Se me ocurre el personaje de Rey Tut, que es uno de los supervillanos de Batman y que cuándo surge el conflicto con los talibanes podría haber sido el trasunto de Bin Laden. En este caso de Trump tienes a personajes como Kingpin o Lex Luthor, que fue presidente de los Estados Unidos en los cómics, un tipo que tiene una imagen pública del altruista, de empresario de éxito y multimillonario, pero a su vez ambicioso para conseguir el poder. Lo que pasa es que normalmente estos personajes suelen tener más inteligencia que estas personas reales, que ansían el poder de una manera exacerbada, tipo Jesús Gil, que en el fondo lo que van buscando es otra cosa.
-Hay temas muy candentes ahora en Estados Unidos como la gestión de la pandemia o el asunto del racismo. ¿Se han posicionado los historietistas de Marvel y DC?
-Marvel siempre ha mostrado un perfil bastante escorado hacia el lado izquierdo del espectro político desde sus tiempos de contracultura y probablemente porque el perfil de lector de cómics suele ser alguien que se aparta de los elementos que producen una condensación social mayoritaria. El hecho mismo de leer cómic hoy en día implica apartarse de esas corrientes generales y convencionales que te convierten en un tipo 'cool'. Esto cambió en cierta medida con la aparición de una generación de lectores y de autores en los noventa que creció con la idea del cómic como elemento de especulación. Y eso ha generado una corriente en los cómics bastante ultraderechista, con grupos de lectores que se oponen a que haya ese tratamiento político. Si hay algo que aparentemente les contradice en sus opiniones ya van a saltar. Ese movimiento lo que ha hecho es abandonar Marvel y DC, ni siquiera ha habido guerra directa salvo las trincheras que son las redes sociales. Esos grupos de lectores han escogido a sus autores, y al revés, han abandonado su vínculo con las grandes editoriales y han creado nuevos sellos y nuevos personajes. Incluso están haciendo crowdfundings multimillonarios que les están dando unos beneficios increíbles por el apoyo que están recibiendo de ese grupo de lectores.
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-Desde fuera, parece que la sociedad estadounidense está muy crispada y polarizada, ¿cuál es su visión al respecto?
-Más que polarizada, yo diría que se está viviendo un enfrentamiento civil, una guerra civil. Lo último que he leído es el intento de secuestro de la gobernadora de Míchigan por parte de una milicia armada. El hecho de que haya milicias que intenten secuestrar líderes de la política norteamericana implica que ya se ha dado un paso más allá de la lucha dialéctica. Creo que el término polarización se queda corto y ahí lo que hay realmente es un enfrentamiento abierto. Se aprovecha la menor ocasión para establecer esas barricadas y es cierto que ni siquiera en los tiempos de Vietnam la cosa andaba tan crispada.
-¿Se puede culpar a alguien?
-Usar la palabra culpa aquí es complicado porque cuando vas dando pasos hacia atrás siempre te encuentras otro y es difícil encontrar el punto de origen del conflicto. Estamos, además, en un momento donde hay un fenómeno de potenciación de la victimización muy grande. Todo el mundo se considera víctima y esa condición ya no provoca vergüenza sino que sirve para conseguir una relevancia. Es un pensamiento bastante manido, pero yo creo que las redes sociales se han convertido en el lugar de establecer trincheras porque el sesgo cognitivo ha acabado haciendo que cada uno reciba en su perfil, en su muro o donde sea exclusivamente las noticias y los comentarios de aquella gente que uno quiere recibir y eso va creando un territorio donde nada te contradice, donde todo lo que tú dices es potenciado y donde no hay contacto con el otro. No deja de ser una barricada, una trinchera, mientras enfrente hay una tierra de nadie y en el otro lado tienes otra. En cierta manera es algo muy distinto a la II Guerra Mundial o Vietnam y es volver un poco a la I Guerra Mundial y a esos terrenos donde había unos líderes fuera de esos lugares que utilizaban a la gente como carne de cañón. Lo que ocurre es que ahora mismo la gente está encantada, estamos encantados de ser carne de cañón.
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-¿Qué cree que va a pasar en las elecciones?
-Buff, es la gran pregunta. Pues lo último que se está escuchando es que Trump recurrirá el resultado si no le es conveniente y que procurará por todos los medios aferrarse a esa posición de poder. Van a ser unas elecciones muy particulares y muy distintas de las que hemos vivido hasta ahora, en las que el voto por correo, no muy fiable, va a ser decisivo. Las figuras están bastante desdibujadas. Yo no sé si Joe Biden tiene tirón suficiente. Es un animal político, que lleva ahí desde que el tiempo es tiempo y que no ha salido del Capitolio. No tiene presencia social. Sin embargo la figura de Kamala Harris, si tiene ese tirón popular. No sé si lo que están haciendo los demócratas es ganar cierto territorio en el espacio público para el futuro. Creo que lo que salga en estas elecciones no es para el partido demócrata tan determinante como lo que se está cociendo para el futuro. Y en ese sentido Kamala va a ser la gran figura, tiene tirón popular y el hecho de haber sido fiscal general de California, en un territorio especialmente liberal y progresista le da muchísimos votos y crea una cierta unanimidad en el voto demócrata. Biden no tiene tanta relevancia, a pesar de que pueda vencer a Trump.
-¿Vencerá Biden?
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-Es que se nos escapan todos esos votantes que apoyan a Trump porque las noticias que recibimos de Estados Unidos suelen ser las californianas o las de Nueva York, territorios especialmente liberales, y se nos olvida todo el cinturón bíblico, el Mid-West norteamericano e incluso el voto republicano reaccionario que hay en el sur y en las costas este y oeste. Lo que creo que ha hecho Trump es darle un barniz de orgullo a esa manera de ser reaccionaria que durante muchísimos años no había tenido tanta predisposición a ser manifestada. Hay una película que me resulta muy significativa y premonitoria que se llama 'Ciudadano Bob Roberts'. Dirigida por Tim Robbins, sale todo el rojerío de Hollywood y versa sobre qué ocurriría si la ultraderecha utilizara los mecanismos de difusión y de conexión con el ciudadano que tradicionalmente eran métodos y maneras de la izquierda y creo que hay mucho de eso en todo lo que ha pasado con Trump: el uso de Twitter, internet, la actitud de enfrentarse y no ser reaccionario sino directamente entrar a la acción.
-¿Qué villano sentaría como un guante a Trump?
-Como ya he dicho Kingpin y Lex Luthor, pero yo creo que en Trump hay más de soberbia que de inteligencia. Es esa soberbia que da el dinero, que la hemos visto también en España, con esos alcaldes sin estudios, que se ven en la cúspide social por cobrar diez veces más que cualquiera con dos carreras que se presenta a unas oposiciones de auxiliar administrativo. Es esa búsqueda de la relevancia social del empresario, que en otro tiempo se conformaba con ser presidente de un equipo de fútbol o de béisbol, y hoy en día exige para sí mismo la máxima relevancia social que es la presidencia de Estados Unidos. Kingpin o Luthor le vienen un poco grandes a Trump porque son malos pero tienen cierto nivel de dignidad.
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-¿Y un superhéroe para el magnate?
-Como superhéroe para Trump se me ocurre Razorback, que era un tipo grande, con una cabeza de jabalí, que salió un par de cómics de Spiderman. Era un representante de estos de la América profunda, de ese cinturón bíblico, del conservadurismo norteamericano.
-¿Y si tuviera que escoger un superhéroe y un villano para Biden?
-Sería alguien de perfil bajo. A Biden le pega un secundario de Los vengadores, el que aparece detrás, que da cierto sentido al grupo, pero que no es un elemento que vaya a vender un cómic. Por eso también me costaría darle un papel de villano, porque los villanos tienen mucha presencia. Tendría que darle el papel de esbirro y eso sería dejarlo en ridículo, y no creo que sea ridículo.
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