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mercedes gallego
Domingo, 1 de noviembre 2020, 20:35
«¿Estás listo para una victoria de Trump? ¿Estás mentalmente preparado para que Trump te la vuelva a pegar? ¿O te reconforta tu certidumbre de que no hay manera alguna de que Trump gane?». Lo preguntaba en su página de Facebook el cineasta Michael Moore, ... una de las pocas figuras progresistas que en 2016 anticipó con certeza la victoria del magnate, en contra de las encuestas.
Hillary no le escuchó, nunca visitó Wisconsin en los más de cien días de campaña transcurridos entre su nominación y las elecciones. Tampoco se pasó por la sede del todopoderoso Sindicato de los Trabajadores Automovilísticos de Michigan, donde los sondeos le daban cinco puntos de ventaja. Su campaña no invirtió en Michigan y Wisconsin ni el 3% de lo que invirtió en Florida, Ohio y Carolina del Norte. Los vecinos de Moore no vieron un anuncio suyo hasta la última semana. El muro azul se desmoronó. Clinton perdió las elecciones, el resto es historia.
Cuatro años después Joe Biden ha aprendido la lección y este fin de semana apuntalaba esos estados del cinturón industrial con su arma más poderosa entre los afroamericanos, el expresidente Barack Obama, que sólo había participado en dos mítines durante toda la campaña –Filadelfia y Miami-. «Estábamos reservándolo para este momento con idea de maximizar su impacto», confesó a Los Angeles Times Eric Schultz, uno de los más altos asesores de la campaña de Biden.
Moore estaba pletórico. «¡Nos han concedido lo que habíamos pedido, Biden y Obama van a pasar el día en Michigan!», celebró. «Definitivamente esto no es 2016». Los dos mítines de Obama, serenado por Stevie Wonder el sábado en Flint -el pueblo de Moore, con un 57% de afroamericanos- y Detroit, con un 79%, eran los primeros en los que Biden se encontraba sobre el escenario con su antiguo jefe. El primer presidente negro y el segundo afroamericano en ganar un Oscar a la mejor canción (The Woman in Red, 1984) le teloneaban en los estados más clave con un claro objetivo: espolear el voto negro que meses atrás le permitió ganar la nominación, al noquear a Bernie Sanders en las primarias de Carolina del Surf.
Entonces el apoyo del influyente congresista de color James Clyburn fue crucial para ganar un estado en el que los afroamericanos suponen el 60% de los votantes demócratas. Llegaba con buenas credenciales por haber sido el vicepresidente de Obama y estaba avalado por un mito de los derechos civiles que influyó en el 47% de los votantes, según las encuestas a pie de urna. No había riesgos en esa apuesta, pero sí en la que haría en la primera semana de junio, cuando alcanzó la nominación del partido durante las protestas raciales por el asesinato de George Floyd, las mayores desde la muerte de Martin Luther King.
«Fue puro oportunismo», opina con desprecio el escritor californiano Aris Janigian, que mañana votará por Trump en lugar de Biden porque los demócratas «han aceptado el robo y el saqueo». Minneapolis, Los Angeles, Oakland, Nueva York, Portland, Washington DC… Las peores imágenes de enfrentamientos y edificios en llamas se veían en ciudades controladas por alcaldes demócratas que, a juicio de Janigian, permitieron que unos cuantos oportunistas se llevaran gratis lo que quisieran durante esos días.
Trump capitalizó rápidamente los disturbios con el mensaje de Ley y Orden acuñado por Richard Nixon en los años 60, que ha convertido en el centro de su campaña. La decisión de lanzar a los antidisturbios contra los manifestantes pacíficos de Black Lives Matter (BLM) para hacerse una foto con la Biblia en la mano frente a la Iglesia de St. John estaba perfectamente calculada. La de Biden de apoyar al movimiento cada día de la convención, también. Solo que esto no era Carolina del Sur, ni Detroit, donde casi el 80% de la población es negra. Ni siquiera Filadelfia, donde llega a la mitad. El resentimiento de los blancos como Janigian, un progresista que votó por Obama en 2008 y por Jill Stein (Partido Verde) en 2016 puede costarle mañana las elecciones si los afroamericanos no se presentan a votar masivamente como lo hicieron por Obama en 2008. Algo que anticipaba el viernes Bloomberg al analizar el voto anticipado y descubrir que en lugares como Pensilvania el 75% de los afroamericanos todavía no había votado, pese a las imágenes de largas colas y titulares de participación record.
«¡No os creáis las encuestas!», clamaba Moore la semana pasada. «El votante de Trump es sumamente desconfiado del «deep state» y no cuenta lo que va a hacer».
Así se define también Aris, «a la izquierda de la izquierda, muy antisistema y muy escéptico del 'deep state' y de la maquinaria de guerra, pero también de los movimientos políticos que aparentan estar generados con las estadísticas», explica. Para él, que tiene un doctorado en investigación y psicología, la premisa que da origen a BLM de que la policía mata a los negros en un porcentaje más alto que al resto de la población es falsa, y se remite a un estudio de Harvard que esta periodista no ha visto pero que tampoco tiene interés en desmentírselo, porque el objetivo es entender qué piensa la gente como él.
«BLM no tiene interés en mejorar la vida de los negros. Lo que busca es ganar poder político y, al final, darle la vuelta al sistema actual. Mira su página web», continúa. «Creen que este país se fundó sobre principios racistas y buscan un movimiento mundial contra el supremacismo blanco. Preferirían reemplazar el gobierno actual por uno de agenda social de corte socialista y tendencia comunista que reemplace a nuestro sistema corrupto. Esto no tiene que ver con la raza, sino con la gente sin dinero».
Corie Summersett, una jubilada de Florida que también votará mañana a Trump, desconfía de Biden por apelar «a la gente poco educada y de bajos recursos que se cree que solo tiene que poner la mano para que el gobierno la mantenga».
Con la primera mujer afroamericana en la papeleta electoral y un apoyo machacón al BLM que se repitió cada noche durante la Convención del Partido Demócrata, todo el que sienta rechazo hacia el movimiento lo extenderá a Biden y a sus correligionarios. Como el #MeToo, el #BlackLivesMatter ha obligado a una purga social en la que desde el Metropolitan Museum de Nueva York hasta compañías de cosméticos como LaFace o cadenas de comida rápida como Taco Bell han tenido que disculparse por actitudes racistas. La tiranía de la masa en la calle y las redes sociales ha obligado a comercios y empresas a emitir comunicados de apoyo bajo amenazas de boicots y hasta ataques vandálicos. Como en los tiempos del macartismo han caído justos por pecadores. La buena voluntad se ha sustituido por una sofocante corrección política que ha dado oxígeno al mensaje de Trump, sin que se traslade a cambio reales que pongan freno a la brutalidad policial.
El resultado es que la simpatía hacia el movimiento ha caído doce puntos entre junio y septiembre, pasando del 67% al 55%, según un estudio del PEW Research Center. En sintonía con sus bases, Trump ha aprovechado ese vuelco para acusar al movimiento de «discriminatorio» y ha calificado de «débiles» a las líderes de las grandes empresas que le han dado apoyo. Mediante orden ejecutiva el mes pasado ordenó a los funcionarios de su gobierno cancelar los cursos de entrenamiento sobre «sensibilidad racial» que considera «propaganda antiamericana para dividir al país» y pide que se identifique a los contratistas «que gasten presupuesto en entrenar sobre la Teoría Crítica de la Raza, los privilegios blancos o cualquier otro término que sugiera que EEUU es inherentemente racista».
Janigian entiende que nadie puede negar el pasado racista de EEUU, pero asegura que hablar de discriminación «es absurdo» cuando «se le da ventaja a gente de color y minorías para compensar la falta de ellas», como se hace en las universidades y puestos ejecutivos que aplican la discriminación positiva. El requerimiento de enseñar «justicia racial» en los institutos le enerva, porque es «pura propaganda al estilo soviético».
Al igual que la ultraderecha española ha aprovechado el resentimiento masculino en las urnas durante el apogeo del #MeToo, las de mañana en EEUU serán también un referéndum del #BlackLivesMatter y de la Teoría Crítica de la Raza. Un duelo ideológico y un combate entre razas que va más allá de la elección de un gobernante, se llame Trump o Biden.
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