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Nueva York
Jueves, 5 de noviembre 2020, 00:04
Con paciencia, los votos caían este miércoles lentamente en la casilla de Joe Biden, que cada vez se acercaba más a los 270 representantes del Colegio Electoral que se necesitan para ganar la presidencia. Paralelamente, Estados Unidos se alejaba cada vez más ... de una transición pacífica, con Donald Trump decidido a enredar el proceso en los tribunales y a arengar a sus bases para defenderle en las calles.
Los demócratas mantenían la calma, con la esperanza de que cuando todos los votos estén contados las matemáticas sean tan abrumadoras que las estratagemas del polémico mandatario sean inútiles. El ex vicepresidente de Obama se apuntó tres de los cuatro representantes de Maine –uno de los dos únicos Estados que legalmente puede dividir el resultado-, además de los diez de Wisconsin. En este último la diferencia era de 20.500 votos, apenas el 0.6% del total, lo que permitió a la campaña de Trump pedir un recuento al quedar por debajo del 1%.
Para consolidar su camino hacia la Casa Blanca sin pasar por Pensilvania, el demócrata necesitaba ratificar su victoria en Arizona, atar Nevada y cerrar Michigan. Sin embargo, para el presidente era imprescindible ganar Pensilvania. Por eso su campaña se la atribuyó el miércoles, sin que nadie se la reconociera y hasta Twitter censurase su mensaje. Trump envió allí a su abogado personal Rudy Giuliani, a su hija Ivanka Trump y a su yerno Jared Kusher, que no solo buscaban arañar votos sino ganar el mensaje. El equipo había convocado una conferencia de prensa a la misma hora en la que las autoridades electorales planeaban dar una actualización de los resultados.
Pensilvania es, precisamente, el único estado donde Trump no puede impedir que se sigan recibiendo votos, porque el Tribunal Supremo ya se pronunció sobre eso el miércoles de la semana pasada, dos días después de que el mandatario jurase a Amy Barrett como nueva jueza del tribunal. Tan reciente era su nombramiento que la propia jueza eligió quedarse fuera de la decisión al no haber tenido tiempo de estudiarse el caso, para frustración de su mentor.
Trump cuenta desde hace mucho con su voto para decidir la presidencia a su favor si no logra ganarla en las urnas. Dos días después de reunirse con ella el pasado 21 de septiembre en el Despacho Oval, cuando el cadáver de Ruth Bader Ginsburg estaba todavía caliente, Trump dijo a la prensa que era «muy importante» que su nominada fuera confirmada en el cargo antes de las elecciones para que pudiera «parar esta estafa que los demócratas están sacando», en referencia al voto por correo que ya se anticipaba en proporciones records.
«Creo que esto terminará en el Tribunal Supremo», vaticinó entonces el mandatario. «Y creo que tener cuatro a cuatro (jueces) no será una buena situación, si sabes lo que digo.... Solo en caso de que esto sea más político de lo que debe ser, creo que es muy importante que tengamos un noveno juez».
El Senado no tuvo problemas en cumplir su deseo, gracias a la mayoría que el Partido Republicano mantendrá allí incluso después de las elecciones del martes. Trump reafirmó la sospecha de que pensaba llevar las elecciones hasta el Supremo el sábado en Reading (Pensilvania), donde dijo a sus seguidores que ganaría en las urnas «o si no, después en el Supremo». Pero no fue hasta la madrugada del martes cuando esa sospecha se hizo realidad.
«Francamente, hemos ganado estas elecciones», anunció el presidente al filo de las dos de la madrugada hora local, cuando todavía quedaban 64 millones de votos en nueve estados por contabilizarse. «Nuestra meta ahora -dijo- es asegurar la integridad (del proceso), por el bien de nuestra nación. Queremos que la ley se utilice de forma adecuada, así que iremos al Tribunal Supremo de EEUU. Queremos que dejen de contar. No queremos que encuentren votos a las 4 am y los añadan a la lista, ¿verdad?«.
Hablaba para sus seguidores, con mensajes que incitan al levantamiento.. El Supremo ya aceptó que Pensilvania siga recibiendo votos por correo hasta tres días después de las elecciones, siempre que la fecha del matasellos sea hasta el 3 de noviembre. Al cierre de esta edición el Estado tenía todavía más de un millón de votos por correo que abrir y procesar, pero había contado casi el 93% de los presenciales. Y en ese escenario Trump ganaba a Biden 52-46. Los demócratas creían que esa proporción podía cambiar, al sentirse favorecidos por el voto tardío por correo y por el tipo de condados que faltaban por contarse. Si el resultado quedase muy ajustado, el voto decisivo podría ser el de los militares, que tiene hasta el martes para llegar.
«No me corresponde ni a mi ni a Donald Trump declarar quién ha ganado estas elecciones, sino al pueblo estadounidense», pidió Biden. Su campaña luchará para que se cuenten todos los votos, pero los estadounidenses empezaban este miércoles en Detroit a sumarse a esa batalla. La multitud empujaba las puertas de forma intimidatoria e intentaba colarse dentro de las oficinas electorales, en un recordatorio de lo que ocurrió en Miami en el año 2000 durante el recuento de Florida. Muchos veían tan clara la jugada de los «observadores» de Trump, que se habían abierto paso a la fuerza en las juntas electorales donde se contabilizaban los sufragios, que acudieron espontáneamente a «defender el proceso», con el riesgo de un enfrentamiento de turbas opuestas.
Michigan, donde las milicias de ultraderecha intentaron secuestrar a la gobernadora el mes pasado, era el lugar más temido para el recuento, seguido de Wisconsin, donde el tiroteo policial de Jacob Blake hizo arder las calles de Kenosha.
Quedaban otros Estados en juego. En Georgia, donde Trump lleva ventaja, los demócratas aún esperan que los últimos distritos en anotar votos acorten esa distancia de unos 70,000 votos, al ser zonas densamente pobladas por afroamericanos. Y en Nevada, la población hispana de origen mexicano podía llevarle la contraria a los cubanoamericanos de Florida al votar por Biden.
Es posible que el escudero de Obama gane la presidencia en los próximos días, pero no lo tendrá fácil para gobernar, con un Congreso incluso más dividido que en el mandato anterior, acorde con las fisuras sociales que presenta el país. Ahora se sabe que Donald Trump no ha sido una anécdota, sino el comienzo de una tendencia que se contagia por el mundo a velocidad viral. Y pase lo que pase en las urnas, no desaparecerá de la escena política porque la ha impregnado por completo.
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