La tensión política que el independentismo ha desatado en Cataluña desde el referéndum ilegal de 2017 ha generado dos efectos aparentemente contrapuestos en las urnas: polarización de los bloques y abstención del votante no nacionalista. Si al desencanto y desánimo de la población menos politizada ... le añadimos el miedo al contagio, el resultado es la abstención de casi la mitad del cuerpo electoral. La polarización explica la concentración de voto en el independentismo en sus dos variantes (ERC y Junts) y el apoyo a Vox como fuerza no pactistas ni dialogante. Las elecciones en Cataluña no hacen más que confirmar que ambos bloques son la fotografía de un país roto por la mitad que busca desesperadamente fórmulas para ganar claramente el otro sin conseguirlo. El bloque constitucionalista en esta ocasión ha apostado por el PSC, aunque en menor medida que lo hiciera hace tres años por Ciudadanos. Y el bloque nacional-secesionista ha ofrecido a sus fieles dos fórmulas para perseguir la quimera de la República. En la cuneta se han quedado los restos de Convergencia con Artur Mas, fuera de juego, mientras Junqueras y Puigdemont se reparten casi a medias la fuerza electoral pero sin romper el techo del separatismo incapaz de arrastrar votos del otro bloque.
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De bloque viene precisamente 'bloqueo'. Porque se podrán formar gobiernos con diferentes fórmulas y combinaciones pero la recuperación de una sociedad civil pacificada y unida en un proyecto común sigue pareciendo un objetivo inalcanzable. El bloque no-independentista está más disgregado que nunca luchando cada sigla por sobrevivir a un electorado que no duda en migrar de un partido a otro buscando la fórmula que le permita resistir el empuje soberanista. Eso se ha visto en el refuerzo de dos opciones tan contrapuestas como el PSC y Vox. Unos pensando que el apaciguamiento con concesiones y el talante de Illa puede ser un bálsamo para una sociedad tan crispada. Otros proyectando en el voto su indignación e intransigencia con quienes les consideran ciudadanos de segunda porque no abrazan la estelada.
Ese bloqueo sociológico es el que no se disuelve en las urnas porque está enquistado en la sociedad. Puede que la táctica Illa ideada en Moncloa tenga esperanzas de alumbrar una fórmula de gobierno transversal para aplacar los ardores independentistas a base de medicinas placebo en forma de federalismos asimétricos y otros artefactos. No será ni fácil ni barato. Probablemente solo les interesa a Sánchez para ganar tiempo y garantizarse el apoyo de Esquerra y a los de Junqueras para reorganizar las filas del independentismo y preparar un nuevo desafío al estado.
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