Bajo el fantasma de una abstención histórica, el desenlace de las elecciones catalanas de hoy va a marcar un antes y un después en la estabilidad de la política española. La apuesta del PSC y del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, es propiciar un cambio ... en la relación de fuerzas para que el 'procés', ya desactivado en buena medida, descarrile definitivamente en una cita que encierra un cierto toque plebiscitario. El candidato socialista, Salvador Illa, aspira a concitar en los comicios el respaldo de los votantes contrarios al 'procés' y propiciar un movimiento relevante en el tablero. La campaña electoral ha logrado esa polarización entre el PSC y el independentismo, un esquema un tanto atípico en la medida en la que el PSOE y los republicanos son aliados en el Congreso en Madrid y se han convertido en adversarios encarnizados en Cataluña.
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El objetivo de los socialistas catalanes pasa por lograr que Illa quede el primero en número de escaños para justificar su presentación como candidato a la investidura, aunque después no tenga la fuerza suficiente para poder gobernar, pero sí para condicionar la política. Lo que no hizo Inés Arrimadas cuando en las últimas autonómicas Ciutadans quedó en primer lugar en la carrera electoral. Los independentistas se han comprometido por escrito a no facilitar un gobierno en el que se incluya el PSC. Un movimiento de alto riesgo para ERC, motivado por el temor a parecer como demasiado 'blanda', y que alimenta la estrategia rupturista de Puigdemont. Los republicanos pierden margen de maniobra y contradicen con esta apuesta su praxis negociadora en Madrid. Y sobre todo, lo más desconcertante, favorecen la campaña de Illa y su empeño en aglutinar todo el voto contrario al 'procés'.
Si el soberanismo logra la mayoría absoluta, y ERC gana las elecciones, parece fuera de toda duda que Pere Aragonès hará un llamamiento a formar un Govern de concentración en favor del derecho a decidir que negocie una hoja de ruta con el Gobierno central que tenga como objetivo la consecución de un referéndum pactado y legal de autodeterminación. En este esquema, Junts elevará el listón al exigir que en la mesa de diálogo estén presentes relatores que den fe de las conversaciones y de los acuerdos. Y exigirán también la negociación de la amnistía. Parece evidente que con estos mimbres maximalistas, este foro no tiene recorrido práctico a pesar de la voluntad del Ejecutivo central por encauzar la cuestión catalana, apaciguar los ánimos y cerrar las heridas con la solución de los indultos a los dirigentes presos.
El Govern de concentración soberanista no saldrá adelante porque la CUP y el PDeCAT se vetan mutuamente con lo que Aragonès tendrá dos opciones encima de la mesa: o repite una coalición entre ERC y Junts, que sufre ya una severa fatiga de materiales. O apuesta por un gobierno en minoría con los comunes que necesitaría jugar a la geometría variable con otros grupos para sacar adelante sus políticas. Si Junts se queda fuera del Govern, a ERC no le queda más remedio que jugar con la baza del PSC como apoyo externo del Ejecutivo. Es decir, lo mismo que en el Congreso, en Madrid, entre ERC y Sánchez, pero al revés. Aragonès ha dicho que no aceptará los votos socialistas en su investidura pero está por ver si en esa tesitura cumple su compromiso retórico. Porque podemos encontrarnos con un bloqueo que acarree una repetición de los comicios.
La campaña del 14-F ha sido una exhibición de simulación en la que tanto ERC como el PSC han intentado atraer a sus respectivas parroquias a determinados sectores para mejorar sus expectativas. Los republicanos, para frenar la fuga hacia Puigdemont-Borràs de su segmento más radicalizado. Y los socialistas, para atraer al máximo número de electores desencantados de Ciutadans, que ha dejado de ser voto útil. Tarde o temprano, los republicanos y los socialistas están condenados a entenderse aunque a corto plazo aún no se den las condiciones adecuadas para sellar una alianza.
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La jornada de hoy será también el escenario de otras batallas. Por ejemplo, Pablo Iglesias necesita salir no debilitado en Cataluña para capitalizar la coalición con el PSOE. Un retroceso serio de los comunes obligaría al vicepresidente a tensar más la cuerda en el Gobierno para no ver difuminado su perfil. Y Pablo Casado también juega su partido para frenar la previsible entrada de Vox en el Parlament. Si se produce un 'sorpasso' en la derecha, se agravaría el problema de implantación territorial en el PP. La gran incógnita es qué sorpresa depararán esta vez las urnas.
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