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No es exactamente el escenario ideal para el Gobierno, pero se le acerca mucho. A pesar de lo que se volcó Pedro Sánchez en la campaña de su exministro de Sanidad, Salvador Illa, a la presidencia de la Generalitat y de lo que se pudiera ... decir en público, los socialistas tenían bastante asumido que las posibilidades de que el PSC fuera la primera fuerza en escaños era muy remota y que el sueño de romper la mayoría independentista era demasiado ambicioso. La victoria en votos y el empate en escaños supo, pues, a gloria a pesar de que todo haga pensar que volverá a haber un 'Govern' de los partidos secesionistas.
El gran temor era que Junts per Catalunya se impusiera sobre Esquerra Republicana, la fuerza sobre la que el binomio Sánchez-Iglesias ha hecho descansar la gobernabilidad, en la pugna por la hegemonía del independentismo. Porque, a pesar de que esta formación había asegurado en las jornadas previas a los comicios que en ningún caso alteraría su apuesta por un camino de largo recorrido hacia la independencia, basado no en la unilateralidad sino en la negociación política con el Ejecutivo central y en el ensanchamiento de su base social, en el Gobierno daban por sentado que tendría difícil no hacerlo.
Los socialistas sostenían que ante una victoria de la formación de Carles Puigdemont, empeñado en la confrontación directa con el Estado, los republicanos se sentirían desautorizados y sufrirían una enorme presión de sus bases. No hablaban por hablar. El mismo día que empezaba la campaña ya vieron cómo ERC les dejaba a última hora al albur de Vox en la votación del decreto diseñado para la absorción del fondo europeo para la recuperación, el mismo día que empezaba la campaña. Pero, además, en esta última semana los republicanos les han adelantado que no les darán apoyo en algunas iniciativas que deben votarse en comisión y que hasta ahora contaban con su respaldo.
Las probabilidades de que las cosas vuelvan a ser como eran antes de que la batalla electoral desatara las hostilidades son ahora mucho más elevadas, según analizaban anoche en el PSOE. Y lo mismo ocurre con la conflictiva relación que les une a Unidas Podemos. Los socialistas son conscientes de que Pablo Iglesias está decidido a seguir manteniendo perfil propio, y saben que sus socios están temerosos ante la posibilidad de que sus votantes no entiendan los magros resultados de su paso por el Gobierno (sin intervención del mercado del alquiler, sin nueva subida del SMI, con un ingreso mínimo vital que no llega a todo el que lo necesita...). No dudan de que no les pondrán las cosas fáciles. Pero les preocupaba que un batacazo en Cataluña, seguido de los que ya sufrió en Galicia y País Vasco, les hiciera revolverse como una fiera herida.
A esa ansiedad vinculaban, de hecho, en el partido mayoritario del Gobierno, las polémicas declaraciones del líder de Podemos sobre la falta de «normalidad democrática» de España. A pesar de que muchos las consideraron graves y dañinas para el Ejecutivo, prefirieron quitarles hierro y circunscribirlas al lenguaje propio de las contiendas electorales. Ahora los socios tienen varias batallas pendientes por delante, entre ellas las de la ley de la vivienda o la ley trans, pero esperan que pronunciamientos de esta índole no se repitan. En Comú-Podem ha resistido aunque las posibilidades de entrar en el Gobierno de la Generalitat, para darle un giro progresista y reforzar el papel de visagra –para eso que a Iglesias le gusta llamar la «dirección de Estado»–, se desvanece ante la previsible alianza de las fuerzas independentistas.
En el entorno de Sánchez daban ayer por muy bueno el resultado de Salvador Illa. Éxito de Illa y éxito del propio Sánchez, que fue el impulsor de la operación que llevó al exministro a sustituir como cabeza de cartel al primer secretario del PSC y hoy ministro de Política Territorial, Miquel Iceta. «Es una recompensa al trabajo bien hecho y bien intencionado –alegaban–; todos se han enredado en Cataluña y nosotros queremos sacarla del lío en el que la han metido». Bajo ese prisma el Ejecutivo se siente más reforzado para seguir en su apuesta por el diálogo y la ruptura del bloquismo. Pero el resultado de los comicios en el bloque de la derecha augura que en esa tarea no lo tendrá fácil.
Está por ver cómo afecta el hecho de que Vox haya superado ampliamente tanto al PP como a Ciudadanos, pero cabe esperar una oposición aún más férrea a cualquier gesto que el Gobierno pueda hacer hacia el independentismo y en el horizonte próximo se vislumbran ya dos: la prometida reforma del Código Penal que puede aliviar las penas a los líderes independentistas condenados por sedición y los indultos sobre los que el Consejo de Ministros prevé resolver antes de que acabe el semestre.
En el Gobierno entienden, en todo caso, que la precaria estabilidad con la que han sobrevivido hasta ahora no está ya en riesgo y que nada amenaza ya que se pueda agotar la legislatura. Aunque siempre pusieron en duda que aun perdiendo, ER Cfuera a tensar tanto la cuerda como para forzar un adelanto electoral al que, con los Presupuestos aprobados, Sánchez habría podido resistirse.
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