Están tan asustados que lo único que les importa ya es gobernar. Aunque sea con Vox». Así se escuchaba palpitar en el escuadrón electoral del PP en Castilla y León en las horas previas a un escrutinio que bailó desde las guirnaldas para los populares ... del comienzo de la noche hasta unos parcos 31 escaños con los que podrán retener el poder, sí, pero a costa de someter a Alfonso Fernández Mañueco a un infierno. O pacto con Vox, subido en la campaña a la grupa del Cid Campeador, o una alambicada maniobra para intentar amalgamar a toda la España Vaciada en torno a una mayoría insuficiente pero que rete a los de Abascal a hacer la pinza con el 'sanchismo'. En cualquier caso, un vía crucis para quien podía haber agotado la legislatura de la mano conocida de Ciudadanos sin jugársela a la madrileña. Porque Mañueco se parece a Isabel Díaz Ayuso como un huevo a una remolacha, que diría Pablo Casado.
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Solo ellos, Alfonso y Pablo, saben hasta qué punto han suturado las heridas que abrió la apuesta del PP castellanoleonés por Soraya Sáenz de Santamaría frente al hoy presidente del partido. Pero ahora solo les queda apechugar con la decepcionante cosecha de un anticipo electoral teledirigido desde Madrid y desdichado para un Mañueco cuyo resultado encarna todas las penurias de Casado. Quiero, pero no puedo. Quiero, pero solo no llego. La dirección del PP había forzado a su candidato a la reelección a conseguir lo que se impone el líder a sí mismo: ganar allí donde habían vencido los socialistas en 2019 y hacerlo, además, con tanta holgura como para no depender de nadie. Ese es el mal que maniata a los populares, obligados a la conquista hercúlea de imponerse con mayorías incontestables porque no tienen con quién pactar por el centro -la OPA a Ciudadanos está devastando a los de Arrimadas- y con quien pueden hacerlo, no quieren. O no querían, porque anoche Mañueco no se comprometió con nadie pero abrió la puerta a un «gobierno estable que dé estabilidad a España». Y eso solo suma hoy con Vox.
El nuevo rey Pirro de Castilla y León, el que va a tener que beberse la cicuta de esta victoria, es un salmantino de 56 años con fama de gastar un temple a prueba de crisis, incluida la presunta corrupción en las primarias que acecha al partido en su provincia. Un líder grisáceo al que no se le reconocen facultades para proyectarse en la política española; en esto tampoco se parece a Ayuso. A diferencia de la presidenta madrileña, el rotundo triunfo que ayer se frustró no habría erigido a Mañueco en rival interno de Casado. Y el presidente en funciones castellanoleonés, hijo de alcalde durante el franquismo, yerno de otro reconocido prócer local y padre de dos hijas que le arropan en su dedicación pública, se precia de ser un 'hombre de partido'. Un político profesional que se remanga cuando toca. Y ahora toca. Él puede romper, Génova mediante, el tabú de gobernar con Vox. Bien por la necesidad a la que empuja el escrutinio de anoche, bien porque cunda en el PP la convicción de que no va a quedarle otra para recuperar la Moncloa.
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