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Elizabeth Holmes, con el fraude en la sangre
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Elizabeth Holmes, con el fraude en la sangre

Con 19 años sacudió los cimientos de Silicon Valley al fundar una empresa que ofrecía un método para diagnosticar enfermedades sin usar agujas, valorada en 9.000 millones. Juzgada por conspiración y estafa, ahora dice que su 'ex' en el amor y los negocios la tenía anulada

JON G. ARAMBURU

Domingo, 21 de noviembre 2021, 00:17

Dicen sus cronistas que cuando de pequeña le preguntaban qué quería ser de mayor, Elizabeth Holmes contestaba que billonaria. Que mejor eso que presidente de los Estados Unidos, porque con semejante fortuna no pasaría mucho tiempo antes de que él se fijara en ella. Años ... más tarde, ya en la Universidad de Stanford, esa seguridad en sí misma tampoco pasó desapercibida a sus profesores. Concibió un parche que examinaba a su portador en busca de infecciones y liberaba antibióticos para su sanación. Cuando le dijeron que eso no funcionaría, sencillamente les ignoró.

Aunque ya entonces apuntaba maneras, nada hacía sospechar que la joven Elizabeth se convertiría un día en el espejo en el que todos en Silicon Valley querrían mirarse. La acabarían llamando 'la nueva Steve Jobs' y la revista Forbes la aupó hasta ese limbo de celebridades donde el dinero -se entiende el que fluye a borbotones- dibuja los peldaños del éxito. Sus padres, burócratas con contactos en las altas esferas de Washington D.C. y depositarios de un linaje que se remonta a un tatarabuelo que hizo fortuna con la industria del pan, estaban más que orgullosos.

Casi dos décadas después, Elizabeth Holmes está inmersa en un juicio por fraude electrónico y conspiración del que podría salir condenada a 20 años de cárcel. El origen de su fortuna -y de su infortunio- hay que buscarlo en la empresa Theranos, la 'start-up' que fundó con apenas 19 años, tras aparcar sus estudios de Ingeniería Química. Holmes sorprendió a todos ideando -o eso decía ella- un test visionario, el Edison, que permitía detectar más de 200 enfermedades como el cáncer o la diabetes con una sola gota de sangre, desterrando el uso de las agujas.

Para muchos observadores lo ocurrido con Theranos es la manifestación de los problemas sistémicos que caracterizan la cultura de Silicon Valley, donde se alienta la arrogancia de jóvenes emprendedores con proyectos no desarrollados del todo. Claro que en el caso de Holmes, la confianza en sí misma y los apoyos recibidos inflaron la burbuja hasta límites insospechados. Desde el magnate de los medios de comunicación Rupert Murdoch o el multimillonario Carlos Slim hasta el expresidente Bill Clinton o la familia Walton, la más acaudalada del país, todos caían seducidos por una Elizabeth en permanente estado de gracia. Cómo logró convencer a gente tan curtida para invertir millones en un proyecto que ocultaba más de lo que mostraba amparándose en el secreto profesional y donde las cuentas auditadas brillaban por su ausencia, es un misterio.

Su imperio, que llegó a estar valorado en 9.000 millones de dólares y cuyos cimientos contravenían las leyes del sentido común, se derrumbó en 2015 como un castillo de naipes. La tecnología con la que había convencido a todos se demostró ineficaz y las investigaciones llevadas a cabo destaparon que Theranos había estado utilizando máquinas ajenas a la empresa para realizar pruebas que luego hacía pasar por propias. También que pretendía contar con el aval de farmacéuticas como Pfizer para captar inversiones, respaldo que no existía.

Estas y otras revelaciones fueron corroboradas por empleados descontentos, a los que la empresa trataba de atar en corto contratando un ejército de detectives privados. Las demandas comenzaron a amontonarse y los socios a desmarcarse cuando las autoridades sanitarias le retiraron la autorización para realizar nuevos análisis de sangre. Tras dos años en el dique seco, Theranos se disolvió en 2018 para estupor de los inversores, que habían perdido más de 700 millones.

Guerra sin concesiones

Elizabeth Holmes sostiene que el suyo era «un negocio legítimo que generaba valor para los inversores». Los fiscales niegan la mayor: aseguran que engañó con sus pruebas a los pacientes y que en su afán de conseguir patrocinadores exageró las cualidades de su método. Sus abogados, por el contrario, dicen de ella que sólo era una mujer de negocios que fracasó, pero en modo alguno una estafadora.

Pese a lo abrumador de las pruebas, la ahora encausada no está dispuesta a ver pasar la vida desde una celda. Su estrategia pasa por descargar la responsabilidad de lo ocurrido sobre Ramesh 'Sunny' Balwani, el que fuera su socio y pareja cuando todo era color de rosa. Y dispara con perdigón lobero. Le acusa de anular su capacidad para tomar decisiones y hasta de haber abusado de ella sexualmente. Balwani, que tendrá su propio juicio el año que viene, ha calificado sus declaraciones de «indignantes», al tiempo que sostiene que todas la decisiones se tomaron de común acuerdo como socios que eran.

Holmes conoció a Balwani al poco de dejar Stanford, en un curso de inmersión lingüística en China, y se fue a vivir con él. Él, que le doblaba la edad, había trabajado como ingeniero de software. Le nombró director de operaciones y supervisor de laboratorios, aunque nunca había trabajado en uno. Mantuvieron su relación en secreto durante una década.

En la actualidad, Holmes está casada con el magnate hotelero William Evans, al que conoció tras quedar en libertad bajo fianza, y es madre desde hace cinco meses. Su historia ha servido ya de inspiración para un documental, una serie televisiva protagonizada por Amanda Seyfried ('Los Miserables', 'Mamma Mía') y hasta un biopic con Jennifer Lawrence, 'Bad Blood' (Sangre mala). Mientras se suceden las sesiones en la Corte de San José (California), ella se mantiene en sus trece: repite a todo el que quiere escucharla que es inocente y que su intención de sanar fue en todo momento genuina. Que se equivocan los que dicen que lleva el fraude en la sangre.

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