Isabel F. Barbadillo
Lunes, 11 de abril 2016, 11:16
Peina canas sin gomina. Acusa cierto cansancio en la mirada, pero en ese buen trecho de carretera que une Madrid y Orense, donde vive desde hace cuatro años, hace escala en el parador nacional de Tordesillas. Viste traje azul y corbata de finos lunares a ... tono, camisa blanca y gafas de imán colgadas del cuello. Su inseparable iPad reposa sobre la mesa. Al poco de iniciar la entrevista, concedida en 2012, Mario Conde (Tuy, Pontevedra, 14 de septiembre de 1948) se recompone, recupera energías y se entrega a la nueva causa de divulgar su proyecto político. El partido que comanda, Sociedad Civil y Democracia (SCyD), concurrirá a las próximas elecciones gallegas. Él será el candidato a la presidencia de la Xunta y se presenta por Pontevedra, para competir con Núñez Feijóo. "Ni he perdido la cabeza ni estoy muerto. ¡Al revés!", deja claro.
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El exbanquero que cumplió un lustro de prisión por dos condenas cuatro años por el caso Argentia Trust y otros veinte por apropiación indebida, estafa y falsedad en el caso Banesto, se reinventa a sí mismo y asegura que desembarca en política sin revanchismos ni venganzas, con el propósito de ayudar a la sociedad civil a que recupere unos derechos que "le ha hurtado la actual casta política".
¿Tiene mono de poder?
No, y tampoco quiero poder, aparte de que el poder no es una cosa que se tiene, sino que te dan. Nosotros estamos tratando de ganar una autoridad, en el sentido de ser los dueños de la sociedad civil, simplemente para que los ciudadanos recuperen sus derechos.
Pero los cambios solo pueden hacerse desde arriba, desde el poder.
No hay otra. Por eso nos hemos constituido en partido político. Lo hemos intentado desde la sociedad, hemos escrito, gritado, hablado, no sirve de nada. La clase política hace oídos sordos.
Mario Conde hace gala de sus dotes de orador, intenta dar coherencia a su discurso, se enfada si se le contradice. Argumenta, gesticula y enfatiza para convencer. Sorprende la energía con la que defiende su causa y esa forma de sentir y transmitir que de sus derrotas políticas y personales siempre sale reforzado. Tiene su secreto. Confía en sí mismo, en el esfuerzo. Ha matizado esa altivez que le caracterizó en los años ochenta y noventa, cuando era presidente de Banesto y se codeaba con la flor y nata de la clase política y económica. En estos 20 años el 28 de diciembre de 2013 se cumplen dos décadas de la intervención de la entidad financiera ha aprendido a ser más cercano y a recubrirse de un halo humanista y espiritual imbuido de filosofía oriental.
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No sé si la espiritualidad es muy compatible con el poder con mayúsculas.
No tiene nada que ver. Yo creo que hay que recuperar la idea de la humanidad. La visión de que nosotros estamos aquí sin saber por qué hemos nacido y que lo que tenemos que hacer es comer y fornicar, te lleva a relativizar el bien y el mal, a pensar que no somos nada. Eso conduce a un tipo de moral, que en realidad es una amoralidad, que genera una relación del hombre con el hombre muy nefasta. Sin embargo, si creemos que hay un proyecto de humanidad, que estamos aquí por algo y para algo, que somos simples eslabones de una cadena, no quieres ser una nota discordante en una melodía.
Usted practica yoga, como Rodrigo Rato.
Ah, no tenía ni idea.
Ha dicho que siente pena por él, por lo que va a tener que pasar. No creo que la gente piense lo mismo.
Desde luego, a la gente no le da pena. Lo que pasa es que la gente tampoco sabe muy bien por lo que está pasando. Yo es que no le deseo mal a nadie y realmente le quedan malos tragos.
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Pero si ha hecho una mala gestión, tendrá que responder.
Sí, sí. No tiene que ver una cosa con la otra. El que ha hecho algo mal la paga, tiene que ser así. Pero por el hecho de que tenga que ser así, sé que lo va a pasar muy mal.
Tal vez no vaya a la cárcel.
No lo sé. Pero hay dos tipos de cárcel, la física y la emocional. Y la emocional significa que te acuestas por la noche y piensas mañana tengo tal cosa, pasado tal otra, y qué me dirá este o el otro. Nuestra mente puede ser una cárcel, y muy dura.
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Quizás ahora vuelva a la política para resarcirse o vengarse de algún modo.
No. La venganza es humana, es natural y el que diga que no, miente. Pero ha pasado demasiado tiempo y lo he superado. En estos momentos no tengo instinto de venganza. Al revés, quiero que estas cosas no vuelvan a pasar, tengo hijos y nietos. El pasado es un sitio al que no se puede ir, no hay ningún autobús que te lleve allí, entonces tenemos que avanzar hacia el futuro. Si no sabes de dónde vienes es difícil saber a dónde vas. Vamos a hacer un diagnóstico de lo que pasó para que no vuelva a pasar, pero eso no es instinto de venganza, es tener ganas de construir adecuadamente el futuro.
Pretende reinventarse a sí mismo, pero en realidad ya lo ha hecho...
Es nuestra misión. Empecé siendo abogado del Estado y a los tres años estaba cansado; me fui a la industria farmacéutica y a los seis años lo dejé; luego entré en la banca y me echaron. Estuve en prisión y también me echaron de la cárcel (risas), difícil pero me echaron, luego he escrito muchos libros y he tenido mucho éxito.
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¿Su pasado es un activo o una rémora?
Es un activo. Si hay alguien que cree que la justicia es independiente y que apoyó mi condena, pues bueno, ya la pagué. Pero mucha gente sabe que la justicia está politizada, que en mi caso se trató de un juicio político y que el fallo estuvo influido por el poder político. La última sentencia fue anulada por el Comité de Derechos Humanos de la ONU.
"No creo en redentores"
Por cierto, usted recibió beneficios penitenciarios del juez José Luis Castro, que ha facilitado la excarcelación del secuestrador de Ortega Lara.
Le tengo mucho respeto al juez, pero en el caso Bolinaga se ha equivocado claramente. Al margen de si se encuentra en estado terminal, debe cumplir unos requisitos como el arrepentimiento o pedir perdón a las víctimas.
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Ayudó a muchos presos en Alcalá Meco. También cuentan que ha contratado y buscado empleo a algunos de sus compañeros de celda.
He ayudado no solo a encontrarles empleo, sino a montarles sus propios negocios. A alguno le iba muy bien hasta que le ha enganchado también la crisis. El problema es que la sociedad es muy hipócrita. Hay que ser sinceros, si se presentan a un puesto de trabajo dos personas, una mediana en competencia pero que no tiene antecedentes, y otra que es buena pero tiene antecedentes, pues se acaba contratando a la primera.
No cree Mario Conde en la reinserción por la escasez de medios humanos para atender a los 70.000 presos que hay en España, casi la mitad extranjeros, pero él se ha rehabilitado y no para de darle vueltas a sus ideas sobre la construcción de una nueva sociedad, a la reforma de una Constitución que se ha quedado vieja y es un "corsé del que se aprovecha la casta política para mantener sus privilegios". Habla de recomponer un Estado "que se ha desmembrado en diecisiete", de conceder más competencias a las ciudades en torno a las que se articula la vida de las personas. Está de acuerdo con la dación en pago cerrar la hipoteca solo con la entrega de la vivienda, y despotrica contra los bancos que piden dinero y luego no se lo prestan a los ciudadanos, a los que dejan en la calle por desahucio. Apoya a reforma de la ley del aborto de Gallardón y dice que él no hubiera respaldado la ley de matrimonios homosexuales, pero que tampoco la recurriría. Reniega de la corrupción, pero, a su manera, defiende esa cultura del pelotazo que él vivió y fomentó.
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Claro, a mí me gustan esos pelotazos. Yo quiero que la gente me imite. Primero, que se vaya a la Universidad de Deusto y obtenga todo matrículas de honor; segundo, que consiga hacer una oposición de abogado del Estado (mejor nota de la historia de España); que consiga estar siete años trabajando en la industria farmacéutica. Eso está muy bien. Si todo el mundo sigue ese camino del esfuerzo, encantado.
Cree el candidato en sus posibilidades y en conseguir muchos más de los 25.000 votos logrados en 2002 por el CDS, en Madrid. Porque la sociedad ha cambiado, dice. «La del 2000 era opulenta, la bolsa estaba en sus picos máximos y la clase política era más respetada, no una casta como ahora. No había ninguna inquietud, ni ningún sufrimiento instalado en la sociedad española, la gente creía incluso que la justicia era justicia. No se parece en nada a la del 2012».
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Los bancos tampoco eran un problema...
No lo eran, y se creía que el Banco de España era una institución respetada. De repente, toda esa arquitectura social ha desaparecido del mapa. Se ha producido lo que nosotros llamamos un fallo multiorgánico. Hay una conciencia colectiva de fracaso. La sociedad española está triste, tiene mucho miedo y está frustrada.
¿Y usted se erige en salvador?
No creo en los redentores ni en los salvadores. Creo en las personas que arrancan en un autobús y dicen nos subimos, vamos. El conductor no es ningún redentor. Simplemente dice vamos para allá ¿queréis venir?, y los demás se suben.
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Y él es un conductor: «Después de todo lo que ha pasado no he perdido la cabeza ni estoy muerto, al revés. Creo que el hombre es un buen producto y ha de saber sacar de dentro de sí mismo un tipo de energía, que yo llamo espiritual porque soy creyente. Es lo que te mantiene en pie. Durante todos estos años yo me propuse que un día estaríamos aquí charlando y hemos llegado».
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