enric Gardiner
Jueves, 2 de abril 2020, 00:54
A lo largo de la historia solo las bombas han podido parar al tenis. Las dos grandes guerras de la primera mitad del siglo XX fueron las únicas causas que han hecho a los tenistas envainar sus raquetas y abandonar las pistas. Con ... el coronavirus, el mundo del tenis se teme una situación similar, una suspensión en las competiciones que se alargue sin un fin en el horizonte y que trastoque un deporte que evolucionó sin parangón desde las ya lejanas guerras mundiales.
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La primera de ellas, ocurrida entre 1914 y 1918, se cobró doce 'Grand Slams' sin disputarse. El Abierto de Australia se celebró en 1914, meses antes de que comenzase el conflicto, y también en 1915, pero no en 1916, 1917 y 1918. Que la guerra no se iniciase hasta julio del 14 permitió que tanto Roland Garros como Wimbledon salieran adelante aquellos años, pero la herida de la contienda se extendió con tal profundidad en estos países que no se volvió a ver tenis en ellos hasta 1919 en Inglaterra y 1920 en Francia.
Estados Unidos, con su entrada en la fase final de la guerra y siempre evitando la refriega en suelo propio, pudo seguir disputando el US Open, aunque solo un europeo jugó en los años de conflicto.
Pero la guerra no dejó secuelas solo en los torneos, también en los tenistas. El caso más sonado fue el del neozelandés Anthony Wilding, once veces campeón de 'Grand Slam' (seis en individuales y cinco en dobles) que murió en mayo de 1915 en la ofensiva británica de Neuve-Chapelle.
El golpe de la Gran Guerra fue duro, pero el tenis renació dando unas décadas prodigiosas, con figuras como René Lacoste, Henri Cochet y Suzanne Lenglen, en Francia, Bill Tilden y Helen Wills, en Estados Unidos, o Lilí Álvarez, en España.
La nueva batalla entre el eje y los aliados supuso que Australia cerrara de 1940 a 1946; París, invadida por los nazis, celebró un torneo similar a Roland Garros del 41 al 45, aunque no fue reconocido por la Federación francesa de tenis. El US Open no se canceló, pero la presencia de jugadores no norteamericanos fue prácticamente una anécdota hasta 1946.
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¿Y qué pasó con Wimbledon? El 'Grand Slam' sobre hierba, que el miércoles se canceló en su edición de 2020, fue el más traumatizado. Ubicado en el municipio de Merton, al suroeste de Londres, el torneo sirvió como refugio para militares y civiles y como puesto de ayuda para médicas y heridos, según explica el libro «Wimbledon y Merton en la guerra moderna».
El torneo fue objetivo prioritario de la Luftwaffe y sus continuos bombardeos por creer los alemanes que en ese vecindario habitaban generales de alto rango, así como fábricas de armamento y munición camufladas en empresas de juguetes.
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ENRIC GARDINER
Se calcula que durante la guerra cerca de 400 bombas cayeron sobre el exclusivo barrio londinense, dañando más de 12.000 hogares, destruyendo más de 800 casas y matando a 150 vecinos. Algunos de aquellos proyectiles, para ser más precisos los lanzados la noche del 11 de octubre de 1940, también defenestraron partes del All England Club.
Una de las bombas cayó sobre el tejado del club social, otra en Church Road, la calle principal que lleva al torneo, y dos más se estrellaron en el parque que se localiza enfrente de las instalaciones de Wimbledon. La más importante se llevó por delante parte de la pista central y 1.200 asientos.
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Unos daños que se repararían años más tarde, ya con la guerra acabada, pero dejando unas cicatrices difícil de supurar. Fabio Fognini, tenista italiano, se desesperó en un partido de la edición de Wimbledon 2019 y tocó la herida inglesa. Apartado en una de las pistas exteriores, por la que es habitual la circulación de espectadores y el ruido, gritó al cielo londinense «ojalá cayera una bomba en el club». Un desastre que ya había pasado 70 años atrás.
Pero la guerra no solo trajo desgracia a Wimbledon, también dejó una de las anécdotas más preciadas que el 'Grand Slam' atesora. Hans Redl fue un tenista austríaco que disputó dos eliminatorias de Copa Davis bajo la bandera de la Alemania nazi en 1938. Durante la Segunda Guerra Mundial, luchó en la Batalla de Stalingrado, donde perdió el brazo izquierdo, lo que no le apartó de seguir jugando al tenis.
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De 1947 a 1956, disputó diez ediciones de Wimbledon consecutivas. El torneo le permitió jugar pese a tener solo un brazo. La única norma que le impusieron es que tenía que lanzarse la pelota con la raqueta al sacar.
Poco ortodoxo, sí, pero no le impidió ganar ocho encuentros a lo largo de aquellos diez años, incluyendo su fantástico debut en el 47, donde alcanzó los octavos de final. Una nota optimista dentro de todo el horror que fue la guerra, la única herramienta capaz de detener el tenis hasta que llegó la pandemia.
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