enric gardiner
Madrid
Lunes, 14 de enero 2019, 13:31
Desplazado por la organización a la tercera pista en importancia del torneo, la Hisense Arena, Andy Murray golpeó de la mejor forma posible las que pudieron ser sus últimas pelotas como profesional. Una vez anunciada su retirada en este 2019, el escocés dejó caer que ... el Abierto de Australia puede ser su último torneo. La épica derrota ante Roberto Bautista (6-4, 6-4, 6-7 (5), 6-7 (4) y 6-2) puede confirmar la marcha del circuito del cuarto integrante del llamado 'Big Four' con tan solo 31 años, pero lastrado por una lesión que le atormenta desde hace veinte meses.
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A las lágrimas que tiñeron su mensaje de despedida en la rueda de prensa de hace unos días, cuando aventuró una retirada en Wimbledon, complicada por el dolor que siente y que no puede aguantar, se le sumó la presencia en su palco de su familia, representada por su madre, Judy, y su hermano, Jamie, y un partidazo a la altura de muy pocos.
La historia del encuentro parecía sencilla durante los dos sets y medio que dieron paso a la aparición del viejo Murray. Bautista demostró la solidez que le hizo hace unas semanas campeón de Doha ganando a jugadores como Stan Wawrinka y Novak Djokovic y Murray quería, pero no podía. El castellonense controlaba y el escocés sacaba algún destello de gloria. El público, condicionado por todo lo que conlleva Murray, le apoyaba incondicionalmente. Daba igual que Bautista ganase el primer y el segundo set. La gente quería disfrutar de los últimos raquetazos de Murray, aunque su nivel, a años luz del mejor que se le ha visto, da para competir, quizás no para ganar como antaño, pero sí para llegar en condiciones a Wimbledon. El condicionante que decidirá si el de Dunblane recorre todo el camino hasta el All England Club londinense será el dolor.
Para Murray, lo más sangrante no era el resultado, era verse fuera de esa posibilidad real de competir en un torneo que le ha visto llegar en cinco ocasiones a la final, todas ellas con derrota.
Con Bautista dominando por 6-4, 6-4 y 2-1 con rotura a favor, Murray volvió. Remontó un 30-0 y acabó rompiendo a Bautista tras un intercambio agotador y una ovación de escándalo.
Algún revés con su marca sellada, carreras de lado a lado de la pista y las celebraciones sobrias, pero emocionantes. Murray estaba en la pista. Se vació, se lo demostró a Bautista y al público y forzó un desempate que le cubrió de gloria puede que por penúltima vez. Rugió sobre la pista y llevó el partido a un cuarto parcial, que le encumbró aún más.
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Mientras a Bautista le encogía el escenario, Murray recuperaba los visos del pasado. Era una roca hinchada por el público. Otro desempate, este más claro aún, determinó el cambio de tendencia del encuentro y la llegada de un quinto set apasionante. Parecía no tener techo, su capacidad de bregar durante casi cuatro horas para mandar su despedida a un quinto set era envidiable. Las gradas morían por él y él moría en la pista por su deporte.
Que no le quedara gasolina en el depósito para pelearle el último parcial a Bautista fue solo una anécdota. Murray también ganó este partido.
Andy no se merece nada menos que poder decir adiós a catorce años de carrera en Wimbledon. Si el dolor se lo permite, será el adiós a una leyenda, porque este lunes, Murray ganó, aunque el resultado diga lo contrario.
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