Una carrera al sprint

Joan Mir (Palma de Mallorca, 1997) estaba a punto de llevarse el título de Moto3 de esa temporada, en su segundo curso completo en el Mundial, tras haber debutado a finales de 2015 en Australia como sustituto de un piloto lesionado. En 2018, Mir saltaba a Moto2. Un año después, dentro de su estrategia de captar jóvenes talentos, Suzuki le reclutaba. Y en su segunda temporada Mir se ha llevado el título, convirtiéndose así en el cuarto español en proclamarse campeón del mundo de la clase reina, tras Álex Crivillé (500cc), Jorge Lorenzo y Marc Márquez (MotoGP). «Es muy maduro teniendo en cuenta que es muy joven y que es solo su segundo año en MotoGP. Un talento increíble. Nadie esperaba que pudiese ganar el campeonato este año. Pero si lo hace se lo merece al cien por cien, porque ha sido el más constante», reflexionaba Valentino Rossi el viernes desde el Ricardo Tormo, antes del gran momento para el mallorquín, cuya carrera mundialista ha ido a toda velocidad.

Mir no viene de una familia de tradición motera. Su padre, Juan, regenta dos tiendas especializadas en patinaje en línea en Mallorca, aunque el nuevo campeón de MotoGP sí que tuvo cerca la referencia de Joan Perelló, primo de su progenitor, que disputó el Mundial 2011 en 125cc, aunque sin mucha fortuna. Verle fue lo que hizo que pudiese subirse a una moto, además de que es por él por el que luce el número 36.

La trayectoria de Mir no contó ni con apoyos especiales, ni con guías experimentados, como por ejemplo sí ocurrió con las de campeones como Lorenzo o Márquez. Se curtió en diferentes copas de promoción (minimotos y minimotard en Baleares, la Cuna de Campeones valenciana, el Motodes) hasta que aterrizó en 2013 en la Red Bull Rookies Cup, el primer escaparate serio en el que se mostró. En esta competición que se disputa en paralelo con algunas carreras del Mundial fue noveno el primer año y subcampeón uno después, tras Jorge Martín. Esto le permitió pasar el FIM CEV Repsol de Moto3, el conocido como Mundial júnior, con la escudería Leopard Racing, que también participa en el Mundial de la cilindrada pequeña.

En ese 2015 fue cuando dio dos golpes sobre la mesa que sirvieron de punto de inflexión a su trayectoria. Primero en la carrera de Francia del FIM CEV, la única que se disputa en el mismo fin de semana que la del Mundial, un buen escaparate. Sobre una poco competitiva moto (Ioda) fue capaz de colocarse al frente de la carrera en ocho vueltas después de haber salido desde el puesto 27. Mir terminó por los suelos, y después llorando desconsoladamente en su box, aunque aquella exhibición tuvo mucha visibilidad. Ese mismo año Leopard Racing le llevó a Australia para su antes mencionado debut mundialista, sustituyendo al lesionado Hiroki Ono, con una moto, la Honda, que no conocía, y en un circuito, Phillip Island, en el que nunca había rodado. En carrera llegó a pelear en los puestos delanteros, y eso hizo que su escudería decidiese apostar por él en 2016, como compañero de Fabio Quartararo, uno de sus principales rivales en este 2020.

En Austria consiguió su primera victoria, a la que sumó un par de podios más. En 2017 afrontó con éxito el reto de conseguir el título, en un curso en el que terminó con diez triunfos y en el que demostró esa inteligencia destacada por Márquez, cuando ni él ni nadie imaginaba lo que iba a llegar tan pronto. Con constancia y solidez, en una campaña que debía de haber sido la de su consolidación (el título, en ausencia del lesionado campeón, tenía que haber sido cosa de pilotos como Viñales, Rins, Dovizioso o Quartararo), Mir ha terminado consagrándose como una de las estrellas de MotoGP.