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Es difícil caminar por Camponaraya y encontrarte con alguien que no conozca a su vecina más ilustre. Todo recuerda a ella. El pabellón, una calle e incluso una escultura a la entrada del pueblo.
Hace 38 años que nacía una campeona que llevó a este sencillo pueblo berciano a la élite del deporte mundial. Pero Lydia Valentín es mucho más.
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Es un ejemplo para las mujeres por su lucha, por su raza y por su aspecto. No le importaba romper barreras y superar cualquier meta que se le pusiera por delante.
El deporte fue injusto con ella. Le birló el mayor sueño de cualquier atleta: ser campeón olímpico y subirse a lo más alto del podio, como mereció en Londrés 2012. No pudo escuchar el himno de España que se había ganado en la tarima. El dopaje se cruzó en carrera o, mejor dicho, en la de sus tramposas rivales que relegaron a Lydia en la clasificación hasta que el tiempo puso a cada uno en su sitio, y el de Valentín era la cima.
Siempre recordaba a su pueblo, a su comarca y a su provincia. Allá donde fuera. Con las tres medallas olímpicas, con sus mundiales y europeos, esta berciana guardaba arraigo y volvía siempre que podía a su Camponaraya natal.
La retirada le llega de forma abrupta e inesperada. Una lesión le ha impedido retirarse en sus últimos Juegos Olímpicos, los de París 2024, donde podía presumir de haber sido abanderada.
La niña de Camponaraya, coqueta y presumida, como ella mismo confirmaba, ha decido colgar la pesa; no volverá a mostrarse orgullosa sobre la tarima ni hacer su característico gesto de corazón al acabar una sobresaliente actuación en arrancada y dos tiempos.
Lydia lo deja en lo más alto, como los mejores. Con un imborrable palmarés que nadie ya la puede quitar. Lo que el deporte no le dio, se lo dará ahora su gente. Se despide la deportista leonesa más laureada de todos los tiempos. Se retira un rostro que irradiaba felicidad sobre un cuerpo musculado que la permitió escapar hasta la cima a la que solo pueden llegar los mejores de la historia del deporte.
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