Nicolas KIENAST (colpisa / afp)
TOKIO
Miércoles, 30 de octubre 2019, 18:43
Desde que llegó al puesto de seleccionador de Inglaterra hace cuatro años, el australiano Eddie Jones ha preparado de manera minuciosa, táctica y físicamente, al equipo para poder reconquistar el título mundial. El sábado, en la final contra Sudáfrica, tiene la oportunidad de ... cumplir esa misión.
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El destino ha querido hacerle un guiño. Eddie Jones era el seleccionador de Australia cuando ese equipo perdió la final del Mundial de 2003 (20-17) precisamente contra Inglaterra.
El XV de la Rosa tocó fondo en el Mundial que albergó en 2015, cuando no logró superar la fase de grupos. Los responsables de la Federación nacional sacaron la chequera para fichar a uno de los mejores entrenadores de rugby del mundo, avalado por haber conseguido en ese Mundial una histórica victoria con Japón ante Sudáfrica (34-32).
Eddie Jones se convertía así en el primer extranjero al frente de la selección inglesa y en el entrenador mejor pagado en el deporte del balón ovalado.
A sus 59 años, el prestigio de Jones como entrenador es enorme, construido a base de éxitos desde mediados de los años noventa, tras finalizar su carrera como jugador. Además del subcampeonato mundial con Australia, Eddie Jones conquistó el Super Rugby en 2001 con los Brumbies y formaba parte, como ayudante-asesor, del cuerpo técnico de la Sudáfrica campeona del mundo en 2007.
Ante todo, Jones es conocido como una maestro táctico, cuyo plan de juego asfixió a Nueva Zelanda el sábado en semifinales (19-7). Se sacó de la chistera una dupla de aperturas formada por Owen Farrell-George Ford, que desarmó a los All Blacks.
«Ha entrenado a tantos equipos que, desde el lunes, sabe exactamente el plan de juego que va a permitirnos ganar el fin de semana», estima uno de sus hombres, Elliot Daly.
Eddie Jones es también un especialista en las frases que se transforman en grandes titulares, con las que a menudo traslada presión a través de los medios de comunicación. A sus adjuntos y colaboradores les exige un 100% de dedicación. «Todos habéis oído decir que Eddie es capaz de llamar al analista táctico a las 2 o las 3 de la madrugada para preparar vídeos. Eso te da una idea de su exigencia», cuenta Bryan Habana, wing de los Springboks campeones del mundo en 2007. «Eddie siempre es sincero. Sabes exactamente lo que piensa de ti», señala Daly.
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Pero no siempre es un ogro y autorizó a sus jugadores a beber «tres o cuatro cervezas» en las noches de concentración en Pennyhill Park, el lugar de entrenamiento del equipo cerca de Londres.
Este hijo de un militar australiano y una estadounidense-japonesa fue profesor en el pasado y es un apasionado del rugby. Prepara sus entrenamientos con técnicas innovadoras e incluso ha recurrido a expertos en judo y artes marciales mixtas (MMA) para mejorar las posturas en el contacto. El año pasado también llamó al neozelandés John Mitchell (defensa) y al australiano Scott Wisemantel (ataque) para la musculación de sus pupilos.
También ha tenido contactos con nombres importantes del fútbol -se entrevistó con los técnicos Arsène Wenger y Guus Hiddink- y del ciclismo, para ver cómo esos deportes pueden aportar detalles a sus entrenamientos.
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En estos cuatro años, el camino no ha sido siempre fácil. Tras dos primeros años fastuosos, marcados por un título con pleno de victorias en el Torneo de las Seis Naciones de 2016 y una racha récord de 18 partidos ganados, Inglaterra tuvo un 2018 preocupante, con cinco derrotas seguidas.
La de este sábado será la cuarta final mundial que disputa Inglaterra. La última la perdió precisamente ante su rival de esta edición, Sudáfrica, hace doce años en el Stade de France de París. Eddie Jones tiene todo en su mano para sacar esa espina que el rugby inglés tiene clavada desde entonces.
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