Entre medallas, trofeos, cuadros y los recuerdos de toda una vida, Ángel, a sus 74 años, mantiene el espíritu de aquel chaval que en 1967 se subió a su primer tatami, en la calle Sahagún, para estrenarse en el saludo. «Oss», repite en dos ocasiones al inicio de cada práctica.
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Han pasado casi 60 años desde que tomó las primeras lecciones de aikido, jiu jitsu y kárate con el maestro José Menéndez Piñeiro, con quien entrenaba tres horas seguidas. Junto a él estuvieron otros dos referentes de las artes marciales en León, Fernando Fernández y Pascual, con quienes practicó sus primeras katas.
Ángel ha dedicado casi toda su vida al kárate un deporte de origen japonés con un amplio significado para él. «El kárate es respeto. Y hay una frase que lo dice todo: se empieza con una defensa, no es atacante».
Hizo ingeniería de minas y se fue a trabajar a la cuenca de Laciana, donde siguió con este deporte. Cuando el empleo en la industria extractora empezaba a caer, se recicló con el kárate y montó su propio gimnasio en Villablino donde combinó técnica, kata, kumite y defensa personal para enseñar a nuevas generaciones este arte marcial que tanto quiere. «Por mis manos han pasdo unos 500 alumnos y más de un centenar tienen el cinturón negro, y algunos el sexto dan». En sus clases imponía su filosofía: «Respeto y, siempre, con educación».
La práctica la dejó por causas laborales, en 2006, cuando le contrataron como jefe de ingeniería en el Aeropuerto de Madrid, luego en Málaga y más tarde en Vigo. También participó en la obra del parque temático de Warner. Y volvió a la acción en el 2020, con 70 años, cuando le invitaron a presentarse a campeonatos para veteranos. El presidente de la federación autonómica, Luis Luengo, le puso esta opción en la mesa y él la cogió. «A estas edades, mientras se pueda, lo veo positivo. Dolores tenemos todos, por todos sitios, pero hay que superar eso».
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En estos años ha logrado dos bronces y dos platas en competiciones nacionales, a pesar de entrenar en el garaje de su casa, él solo y en unas condiciones rudimentarias. «Siempre lo he hecho aquí para estos campeonatos. Lo hago en duro, en el suelo, y con zapatillas. Cuando voy al tatami lo noto por el desequilibrio, pero no me quejo; y no me va mal de momento».
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El kárate es más que una disciplina, es un estilo de vida que impone en cualquier momento. Por un lado está la parte física y por otra el mental. «Estoy sentado en una silla, en mi salón, y estoy pensando que me pueden venir a atacar por un lado y aplico una táctica». Siempre hace las katas en la misma dirección, guiándose por las cuatro paredes del 'dojo', el gimnasio japonés que imagina en su casa de Azadinos. En un lado está el kamiza -la más importante-, donde se sitúan los kamis con las fotos de maestros; y tras ello va la joseki, la shimoseki y la shomen. Cuando se terminan las clases, saluda a la kamiza; y el alumno más aventajado hace el saludo de rodillas en el joseki. «Todo tiene una explicación filosófica».
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Hizo boxeo, kárate, muay thai y thai boxing. Su vida siempre ha estado vinculada a las artes marciales, sea como sea. Y así lo seguirá siendo hasta que la salud se lo permita. Le gustaría tener un gimnasio, pero se conforma con acudir a un centro deportivo a hacer musculación, correr por los caminos cercanos a su casa y seguir preparándose en su casa. «Seguiré entrenando porque cuando no entreno no me encuentro bien», y en su horizonte ya marca cumplir los 80 años sobre el tatami.
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