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S. gallo
Domingo, 24 de abril 2016, 13:18
Carolina Rodríguez (León,1986) afronta la cita olímpica, casi con toda seguridad como la última de una dilatada carrera en la que ha tenido que superar muchos obstáculos, lo que han llevado a apodarla como la 'gimnasta milagro'. Aunque reconoce tener todavía la ilusión de ... una niña pequeña, cree estar hecha de buena calidad para haber llegado con su carrera hasta este momento, pero no oculta que ahora toca iniciar otra vida en la que la gimnasia, que le ha dado todo, seguirá formando parte de ella. Y dirá adiós con varios récords a su espalda y en lo más alto.
Faltan solo unos meses para los Juegos Olímpicos. ¿En esta recta final de la preparación, con qué sensaciones llega?
Es importante la preparación que llevo, porque un ciclo olímpico no son cuatro años, es una vida, y es mi motivación en el día a día. Trabajamos con mucha presión desde pequeñas, pero conseguir la madurez de una gimnasta son muchas horas y se tardan muchos años. Me siento una privilegiada porque ya he madurado como gimnasta, disfruto más de las competiciones y ahora busco calidad. Como tengo más control de mi cuerpo sé hasta dónde puedo llegar y lo voy llevando, para mí lo importante es que estoy clasificada para los Juegos, que es mi motor, si no, no estaría haciendo gimnasia.
Habla de madurez, como gimnasta y como persona. ¿Eso le permite disfrutar más del deporte?
Hay momentos en que se pasan muchas cosas por la cabeza, pero ahora disfruto de cada viaje, de cada momento, porque sé que los voy descontando con los dedos de la mano. Llevo la ilusión de una niña pequeña y a nivel personal me encuentro muy bien y eso ayuda también a lo deportivo. En un deportista influyen mucho las emociones, la calidad de vida y en estos momentos, por ambas partes, la Carolina persona y gimnasta están en un momento pletórico.
Dice que su reto era sentirse gimnasta. Después de todo lo que ha pasado en su carrera, ¿lo ha conseguido?
Si, siempre me he sentido gimnasta. Desde que vi los Juegos Olímpicos de 1996 decía que quería ser olímpica y desde ese momento creo que me he sentido gimnasta todos los días. He llevado una vida totalmente dedicada al deporte, aunque he compaginado mis estudios de Psicología, que ahora los tengo un poco aparcados, porque sé que el tren pasa solo una vez, y lo retomaré después de Río. Todos los días que me levanto es una rutina, sé que cuando no lo haga lo voy a echar de menos. Es un estilo de vida para mí, intento ser la mejor en lo que sé hacer y viajar para poder demostrar mi trabajo en un minuto y medio que dura el ejercicio.
¿Qué significa para usted la gimnasia?
Todo. Me ha dado tiempo a hacer de todo en 30 años, pero ha sido mi forma de vida, entonces tampoco sé qué hay detrás. Ahora que es mi momento de abandonar esto cuando acabe Río, descubriré qué es lo demás.
Hace cinco años su objetivo era estas en los Juegos de Londres. No solo estuvo allí, sino que va a participar en sus terceroa cita olímpica.
Es un sueño hecho realidad tres veces. Los primeros Juegos los viví de carambola, porque venía de ser una gimnasta individual, había fallecido mi hermano y en diez meses me dicen que si me incorporo al conjunto, lo veía algo surrealista. Tenía la oportunidad en bandeja y lo intenté hasta que lo conseguí. Con 18 años, un diploma olímpico y un sueño cumplido, me planteé hasta dejar el deporte, porque lo había alcanzado y me apetecía vivir otra vida. Pero sabía que no era el momento y me entró el gusanillo, así que volví, pasé muchas circunstancias malas pero volví a entrenarme en León y cuando vi que me clasifiqué entre las 24 mejores del mundo, aspiré a escalar unos puestos ya que lo vi posible y quise intentar estar en Londres. Ante un reto muy importante, apareció en León una jueza en Serbia llamada Dragana, conoció mi historia y al verme entrenar me dijo que me iba a clasificar. Salió todo como tenía que salir, hice una muy buena competición y para mí fue algo brutal, un sentimiento de saber que había hecho todo lo correcto por conseguir cumplir un sueño y lo iba a compartir con mi gente de aquí, porque estar en León a mí me ha dado la vida. Era todo tan bonito que tenía que aprovecharlo al máximo.
El último ciclo olímpico no ha sido precisamente fácil y por su cabeza ha pasado la retirada. ¿Cómo ha luchado contra esos fantasmas?
Después de los Juegos de Londres pensé en la retirada otra vez, me tenían que operar del pie y las ilusiones se fueron apagando, tenía 26 años y era como ¡ya está! Pero ese pie funcionaba a la perfección y, con lo que me había costado llegar, tiré un añito más para ver qué pasaba. Mejoré puesto mundial y esa barrera, romperla a esa edad, era muy raro. Drasanvi me comprometieron su apoyo si llegaba a Río, y aunque yo tenía en la cabeza dejarlo, cuando lo tienes todo en tu mano, aunque físicamente es muy duro, me fui reenganchando y empecé a entrenar para un objetivo, buscaba la calidad y los entrenamientos eran mucho más amenos.
Viendo esta evolución ascendente, ¿con qué objetivo llega a Río?
Solo estar en Río es ya una barbaridad, ha habido gimnastas veteranas, pero seré la primera que llegaré con 30 años a unos Juegos y para eso hay que tener mucha constancia, superar un montón de barreras, cuerpo para ello porque aunque he tenido lesiones graves he salido de todas ellas, pero de buena calidad tengo que estar hecha. Y sobre todo la ilusión por hacerlo y porque no hay mejor retirada que estar en lo más alto y si me clasifico para la final, ya sería un broche más que de oro.
Ser la gimnasta rítmica más longeva en participar en unos Juegos Olímpicos, ¿supone mayor responsabilidad o simplemente es un orgullo y un privilegio?
Es un privilegio, porque a veces me pongo en la piel de otras gimnastas y sé que soy un ejemplo, hay muchas niñas que me están mirando. Pero no lo tengo que ver así, no me puedo presionar, porque realmente no tengo que demostrarle nada a nadie y está más que demostrado. Aunque me saliera una mala competición, no mancharía la trayectoria que tengo. Me daría rabia, porque sé que probablemente es la última, pero por el hecho de estar allí tengo que intentar pasármelo bien con toda la consecuencia que lleva.
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