Venganza insólita sobre un alemán
tOkio blues ·
La victoria de los Hispanos me permitió desquitarme de un colega germano que me había hecho levantarme de la silla en la tribuna de prensaSecciones
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tOkio blues ·
La victoria de los Hispanos me permitió desquitarme de un colega germano que me había hecho levantarme de la silla en la tribuna de prensaAyer decidí irme al balonmano. No me tocaba cubrirlo a mí, pero en lugar de estar escribiendo estas chorraditas mías en el centro de prensa, un pabellón enorme y desangelado, decidí hacerlo en el Gimnasio Yoyogi, que se llama como si ocupara una bajera y ... tuviera dos colchonetas, pero que en realidad es un pabellón de quitar el hipo. Estas aventuras tal vez no debería contarlas, por si les sientan mal a los jefes y se niegan a pagarme los taxis, pero en mi descargo alegaré que durante estos trece años de esforzada paternidad me habré tragado seiscientos partidos de balonmano prebenjamín, benjamín y alevín, casi todos ellos enconados derbis disputados en patios y en polideportivos sin una mala silla alrededor, así que por un día decidí darme el capricho de ver un España-Alemania en un sitio majestuoso.
Lo malo del Gimnasio Yoyogi es que la tribuna de prensa está muy arribotas y cuesta distinguir a los jugadores. Encontré un buen hueco, pero hacia el minuto 20 se me acercó un periodista alemán alto como una catedral con pináculos. Me dijo que me había sentado en un sitio reservado. Yo puse mi cara de atemorizar alemanes, testada con éxito hace muchos años en la Costa Dorada, y le repliqué que en mi entrada se leía bien claro «first come, first serve», que viene a significar que el primero que chifle, capador. Sin embargo, inexplicablemente, el fulano no se achantó y adujo que en mi mesa había una pegatina que ponía DR, o sea, Deutsche Radio. Estuve a punto de decirle que por qué demonios tenía que significar eso y no, por ejemplo, Dora la Reportera, pero me callé por no prepararla y porque el colega medía veinte centímetros más que yo y tenía pinta de hacer pesas.
Ahí inicié una lamentable peregrinación de puesto de comentarista en puesto de comentarista, mendigando patéticamente una silla con mesita sin que a nadie se le ablandará el corazón. Acabé sentándome en la grada, con el ordenador angustiosamente encajado entre las rodillas y la mirada melancólica de los leprosos despreciados por la civilización. Y ya puede decir misa el barón de Coubertin con lo de la participación y la hermandad olímpica: cuando al final ganamos en el último segundo, me levanté, miré al alemán y exclamé con mi vozarrón de cantar jotas: ¡¡Toma!!
El tipo ni se giró, pero le tuvo que escocer.
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