Bastaron unos Juegos Olímpicos en España, allá por el año 1992, en Barcelona, para que una pequeña atleta de Santander quisiera estar en unos de ellos. En su casa, mi casa, mi padre fue el primer olímpico de la familia como juez de atletismo. Cuando ... llegó, me contó mil historias, me dió muchos consejos y, sin darme cuenta, comencé a soñar.
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Soñé viendo a Cacho, a Plaza, a Peñalver, a García Chico. Soñé en convertirme como ellos, en una gran atleta, soñé con despertar del sueño y que se hiciera realidad. Soñé con desfiles inaugurales, con villas olímpicas, con estar al lado de grandes deportistas, con pasar a finales, con mascotas, con diplomas olímpicos, con el espíritu olímpico, con medallas.
El salto de altura me eligió a mí, destaqué por mi pierna libre, por mi desparpajo encima del listón y por las ganas que le ponía a cada uno de mis entrenamientos y competiciones. Ramón Torralbo, mi entrenador, me extendió la mano para cumplir mis sueños y fue mi familia quien me mantuvo con los pies en la tierra y me ofreció todo el apoyo necesario para seguir soñando.
Soy la pequeña de cinco hermanos, todos hemos hecho atletismo, nuestros padres siempre pensaron que el deporte debía de formar parte de nuestra educación y, no ser más que nadie, su filosofía de vida.
Pues bien, esa niña se hizo mujer y descubrió que no era nadie sin su deporte, que su genética y su saber estar eran el complemento perfecto para plasmar día a día su trabajo. Saltó y saltó, subía cada vez más el listón y en sus últimos Juegos Olímpicos despertó ganando la medalla de oro.
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Cuatro años hubiesen sido suficientes para pasar el testigo, pero el destino es caprichoso y quiso que fuese la vigente campeona olímpica un año más. Ahora son ellas, las compañeras con las que tantas veces he saltado y alguna que otra con la que no he coincidido, a las que les toca vivir la experiencia de su vida, porque lo que suceda en Tokio, no volverá a pasar nunca más.
La mínima para acudir, los nervios previos, el viaje, la llegada a la villa, entrar en el estadio, la calificación, la final para las doce mejores, cuántos recuerdos…
¿Quién será? Yo tengo a mi favorita, sin duda alguna ahora mismo es la mejor, pero me reitero, el destino es caprichoso y hay que vivir la final, con templanza, con el equilibrio necesario del cuerpo y de la mente y a sabiendas de que sea quien sea, yo seré feliz.
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El atletismo me lo ha dado todo. He estado en cuatro Juegos, desde Atenas hasta Río de Janeiro, me ha enseñado valores, ha forjado mi carácter, me ha dado mi seña de identidad 'mi sonrisa' y me ha demostrado que la amistad prevalece por encima de la rivalidad.
Toca pasar el testigo y, aunque no pueda estar allí, estoy totalmente segura de que permaneceremos unidas por el mismo espíritu y unidas por el mismo sueño.
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