Como atleta he vivido tres Juegos Olímpicos (Barcelona, Atlanta y Sídney) y en cada uno de ellos hubo una ambición deportiva. Participar, resistir, vencer (no vencí, quedé cuarto) y retirarme de una manera digna. Una vez terminó mi viaje por el mundo de la élite ... fui en 2008 a los Juegos de Pekín como un aficionado más que ama el deporte en su estado puro. Desde que era un pipiolo soñé con participar en unos Juegos pero nunca jamás me hubiera imaginado que mi sueño se iría a convertir en realidad. En Barcelona'92 me sentí como un príncipe encantado. Han sido, sin duda, los Juegos en los que más he disfrutado, los mejores. Allí compartí mesa y mantel de papel con mis ídolos; Serguéi Bubka, Larry Bird, 'Magic' Johson, Michael Jordan…En fin…Todos. Allí estaba yo, en la villa olímpica rodeado de los mejores, compartiendo sueños, codo con codo, con todos ellos.
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Me da mucha pena que los deportistas que van a Tokio tengan que estar en una burbuja, no podrán acercarse unos a otros, nada de cambiar 'pins' o solicitar un autógrafo. De fotos, ni hablemos, y si se las hacen con mascarilla y manteniendo las distancias. Tampoco repartirán preservativos, como en otras ocasiones, entre los deportistas. Lo siento por ellos, pero me da que tendrán que esperar hasta los Juegos de París'24 para compartir.
Recuerdo que en Barcelona salté a la pista del Estadio de Montjuic para correr en la distancia de los 5.000 metros. Fue un subidón, el pulso disparado, una sensación única, 70.000 personas coreando mi nombre «Fiz, Fiz, Fiz». Había logrado mi sueño de ser olímpico, pero esas miles de voces me pedían que el sueño no fuera solo llegar, sino darlo todo y alcanzar el máximo rendimiento. No obtuve el resultado deseado, es más y con todos mis respetos a los isleños, me ganaron hasta los representantes de las Islas Fiyi. No me clasifiqué para la final pero ese día se produjo un punto de inflexión: decidí pasarme al maratón, distancia para la que he nacido y que me ha dado mucho sufrimiento pero mucho más amor.
Cuatro años más tarde cambiaron las tornas. Los Juegos se organizaban en Atlanta (1996) y ya no valía eso de participar: lo importante era ganar. Ese día hubo miles de personas que se desgañitaron por sus deportistas. Los míos estaban a miles de kilómetros pero yo sentía su aliento, tenía que mostrarles la mejor de mis versiones. Estuve a punto de alzarme con una medalla pero en la parte final de la carrera el ritmo de mis piernas comenzó a desentonar. Solo pude ser cuarto. ¡Lloré! Fue la peor de las derrotas. Hoy lo veo distinto. Logré un diploma olímpico y estuve muy cerca de alcanzar una de las tres preseas.
En Sídney 2000 luché para conseguir una retirada digna de los grandes campeonatos, con mi sexto puesto y los miles de incondicionales aplaudieron toda una trayectoria. ¿Lloré? Sí, era mi despedida. Ya no participaría en más Juegos.
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Y ahora desde otra perspectiva, voy a poder vivir una nueva cita olímpica. Serán los de Tokio unos Juegos diferentes a todos los anteriores, pero siempre los recordaremos por aquello que los ha marcado, la covid-19. Faltará una de sus esencias, el público. Sentiremos la magia de ahondar en los valores de participar y competir, ganar y saber perder, llorar o reír. Compartir y cumplir un sueño seguirá tan vivo como si los estadios estuvieran repletos de miles de almas. Esta vez no habrá público, pero volverá… También echaremos de menos a Usain Bolt, Kenenisa Bekele y por qué no, echaremos en falta a Ruth Beitia (está con nosotros) besando el cielo y a Fermín Cacho comiéndose el mundo. Todos nos han hecho muy felices, pero en Tokio se producirá un cambio generacional, veremos algunas estrellas que den brillo al anillo olímpico.
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