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Emilio V. Escudero
Tokio
Martes, 20 de julio 2021, 00:16
Una larga cola recibe al visitante nada más aterrizar en el aeropuerto y anticipa un último peaje inesperado tras semanas de dura lucha contra la burocracia. Es la primera de muchas, pero eso el recién llegado no lo sabe. Vivir los Juegos en primera persona ... ha sido una odisea en sí misma para los miles de deportistas, federativos y periodistas de todo el mundo que acuden a Tokio 2020. Todos han tenido que desarrollar una paciencia a la altura de la del Santo Job para poder alcanzar la gloria o contarla a sus lectores y oyentes. Una carpeta llena de papeles acompaña a cada visitante en el largo transitar por esa primera cola que una docena de controles después desemboca casi en el edén. Quedarán aún unos días para la inauguración (el viernes), pero pisar suelo nipón es ya un triunfo hiperbólico. En ese dosier van dos PCR, varias cartas de entrada al país, códigos diabólicos extraídos de alguna web gubernamental, una preacreditación, diferentes formularios aduaneros y sanitarios y mucha incertidumbre. Miedo a no culminar un proceso que muchas veces se ha tornado más empinado que las rampas del Angliru.
No ha sido fácil llegar a Japón. Hace tiempo que los Juegos se convirtieron en un estorbo para el país. La cita, por la que habían peleado con tanto empeño hasta 2013 -verano en el que el COI eligió a Tokio como organizador por delante de Estambul y Madrid- es ahora un problema para el país. Uno gordo del que no han podido librarse. Está atrapado el Gobierno nipón, incapaz de liberarse de un contrato blindado con el COI y también de convencer a sus propios ciudadanos de las bondades del evento. Todo mal. Engorro mayúsculo para los responsables que, obligados a celebrar los Juegos, han enfangado al máximo la llegada de los extranjeros imprescindibles para el desarrollo normal de la cita.
Deportistas, federativos y periodistas han penado de diferente manera, aunque casi todos coinciden en calificar las semanas anteriores a su viaje como una pesadilla. En el caso de los atletas (liberados en buena parte de la burocracia que ha quedado en manos de las federaciones), porque no han podido entrenar como les hubiera gustado. Les han prohibido llevar a cabo concentraciones 'in situ' -el judo o el piragüismo españoles tuvieron que cancelar sus planes previos- para acostumbrar el cuerpo a unas condiciones de temperatura y humedad muy especiales. Climatología desconocida que se encuentra al otro lado del mundo en el caso de España. Por eso, el jet lag atrapará a muchos de ellos, obligados a competir con apenas unos días de aclimatación. No rinde igual el cuerpo y para evitar ese bajón los entrenadores han diseñado planes especiales, aunque muchos de esos técnicos tendrán que dirigir las pautas a distancia pues no se les ha permitido viajar.
Japón cerró la puerta a todo aquella persona que no resultara imprescindible. Palabra esta última que cobra un significado distinto para cada persona. Hay atletas que tienen en sus familiares un apoyo fundamental; o en su mánager. Qué decir de sus entrenadores. Verlos en la grada les impulsa y les ayuda. Muchos, como la joven judoca Adriana Cerezo, tendrán que abrazar virtualmente a sus técnicos como hacen siempre antes de competir. «Hay que adaptarse, es lo toca». Se ha reducido así la cifra de visitantes al mínimo, buscando taponar una herida anticoronavirus que para los japoneses sigue siendo demasiado grande a pesar de todo.
Y eso que las precauciones son máximas para los que terminan siendo considerados imprescindibles. El país de la tecnología y la cadena de mando ha terminado siendo víctima de sí mismo. Ha querido controlar tanto la situación, parcelar tanto cada proceso, que ha terminado descarrilando. La burocracia elevada al infinito en la que expertos jefes de expedición han hecho aguas. La ilusión por vivir los Juegos en primera persona arranca delante de un ordenador y empieza a derrumbarse a medida que llegan los correos electrónicos. Decenas. Todos exigiendo enrevesados procesos dependientes entre sí que han provocado un atasco gigante. Superarlos es casi como ganar una medalla. Una a la paciencia, por los menos. Porque ni siquiera los propios encargados de ordenar esos procedimientos tienen clara la hoja de ruta. Ni en los teléfonos de ayuda saben qué decir ante la inminente salida de los vuelos sin que estuviera aprobado el plan de actividad requerido o sin que funcionaran las diferentes aplicaciones de obligatoria descarga en los móviles. Hasta los hoteles han tenido que ser cambiados a última hora en muchos casos, pues solo unos pocos han tenido el visto bueno de las autoridades para albergar a los visitantes.
Todo este proceso previo, además de cargar de dudas y ansiedad a los enviados especiales (federativos y periodistas, sobre todo), les ha hecho mirar hacia esa cola inicial del aeropuerto con más recelo del habitual.
De ese proceso de criba nada más aterrizar el avión no se libra nadie. Ni siquiera los atletas, protagonistas principales del evento, obligados a pasar por cada uno de los controles. Un papel por aquí, una PCR por allá, preguntas, toma de temperatura y chequeo de los móviles. Un proceso que llega a durar más de cinco horas y que hace interminable el último paso antes de centrarse ya, por fin, en la competición. «Hemos tenido suerte, porque hoy ha ido ligerito el aeropuerto. Solo cuatro horas», explica con cierta ironía un miembro de la expedición española que llegó el domingo a Tokio. La amabilidad de los japoneses hace mucho más llevadero el proceso. Nunca falta una sonrisa.
Entre unas cosas y otras, el viaje desde Europa hasta la Villa Olímpica ocupa casi 24 horas (si no es que las supera en función de las escalas). Trayecto este último que todos los recién llegados hacen ya geolocalizados por el Gobierno japonés en un último intento de control que para algunos va más allá de los derechos individuales. Una odisea en toda regla que va quedando atrás para abrir paso a los Juegos. A la llama olímpica que lucirá desde el viernes en el Estadio Nacional de Tokio. La mejor noticia tras meses de incertidumbre.
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