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Marta San Miguel
Enviada especial. París
Domingo, 4 de agosto 2024, 21:10
La medalla que cuelga del pecho de Liliana Fernández es de papel, tiene los aros olímpicos dibujados y pone con letra infantil 'La mejor mamá'. Sus hijos, de dos y seis años, la acaban de ver disputar unos octavos de final de unos Juegos Olímpicos. Han visto cómo los 13.000 espectadores de la pista de los Campos de Marte se ponían en pie para aplaudir a una jugadora que tiene tanto de leyenda como de símbolo. Leyenda, porque desde Londres 2012 ha disputado cuatro citas olímpicas; porque en Tokyo, la que había sido su pareja Elsa Baquerizo se retiró del volley; porque hace año y medio se alió con Paula Soria para empezar de cero, después de haber sido madre por segunda vez; porque no tenían plaza olímpica ni fundamento alguno para lograrlo. Pero como sucede en los relatos deportivos, lo esperado se fue al garete. Lili y Paula se clasificaron, y como en toda alegoría hay un motivo para erigir héroes, este domingo, a sus 37 años, Liliana se convirtió en símbolo ante la mismísima Torre Eiffel en su despedida del volley playa en la élite.
«Las suizas (Tanja Hübberli y Nina Brunner) eran favoritas, no solo porque vienen de ganar el Campeonato de Europa, sino físicamente, Tanja nos saca una cabeza», decía Paula al término del partido con el cuerpo aún cubierto por granos de arena. Uno podría pensar que tras el debut olímpico no querría quitarse ese rastro, pero algo de París se quedará en ella, en su antebrazo, cuando se tatúe al volver a casa los aros olímpicos que le recuerden «para siempre» lo que han logrado: «Estar aquí», dice mirando el estadio, sin creerse aún que han estado cerca, que han asustado a las suizas en el primer set, cuando han ido tan pegadas en el marcador que casi han rozado llevárselo. «De hecho hemos llegado a estar por encima en el marcado, algo que parecía impensable porque son muy superiores, pero en este estadio, tan lleno, es como si la gente nos aupara».
El estadio estaba con España, y no solo por las banderas españoles, más numerosas que las suizas, sino porque hasta el speaker parecía empeñado en darle alas a los saltos de Liliana, a los bloqueos de Paula: en el primer set, cuando el marcador caía solo por un punto a favor de las suizas, sonó el mítico tema de Manolo Escobar, y con los acordes de 'Que viva España', la pareja remontó. Con cada punto miraban a la grada como si todos estuviéramos en la playa, como si el partido lo jugáramos en un arenal de Tenerife adonde Liliana se mudó con 16 años de su Benidorm natal para ser jugadora. Esa niña es ahora una mujer, con dos hijos y un marido en la grada, y París aplaudiéndola, mientras suenan más temas españoles, de Bisbal o Quevedo, como banda sonora.
El primer set lo pudieron ganar hasta en dos ocasiones, pero cedieron al final por 23-21. Y quizá por esa osada cercanía, en el segundo set las suizas no dieron opción a las españolas de colarles ni un remate: Tanja Hübberli y Nina Brunner salieron a la pista impenetrables, como si estuvieran deseando acabar porque tuvieran calor. Tomaron la delantera a la velocidad que su ranking les permite (son las quintas del mundo) y sin dar opción a Lili y Paula de poner a su favor el partido con los saques, se colocaron a seis puntos de las españolas.
El sol va cayendo sobre el Sena y los puntos también. Cuando Liliana mete un punto y levanta el punto hacia la grada, el speaker vuelve a poner a Manolo Escobar, que corea el estadio. Hace rato que en el estadio se respira un regusto a ocaso. España recupera el saque, suena Efecto Pasillo, suenan aplausos y olés, suena todo, hasta que suena el último zapatazo de Hübberli, el último punto, ese 21-13 final que supone no solo la victoria suiza sino la despedida de una leyenda del volley playa español: «Me voy de la mejor manera posible, por todo lo alto. Ojalá haberme ido con más, con un diploma por lo menos, pero esta despedida, este aplauso, haber estado aquí después de una carrera como la mía, ha sido muy especial», decía Liliana emocionada. No sabe si acudirá al próximo campeonato de Europa, «a ver qué decidimos», dice. Y mientras contiene las lágrimas, confiesa que tiene el cuerpo cansado, que los entrenos cada vez le cuestan más. La medalla de papel que le cuelga del pecho le pesa casi tanto como la ausencia de su madre, fallecida hace menos de dos años. Ha dicho adiós a París, pero descalza, y cubierta de arena, está dando la bienvenida a un tiempo nuevo.
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