Santiago Varela (Madrid, 1968) se pasea por un almacén gigantesco situado bajo el imponente graderío del parque ecuestre de Tokio. Hace un calor sofocante y un cielo plomizo, que amenaza tormenta. En la pista están concursando los jinetes de doma. Los 53 obstáculos que se ... utilizarán más adelante, en las pruebas de salto, están colocados con mimo en el almacén, como si estuvieran expuestos en un museo. El equipo de Santiago se afana en darles los últimos retoques. Las esculturas que sujetan los listones bucean en la cultura japonesa: están las máscaras del teatro kabuki, los abanicos tradicionales, el perro Hachiko, un samurái, los palillos de comer, un luchador de sumo, el monte Fuji, una bailaora flamenca... ¿Una bailaora flamenca? «En todos los recorridos que hago siempre me gusta meter un detalle español. Y este era un homenaje a la pasión que los japoneses sienten por el flamenco», sonríe Santiago.
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La Federación Ecuestre Internacional designó a Santiago Varela jefe de pista de los Juegos Olímpicos de Tokio. Él se ocupa de diseñar los obstáculos y el recorrido que los caballos deben seguir en la prueba de saltos. Durante tres años se ha sumergido en la cultura japonesa para extraer ideas que luego pudieran acabar convirtiéndose en saltos: «Ha sido lo más laborioso. Cuando te toca organizar algo así en tu país, tienes un conocimiento profundo, pero aquí hemos tenido que leer, que preguntar, que hablar con amigos japoneses, con la Embajada de Japón en España...» Al final diseñaron 110 obstáculos de los que 53 acabaron cobrando forma tridimensional: «En unos Juegos Olímpicos se utilizan los obstáculos para 'vender' el país. Hay muchas restricciones de temas que no se pueden tocar o de asuntos con los que hay que tener mucho cuidado. Nosotros presentamos las propuestas y el Comité Organizador da el visto bueno o pone algún reparo. Por ejemplo, habíamos diseñado uno sobre el manga, pero por lo que sea no les pareció oportuno».
No basta con tener la idea. Su traslación a fomato tridimensional resulta en ocasiones muy complicada porque hay que ajustarla a los requisitos técnicos de las pruebas hípicas. El material debe ser muy estable, pero no demasiado duro para que los caballos no se lesionen cuando derriben un obstáculo. Santiago Varela contó con la ayuda de dos equipos de diseñadores españoles para «aterrizar las ideas sobre plano» y recurrió a potentes impresoras 3-D para alumbrar algunos objetos especialmente complicados, como los logos de los Juegos Olímpicos o sus dos mascotas, Miraitowa y Someity.
A Santiago Varela le entró el gusanillo por el montaje y la organización de recorridos cuando tenía 15 años. «Yo montaba a caballo en el Club de Campo y me gustaba mucho, pero en un campeonato de España el animal se quedó cojo y pedí que me dejaran trabajar montando cosas. Aquello me encantó. Y luego pasé al diseño y todavía me gustó más». Desde entonces ha ido compatibilizando esta labor con su ejercicio profesional: es economista y consejero delegado de una empresa de energías renovables. «No es que tenga un trabajo y un hobby -puntualiza-. Los dos son mis trabajos y los dos me encantan. Cuando empecé en mi profesión, en el mundo de las infraestructuras, ganaba más dinero en una semana montando un concurso hípico, pero siempre creí que debía seguir con las dos cosas. No me equivoqué. Una persona muy cercana me dijo una vez que el trabajo puede ser el castigo más cruel o la diversión más barata. A mí me ha tocado lo segundo», enfatiza.
Los miembros del equipo de Santiago Varela van de aquí para allá ajustando cosas, puliendo los últimos detalles, dejándolo todo perfecto. Falta, en realidad, mucho trabajo por hacer. Cada día se montan y desmontan todos los obstáculos, que no son siempre los mismos: «Estos solo saldrán a pista una o dos veces. Lo bonito de la hípica es la variedad. Los recorridos cambian y eso la hace impredecible». Cuando los Juegos Olímpicos acaben, Santiago Varela se irá y en el avión por fin descansará; sus criaturas, los 53 obstáculos, se quedarán para siempre en el centro ecuestre de Tokio. «En otros lugares los venden, pero aquí pretenden reutilizarlos. Además, me han dicho que alguno irá al museo olímpico», sonríe.
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