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MIGUEL ZARZA
Martes, 20 de julio 2021, 19:28
A los 14 años Mary Decker ya era famosa en Estados Unidos. Apodada «Little Mary» por su precocidad y su constitución de adolescente, era la número uno de su país en los 800 metros y cuarta a nivel mundial. Entonces nada hacía presagiar la historia ... de amor y odio que viviría con los Juegos Olímpicos.
La edad le impidió acudir a Múnich 72. Montreal, cuatro años más tarde, debería haber sido la ciudad que viese su debut en las Olimpiadas, pero la mala suerte de la mediofondista retrasaría su bautismo nada menos que ocho años más. Antes de los Juegos del 76 una fractura por estrés le impidió formar parte del equipo olímpico americano, y en 1980, el boicot estadounidense a la cita de Moscú en plena guerra fría volvió a dejarle con la miel en los labios.
Durante tan prolongada espera Decker se empeñó en inscribir su nombre en la historia del medio fondo con un sinfín de plusmarcas mundiales. De récord en récord se plantó en los campeonatos del mundo de Helsinki 1983, en los que alcanzó la cumbre de su carrera, al conquistar el título en dos categorías: 1.500 y 3.000 metros. La prestigiosa revista 'Sports Illustrated' la nombraría «mejor deportista del año».
Con estos magníficos resultados Mary disputó por fin unos Juegos, y nada menos que en su país. La corredora se plantó en la final de los 3.000 metros de Los Ángeles como gran favorita, pero cuando más cercana parecía la gloria el infortunio se cebó con ella.
En los primeros compases de la prueba, cuando marchaba detrás de Zola Budd, un traspié de la sudafricana la mandó al suelo. Para la historia quedaron los llantos de Decker mientras su novio, el lanzador de disco Richard Slaney, la retiraba de la pista. En la caída se había lesionado la cadera, perdiendo sus opciones de medalla. En un principio y pese a que los comisarios no observaron nada punible en la acción de Budd, Mary culparía a la inexperiencia de su rival. Solo con el paso del tiempo reconoció que el fallo fue suyo, por no haber sabido correr en grupo.
Se resarció la siguiente temporada terminándola invicta, pero la mala suerte la acompañaría ya el resto de su carrera. En Seúl 88 un virus de última hora mermó sus fuerzas, acabando octava en el 1.500 y décima en los 3.000. En Barcelona 92 no formó parte de la expedición de los EE.UU. Y en Atlanta 96 unos niveles anormales de testosterona acabaron con Decker-Slaney suspendida dos años por dopaje, situándola en la recta final de una gran carrera marcada por la calamidad.
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