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Pita Taufatofua se convirtió en una estrella mundial el 5 de agosto de 2016. El desfile de los equipos participantes en los Juegos Olímpicos de Río se había convertido en una procesión más bien aburridilla hasta que apareció él. Llevaba la bandera de su país, Tonga, e iba vestido conforme marca su etiqueta: con una falda larga con flecos y el torso descubierto y brillante, untado en aceite de coco. Con sus músculos estatuarios y su sonrisa oceánica, Pita avanzaba orgulloso y expansivo por el estadio de Maracaná, despertando la admiración unánime de los espectadores. Su imagen se hizo viral. A Pita le habían intentado poner un traje rojo con corbata, pero él se negó: «Represento a un país con mil años de historia –dijo-. No había trajes ni corbatas cuando mis antepasados atravesaron el Océano Pacífico».
Pita Taufatofua competía en taekwondo. Se lo cargó a las primeras de cambio el iraní Sajjad Mardani, pero había conseguido algo mucho más difícil que una medalla: en una semana, Google había registrado 230 millones de búsquedas procedentes de todo el mundo con la pregunta: «¿Dónde está Tonga?» El gusanillo olímpico le picó tanto a Pita que no quiso esperar cuatro años a que llegaran los siguientes Juegos. Hombre apasionado del deporte y de los retos imposibles, se marcó un objetivo extravagante: convertirse en el primer tongano que participaba en unos Juegos Olímpicos de Invierno.
Tonga, un archipiélago polinesio del tamaño de Menorca, disfruta de un clima tropical en el que la temperatura rara vez cae por debajo de los 20 grados, pero estas menudencias geográficas no desanimaron a Pita, que escogió una disciplina, los 15 kilómetros en esquí de fondo, y se marchó a Australia a entrenarse… con rueditas y sobre tierra. Luego buscó la nieve y la competición en Polonia, en Armenia, en Islandia. Casi milagrosamente, consiguió clasificarse para los Juegos que se iban a celebrar en la ciudad surcoreana de Pyeongchang.
El día de la ceremonia inaugural, el 9 de febrero de 2018, con el termómetro bajo cero y sus compañeros embutidos en gruesos anoraks, también desfiló con el torso desnudo embadurnado con aceite de coco. Siete días más tarde, Pita se calzó los esquíes, se lanzó a competir y consiguió los dos objetivos que oficialmente se había propuesto: llegar antes de que apagaran las luces y no chocar contra un árbol. Ni siquiera quedó el último. Entró en el puesto 114, a 23 minutos del ganador, el suizo Dario Cologna, y antecedió en la meta a un mexicano y a un colombiano.
En Tokio, Pita Taufatofua disputará sus terceros Juegos Olímpicos. Volverá a participar en el torneo de taekwondo, aunque todavía no sabe si le tocará llevar otra vez la bandera de su país. Acudirá Pita a la capital japonesa con su sonrisa de siempre y con su bote de aceite de coco, pero con una cierta sensación agridulce: él se había preparado para competir también en piragüismo. De esta manera se habría convertido en el primer atleta de la historia en participar en tres Juegos Olímpicos en tres disciplinas diferentes. Se preparó a conciencia durante un año, en ríos australianos y en gimnasios, pero las restricciones impuestas por el covid se le cruzaron por delante y no pudo viajar a Rusia para dar paladas en el torneo clasificatorio.
La ambición truncada de Pita Taufatofua estuvo a punto de conseguirla hace cuarenta años un español, Luis Omedes Calonja (Alza, Guipúzcoa, 1938). Los anales olímpicos registran su participación en Helnsiki 1952 (remo) y en Grenoble 1968 (luge), pero no recogen que solo una inoportuna lesión en el tobillo le impidió formar parte de la selección española de hockey sobre hierba que acabó cuarta en los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964. La aventura de Luis Omedes resulta aún más estrambótica que la del atleta tongano. Hijo y hermano de remeros, su primera experiencia olímpica la vivió con catorce años, cuando acudió a Helsinki como timonel del 'cuatro con timonel'. Incluso llevó la bandera del equipo español en la ceremonia de apertura. Luego se pasó al tenis y fue campeón de España júnior formando pareja con Manolo Santana. Finalmente se decidió por el hockey y jugó varias temporadas en el Real Club de Polo. A su asombroso currículum deportivo le faltaba, no obstante, la guinda definitiva del luge.
En los años 60 casi nadie había oído hablar de este deporte. Aun hoy es difícil encontrar en España quien sepa a ciencia cierta en qué consiste. Por resumirlo de un plumazo, se trata de deslizarse por un tubo de hielo tumbado boca arriba en un trineo ligero. Sobre la plancha de metal, que el deportista maneja con su propio cuerpo, se alcanzan velocidades de 140 kilómetros por hora. Juan Antonio Samaranch, recién llegado a la presidencia del Comité Olímpico Español, quería enviar un equipo a los Juegos de Invierno de Grenoble. Buscaba jóvenes deportistas corajudos, con ganas de vivir aventuras desaforadas. Aparecieron cuatro intrépidos candidatos: Jesús Gatell, Jordi Monjo, Jordi Ruora y Luis Omedes. Como en España no había pistas ni instalaciones, estuvieron tres meses preparándose en Grenoble. Entrenaban cuando les dejaban e imitaban a los buenos. Cuando llegó el día, se lanzaron uno tras otro por la pista. Ninguno fue descalificado e incluso se permitieron la chulería de superar en la clasificación a un americano y a un canadiense.
Según las estadísticas, Omedes es uno de los ocho deportistas españoles que han participado en dos disciplinas diferentes en unos Juegos Olímpicos. La última y más activa integrante de esa inquieta lista fue Carlota Castrejana (Logroño, 1973), que formó parte de la selección española de baloncesto que compitió en Barcelona 92 y que luego, ya como atleta de triple salto, engarzó tres citas consecutivas: Sydney 00, Atenas 04 y Pekín 08. A Carlota la captaron de niña para el baloncesto por su altura (1.89) y su agilidad y con 19 años se vio ejerciendo de ala-pívot titular en el combinado nacional que logró el quinto puesto en Barcelona. Su gran actuación en los Juegos le abrió un horizonte promisorio, con ofertas importantes de equipos españoles y de universidades americanas, pero ella decidió cambiar de vida. «Probablemente fue un error dejarlo todo y empezar de cero –explica-. Seguí lo que me pedía el corazón. A mí me apasionaba el atletismo. Bernardino Lombao era nuestro preparador físico y entrenábamos mucho en la pista. Yo disfrutaba corriendo, saltando… Probablemente fue un error, sí, pero acabó siendo una bonita historia».
Sus padres le apoyaron y solo le pidieron que, hiciese lo que hiciese, siguiera estudiando. Carlota cumplió. Acabó Derecho al tiempo que iba probando qué disciplina atlética encajaba mejor con sus cualidades: practicó los 400 vallas, cambió al salto de altura (fue campeona de España y se quedó a un centímetro de ir a los Juegos de Atlanta) y más tarde aterrizó en el triple salto. En seguida comprendió que el foso era su sitio: marcó un récord nacional que estuvo doce años vigente, sumó quince campeonatos de España, consiguió la medalla de oro en los Europeos en pista cubierta y vivió otros tres Juegos Olímpicos. Dentro de unos días, Carlota Castrejana vivirá en Tokio su quinta experiencia olímpica, aunque en este caso viajará como jefa de equipo de la selección española de atletismo. En los juegos del covid y de la incertidumbre, Carlota, que durante tres años fue directora general de Deportes de la Comunidad de Madrid y ahora es secretaria general de la Federación de Atletismo, añadirá una muesca más a una biografía inquieta, repleta de nuevos comienzos.
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