«De pequeño apostaba con los amigos que llegaba al colegio antes que el autobús»

- ¿De verdad te perseguían?

- No sé si eran cacos o policías, pero nunca lograron pillarme, je, je, je. Yo apostaba con los amigos que llegaría al colegio antes que el autobús; era como un guepardo, aprovechaba los días de atascos, saltaba por encima de los coches, no existían los semáforos... ¡Un poco locura! Un chico joven revolucionario. El polígono 'Fin de Semana' de Madrid era como un polvorín sin pólvora, allí se cocían carreras sin dorsales.

- ¿Quién te incitó a correr?

- Mi hermano mayor fue la figura, un icono en quien fijarse. Me llevaba a las pistas de atletismo de Suanzes, donde se preparaban los hermanos Roncero, los Capitán… Mientras él entrenaba, yo estaba allí en el carro de bebé. Veía, sentía... Yo no decidí correr, pero las circunstancias... Y aquí sigo.

- ¿Te consideras una persona fría?

- Aunque en el ámbito deportivo intento tener un perfil que transmita responsabilidad, soy cercano y accesible. La gente se acerca y yo la atiendo, pero lo que quiero es inculcar respeto.

- Ya eres olímpico...

- Estuve en Río de Janeiro, pero una lesión en el abductor de un dedo gordo del pie me privó de presentarme con mis mejores credenciales. Lo peor que hice es salir con miedo; estaba acojonado y eso fue un lastre que no me dejó correr como yo hubiera deseado. Tokio me ha dado una segunda oportunidad, la aprovecharé dando el máximo.

- Tic, tac..., comienza la lucha contra el crono de los Juegos.

- ¡Fiz! Te voy a contar una anécdota. En mis inicios, mi padre cronometraba mis entrenamientos. Y ni mejoraba ni empeoraba, porque siempre me cantaba el mismo tiempo. ¿Sabes por qué? Su reloj era de agujas y, claro, lo decía como lo decía... Creo que se inventaba los registros.

- Carro, el reloj de tu padre marcaba el tiempo correcto. Por cierto, cuando corres mueves la cabeza más que el fondista checo Emil Zátopek cuando peleaba por un oro.

- Tengo un estilo ortodoxo en técnica de carrera. Cuando era un cachorro prevalecía más el juego y el pasarlo bien que fijarme y trabajar la técnica de carrera. Esta era la manera de dar cabida en el atletismo a los chavales del distrito, mucho juego y poca técnica.

- Tus señas de identidad: pelo largo, tatuajes, corres con malla... ¿Estás creando la 'tendencia Carro'?

- Soy un poco transgresor, no soy de modas y trato de salirme de ellas. Cuando era más joven rompía con todo, cresta de colores, piercing… Ahora he creado mi propio estilo, mis tatuajes lanzan mensajes; frases y emociones que significan mucho para mí, pero nadie sabe su significado. En mi cuerpo tengo los aros olímpicos sin terminar.

- ¿Alguna manía?

- Mis compañeras de entrenamiento me dicen que estoy muy guapo con el pelo corto. Además, a Clara (su novia) le encanta mi 'look'. En mi época de adolescente tuve una novia y cuando el amor se terminó me rapé la cabeza. Me ponía una gorra, capuchas para taparme el rostro. Mi vida estaba oscura, fue un tránsito que a veces hay que pasarlo. Como salvar un obstáculo, esta vez de la vida.

- ¿Qué esperas de Tokio?

- Me siento fuerte. Mi primera apuesta es la semifinal y si llego a la final será como un último baile. A darlo todo. He trabajado duro e intenso y la marca que hice en los 3.000 metros lisos en Londres (7'41''20) me hace soñar. Estoy muy competitivo.

- Imagina la escena: ganas una medalla con las gradas vacías. ¿Darías la vuelta al estadio?

- Claro que sí, con público o sin público, daría la vuelta al estadio para celebrar mi felicidad. Pero, sobre todo, la daría de manera muy solemne por los organizadores. Han sido muy valientes; nos han brindado a miles de deportistas la oportunidad de estar en unos Juegos Olímpicos.

- Eres, en todos los sentidos, un profesional de la vida.

- Solo espero que mis zancadas tengan repercusión en los sueños futuros de los que vengan detrás y que, gracias a ese eco lejano, mi paso por el deporte siga imperturbable hasta el fin y el más allá. Que todo lo que hice tuvo un sentido.