igor barcia
Enviado especial a Tokio
Martes, 3 de agosto 2021, 00:10
La magia de los Juegos, esa explosión inevitable de emociones, está presente a diario en Tokio. Deportistas de todas las disciplinas, acostumbrados a competir en los eventos más importantes y buscar los retos más imposibles, expresan como si fueran niños todos sus deseos de éxito ... y dan rienda suelta a su felicidad cuando esos deseos se convierten en realidad. Todos coinciden en que estar en los Juegos es tan especial que recompensa todo el sufrimiento, todo el sacrificio que se queda en el camino.
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Sin embargo, lo del sueño olímpico no alcanza para todos los participantes. Hay deportistas a quienes los Juegos les dan la espalda, les maltratan, les dan el disgusto de sus vidas cuando los contratiempos se cruzan en plena competición, y todo el trabajo de un año, de una vida, queda arruinado. Es la crueldad de los Juegos, esa pesadilla en la que se convierte el sueño olímpico, como sucedió en la jornada de ayer al deporte español. Dos primeros espadas, dos líderes capacitados para pelear por las medallas, quedaron fuera de competición por sendas lesiones.
Lydia Valentín y Orlando Ortega, dos deportistas españoles que ya han saboreado la gloria del éxito olímpico, conocieron ayer esa cara amarga de los Juegos. La levantadora de pesas ha vivido un año cruzado por un cambio de categoría obligado por la Federación Internacional de Halterofilia, pero había peleado al máximo para demostrar que es capaz de hacer frente a todo. Sin embargo, Lydia no llegó en las mejores condiciones físicas y aunque lo intentó en la clasificatoria, tuvo que rendirse, algo que no va con el carácter de la leonesa. Pero a veces no queda más remedio. «La gente más cercana sabía que no me iban a ver en mi mejor rendimiento, pero les digo que sigan porque hay Lydia Valentín para rato».
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No bajar los brazos y seguir es la actitud, pero cuando sufres un golpe tan violento como el que ha sufrido Orlando Ortega, cuesta levantarse y volver al camino marcado. El vallista ha pedido discreción «en estos difíciles momentos», tal y como recogía el comunicado de la RFEA, tras conocerse que una lesión en los isquios dejaba KO al subcampeón olímpico de Río en 110 metros vallas. Si alguien había peleado por estar en Tokio, ese era Ortega. Después de un 2020 marcado por la pandemia empezó a tener dolores en un pie, que le acompañaron hasta hace unos meses y que pusieron en el alambre su presencia en Tokio. Finalmente se descubrió que sufría un neuroma de Morton. El tratamiento y sobre todo su empeño le trajeron a Tokio, un poco ajustado de preparación pero con la ambición de siempre. Sufrir una lesión en los isquiotibiales, nada que ver con el pie, en uno de los últimos entrenamientos en tierras japonesas antes de saltar a la pista es un mazazo terrible.
Casi la misma historia se repite con otro peso pesado del atletismo español. Fernando Carro quedó eliminado en la primera ronda de los Juegos de Río por una fascitis plantar que le trajo de cabeza. Tres años después se convertía en plusmarquista nacional de 3.000 obstáculos y de cara a Tokio llegaba con todas las ganas de voltear el sufrimiento que vivió en 2016. Unos problemas en el talón de Aquiles le obligaron a extremar las precauciones, pero llegó a los Juegos. «En mi mejor momento. Pero en uno de los entrenamientos me encontraba tan bien que quise hacerlo entero y empecé a tener molestias en el isquio», explicó. En su serie, aguantó tres vueltas antes de romperse. Otra vez fuera en primera ronda de unos Juegos.
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Mireia Belmonte, al menos, tuvo hasta opciones de hacerse con una medalla, por lo que se ve que los Juegos Olímpicos tienen respeto a sus leyendas. Cuádruple medallista, la nadadora catalana fue otra de las que llegó a Tokio contra el reloj, al límite después de meses de trabajo para superar una lesión en el hombro que le impidió defender en los 200 metros mariposa el título logrado en Río. Fue cuarta en 400 metros estilos, a 23 centésimas del podio, pero la realidad no entiende de hazañas. Tras esa actuación pagó el esfuerzo y la preparación inadecuada, y los Juegos condenaron a una de sus favoritas de la piscina a naufragar en las últimas plazas de las semifinales de 800 y 1.500 metros. Queda saber si Mireia tiene fuerza suficiente para seguir adelante y pensar en París 2024 o decide cerrar antes su laureada carrera deportiva.
Pero los contratiempos en unos Juegos tienen muchas caras. Pueden llegar de muchas formas. El disgusto puede formarse por quedarse sin competir, por tener un rendimiento muy alejado del esperado o incluso por ver como se escapa en el último suspiro una medalla que parecía ya en el cuello del deportista. La crueldad también se muestra con un quiebro al podio como el que le hizo a Eusebio Cáceres en longitud. El español ya sabe de qué va esto, en el Mundial de 2013 se quedó a un centímetro del bronce, y ayer fueron tres los que le separaron de la tercera plaza. Pero lo peor fue ser superado en el último salto del concurso, el que le quedaba al griego Tentouglu. Solo uno, y la final estaba terminada. Tampoco esta vez hubo suerte para el saltador de Onil, que no se rinde. «Yo disfruto saltando, aunque no me coma nada», bromeó ante la cámara de televisión.
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Una de las bromas más pesadas de los Juegos Olímpicos es tener la sensación de ser capaz de todo y que las ilusiones desaparezcan de golpe, sin haber asimilado el paso de un extremo a otro. Paula Badosa iba lanzada en el torneo de tenis. Clara aspirante a todo. Ya estaba en cuartos de final, y si ganaba a la checa Marketa Vondrousova entraba de lleno en la pelea por las medallas. Pero lo que sucedió dejó para el recuerdo una de las imágenes de Tokio para el deporte español, la de la tenista saliendo de la pista en silla de ruedas, exhausta tras sufrir un golpe de calor que la impidió seguir adelante. Fue un día donde hubo otra imagen impactante que refleja la impotencia de un deportista que ha trabajado cinco años para buscar el premio máximo y queda eliminado en el camino, en una ronda que no hubiera imaginado y ante un rival de menor entidad. Le sucedió a Niko Sherazadishvili sobre el tatami, y dos veces. El gran favorito caía en cuartos de final y se veía abocado a una repesca para luchar por el bronce. Pero no superó el primer mazazo y volvió a perder, quedando tendido en el suelo, llorando inconsolable al ver escapar el premio por el que tanto había peleado en los últimos años.
Pero no creamos que España tiene la exclusiva de la desgracia en los Juegos. Qué va. Lágrimas, disgustos y decepciones se ven a diario y en casi todos los escenarios. Desde la remera británica que llegó a la final de slalom dispuesta a todo y los toques con las puertas la descentraron hasta tal punto de quedar eliminada y llorando a mares al disgusto de Zharnel Hughes en la final de cien metros. El británico había mostrado un rendimiento muy interesante y era uno de los candidatos al podio cuando llegó el golpe de efecto, se escapó de los tacos en la primera salida y quedó eliminado. Menos suerte tuvo todavía el hombres más rápido de la temporada. Trayvon Bromell cayó en semifinales por una milésima después de que los jueces dilucidaron durante casi dos minutos sobre el resultado. Y qué decir de Annemiek van Vleuten... La neerlandesa, que sufrió una grave caída en 2016 en Río, atacó en el kilómetro final de Fuji y levantó los brazos emocionada hasta que poco después le dijeron que había quedado segunda, que había llegado la ganadora un minuto y medio antes.
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Lo dicho, la crueldad olímpica se puede vestir de muchas formas para arruinar las esperanzas y los sueños de muchos deportistas. El reto está en cómo levantarse de la lona para seguir soñando.
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