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La quinta corona de España en el Europeo sub-21, con la generación más prometedora y de mayor talento de los últimos tiempos, se vio frustrada por Alemania en la final, en el peor partido del campeonato de la selección de Albert Celades. España se vio superada por un equipo germano que estudió y supo jugar perfectamente a la que era favorita para ganar el título. Los alemanes fueron justos vencedores y dominadores no sólo cuando atacaron, durante toda la primera parte, sino también cuando les tocó defender, tras el descanso, cuando a los llamados a formar parte de 'La Roja', demasiado apocados, les faltó profundidad ante un incansable y ordenado rival. En fútbol y en físico, con balón y sin él, Alemania fue siempre mejor que España, que sólo tuvo unos momentos de cierta ambición y actitud ofensiva en el segundo tiempo, pero estuvo seca, sin la pegada que le había caracterizado para alcanzar el choque definitivo. Y tampoco aparecieron las individualidades de Saúl Ñíguez y Marco Asensio para forzar al menos una prórroga a la que España ni siquiera hizo méritos.
La desconocida España sub-21, intimidada por la presión y el poderío físico germano, no tuvo nunca opción al título y pagó su pésima primera parte, en la que el equipo nacional, totalmente replegado a partir de los cinco minutos, apenas olió el balón durante el primer tiempo. El medio campo español no generó nada de fútbol, sobre todo en ese período en el que la selección se salvó de más de un tanto, sobrepasada por el empuje de un equipo alemán que no necesitó el juego duro que había prometido en la previa para imponerse a España en el juego y en el marcador. El dominio de Alemania fue abrumador y la selección sub-21 cerró con excesivo dolor un ciclo.
A la selección española, demasiado pasiva, le faltó el balón, que fue de Alemania durante toda la primera mitad, y la creación del fútbol y acusó también debilidades defensivas, sobre todo en los laterales, donde sufrió demasiado ante los alemanes. Después de una pérdida, desde la banda derecha llegó el golazo de los germanos, con un gran centro al área que Weiser, quien con un giro de cabeza que provocó una espectacular parábola con Kepa algo adelantado, inauguró el marcador. Se veía venir, ya que Alemania, que lanzó incluso al poste en el minuto 7, encontró las vías de agua de una España en la que ni Saúl ni Ceballos, mucho más preocupados por defender, tuvieron posibilidad de fabricar juego y dar algún pase en profundidad.
Tan sólo presentó España alguna acción individual en esa primera parte, y no fue de Marco Asensio, a quien más se esperaba, sino de Deulofeu, pero el extremo catalán que se alternó en banda con el madridista viendo la incapacidad de la 'Rojita' arriba, abusó de regate. Ni una sola ocasión clara tuvo España en esa primera parte en la que no hubo unidad ni combinación. La pegada que había exhibido hasta llegar a la final era imposible que llegara en el momento definitivo porque Alemania no permitía las contras con su presión y los delanteros de Celades apenas les llegaban balones.
Jugó muchísimo mejor Alemania en esa mitad en la que España sólo logró aplacar durante unos minutos el peligro constante del rival cuando los germanos aflojaron algo. Desde el primer momento se comprobó que todos los centros laterales eran rematados por los alemanes frente a unos españoles demasiado apocados e intimidados también ante el poder físico. La continuidad también fue del adversario, con el equipo de Celades intentando sobrevivir con alguna acción aislada pero demasiado alejado de las zonas amenazantes. Con Arnold autoritario en el centro junto a Haberer, el centro del campo español, en el que intentaba contener Marcos Llorente, hacía aguas, con el madridista que jugó la pasada temporada en el Alavés sin compañía.
Sin amenazas individuales ni, por supuesto, juego colectivo, la selección española firmó un lamentable primer tiempo, aunque la mejor noticia era que, si había jugado tan mal y había sido completamente dominada, sólo se fue al descanso con un gol en contra. Sin embargo, frente a la intensidad de la joven e incansable selección alemana, que ganaba todos los balones divididos, se presagiaba muy complicado poder dar la vuelta al marcador o al menos lograr la igualada en la segunda parte, pese a que España dio un paso al frente y se hizo por fin con el balón. Era imprescindible que los españoles se olvidasen de encerrarse atrás y de conceder la pelota al enemigo para dejarle jugar, y al menos se vio durante unos instantes a una selección nacional más atrevida y ofensiva, aunque Alemania defendía con mucho orden.
Pese a esa mejoría de España, que comenzó a acosar a los defensores alemanes, se echaba en falta encontrar espacios entre esa maraña de piernas, y era necesario buscar el remate de media o larga distancia. Lo intentó Saúl al filo de la hora de partido, pero Pollersbeck, la primera vez que se vio exigido y obligado a rechazar un balón, respondió con una fenomenal parada. El peligro estaba en que con esa actitud ofensiva y la obligación de marcar, había que dejar huecos atrás de los que se podía aprovechar el rival, que no se descompuso en ningún momento en defensa. Y en los contragolpes, y después otra vez mandando, Alemania seguía metiendo miedo ante una zaga en la que Meré cometió numerosos errores y no estuvo nunca contundente. Pudo llegar el segundo en el minuto 61 si no lo hubiese evitado la milagrosa pierna de Kepa, salvador en ese disparo de Gnabry que iba a la red y habría puesto fin a la lucha por el título antes de tiempo. Con Alemania ya cerrada atrás y sólo defendiendo, volvió a intentarlo Deulofeu desde lejos, pero tampoco encontró su objetivo. España, hundida, chocando contra un muro, nunca dio sensanción de poder conseguir el empate.
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