Cristiano llora por Ronaldo, no por Portugal
Sus lágrimas no conmueven porque no se derraman por la desilusión que supone la eliminación de Portugal para su país. Son solo por él
JON RIVAS
Domingo, 11 de diciembre 2022, 13:50
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JON RIVAS
Domingo, 11 de diciembre 2022, 13:50
Se marcha Cristiano Ronaldo del campo y llora como un niño en el larguísimo túnel que conduce al vestuario de Portugal. Una cámara frontal le enfoca, un señor acreditado, se supone que de la delegación portuguesa, lo agarra a ratos por el codo durante el ... camino, tal vez para servirle como toma de tierra que descargue la electricidad estática de su cuerpo, o haciendo de ancla que le sujeta al suelo a él, Ronaldo, que durante años ha levitado a varios centímetros sobre el césped.
Es el único futbolista que anda por allí, porque los demás siguen sobre el verde, penando unos, festejando otros. Sin embargo, las lágrimas de Cristiano no conmueven. Esa misma escena, con cualquier otro jugador como protagonista, pondría los vellos de punta a una persona mínimamente sensible que lo está viendo por el televisor, pero no con Cristiano. Que da pena, tal vez, pero por otras razones.
Porque, quién más, quién menos, todos los futboleros intuyen que las lágrimas del capitán portugués no se derraman por el desastre colectivo y la desilusión que supone la eliminación de Portugal para su país, sino por la eliminación de Cristiano; porque Cristiano no ha sido el mejor, porque Cristiano no será nunca campeón del Mundo y no ha igualado a Eusebio como goleador portugués en los mundiales. Tal vez porque se siente incomprendido cuando el universo futbolístico cree que ya no es el Cristiano de hace unos años, mientras él mismo piensa que no es así, y qué sabrán los demás. Sólo es una mala racha, como mucho.
Cristiano llora por Ronaldo, y no por Portugal, que es lo que hacen los otros. Es lo que suele suceder cuando un futbolista como él, que lo ha sido todo, tiene un ego más desarrollado que los abdominales, y no es debatible el desarrollo de los abdominales de Cristiano. Nos imaginamos a Cristiano dando vueltas en su cama king size con sábanas de raso –Georgina incómoda con tanto movimiento–, implorando al cielo y preguntándose a sí mismo: «¿Por qué a mí, por qué?» ¿Por qué a él, al que el común de los mortales ha tenido envidia siempre porque era más guapo y más rico que los demás? Él mismo lo dijo.
Los aduladores de cámara de Florentino Pérez ensalzan en estos días la visión que tuvo el presidente del Madrid cuando decidió que Cristiano no siguiera en el club y lo vendió por 122 millones de euros, y por una vez hay que reconocer que no andaba desencaminado, aunque, en realidad, había mucha gente que pensaba que, después de doblar la esquina de la treintena, un jugador que basó siempre su poderío en una condición física excepcional, empezaría a dar problemas. Y no por ese declive evidente, sino porque siempre se ha negado a asumirlo, y a adoptar un rol diferente, alejado de la explosividad de sus años jóvenes. Cristiano es un grandísimo futbolista, que además se ha hecho a sí mismo, empujado en gran parte por esa autoestima elefantiásica, que le ha ayudado a superar muchas dificultades, pero que también le ha alejado de la realidad de su propio yo.
Dicen que en el vestuario de Portugal ya no le respetan como antes. Es difícil. De su vieja guardia apenas queda nadie: Pepe y poco más. Le sucede como en el Manchester United. Regresó a su antiguo club y allí no había nadie que le tratara con el respeto que él cree que se merece, y menos su entrenador Ten Hag. Según Cristiano, sus dirigentes, «son incompetentes, obsoletos y deshonestos». Claro está, le han echado. Un problema menos.
Fue tan reverenciado en el Real Madrid, y después, aunque en menor medida, en la Juventus, que pensó que rendirle pleitesía y jugar como titular era algo que le debían los demás, así que debe ser difícil, para un personaje como él, asumir esa realidad. «Tienes una prisa del carajo para echarme, ¡jódete!», le dijo a Fernando Santos, el seleccionador, cuando le cambió ante Suiza. Quería batir el récord de goles de Eusebio en la Copa del Mundo, y a pesar de la goleada portuguesa, él no marcó, y acabó frustrado y en el banquillo en los dos siguientes partidos.
Con la eliminación, lloró, pero sus lágrimas no conmueven. Cristiano no ha sabido encauzar bien su ocaso futbolístico, aunque se haga de oro si al final se va a Arabia Saudí a cobrar 400 millones por dos años.
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