jacobo castro
Madrid
Sábado, 6 de octubre 2018, 20:42
Como si se tratase de la obra de Gabriel García Márquez, Jose Mourinho vivió una historia de la que todo el mundo parecía saber el final. Horas antes de que se disputase el partido ante el Newcastle, el diario inglés «The Mirror» adelantó que el ... portugués sería destituido hiciese lo que hiciese en el mencionado encuentro. La mala relación con su plantilla y la pérdida de confianza por parte de la directiva eran los motivos expuestos por el periódico. Y pese a que desde el club desmintieron la información, el ambiente en Old Trafford en la previa del encuentro mostraba que muchos sabían lo que podían estar a punto de ver: el último partido de Jose Mourinho como técnico del United.
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El día que lo iban a destituir, Mourinho se cargó del once a Antonio Valencia, el capitán del equipo, que curiosamente había dado 'me gusta' durante la semana a una publicación de Instagram que pedía el cese de su entrenador. El portugués apostó por un 4-3-3, con un Pogba, Matic y McTominay en el centro del campo, mientras que Rashford, Lukaku y Martial formaron en la delantera. «Still with Jose» rezaba una pancarta en el teatro de los sueños. Relajado, Mourinho fue hacia su banquillo. Allí cogió una botella de agua y mojó una cámara. Era como si, igual que Santiago Nasar en la obra de García Márquez, fuese ajeno a lo que el destino le aguardaba. Únicamente tardó seis minutos en ver que algo no iba bien.
Kenedy en el seis, y Yoshinori Muto en el ocho pusieron el 0-2 en el marcador sin haber llega siquiera al minuto diez. Mourinho asistía incrédulo a lo que ocurría, y ordenaba a sus jugadores ir hacia el centro del campo a poner la pelota en juego después de cada gol. «Come on, come on» decía el portugués. No dejó pasar mucho más tiempo para coger las riendas de la situación. Si tenía que morir, quería hacerlo con honor. Así en el minuto 18 sacó del campo a Bailly y dio entrada a Mata. Un mediapunta por un central. Recibió al africano en el banquillo con un abrazo, queriendo dejar constancia de que el joven futbolista no era culpable, que simplemente era una víctima más.
La cosa no mejoraba, y De Gea mantuvo intacta la ilusión de Mourinho de lograr una remontada épica. Cuando el colegiado pitó el descanso, el portugués corrió hacia el túnel de vestuarios, como si quisiese escapar de su destino. Su solución fue meter a Fellaini por McTominay. Una vuelta de tuerca más. Mourinho quería morir con todo. Y entonces, el de Setubal comenzó a vencer a su destino. Su equipo empezó a tener ocasiones y, después de perdonar varias veces, Mata, de falta directa, y Martial, tras una gran combinación con Pogba, pusieron el 2-2 como si el teatro de los sueños estuviese presenciando uno de Mourinho.
Pero quedaba lo mejor. En el 90 llegó la locura. Alexis Sánchez, que había sido la última apuesta del portugués, anotaba el 3-2. Pudo ser la última obra maestra del genial técnico de Setubal en Old Trafford. Cuando el árbitro pitó el final, Mourinho no celebró. Simplemente caminó hacia el túnel de vestuarios agitando su mano y mascullando algo entre dientes. Nadie sabe qué pasará ahora, pero solo hay dos opciones: que el portugués se marche dejando el recuerdo de una remontada imposible; o que este partido sea la base para iniciar algo nuevo. Aún está a tiempo de todo.
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