Ignacio Tylko
Martes, 17 de mayo 2016, 00:02
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Cuando Florentino Pérez admitió al fin que había un problema con Rafa Benítez y le destituyó el 4 de enero, parecía complicado que el Real Madrid pudiera luchar por la Liga hasta el final y alcanzar la cita clave de la Champions. El equipo blanco ... acababa de salvarse de la derrota en Mestalla por una actuación excelsa de su portero Keylor Navas, pero, tras 18 jornadas, estaba a cuatro puntos del Atlético y a dos del Barça, los culés con un partido menos.
Transmitían los blancos malas sensaciones. Su juego era espeso, los resultados irregulares, con 11 victorias, cuatro empates y tres derrotas en el torneo de la regularidad, y el ambiente entre plantilla y cuerpo técnico estaba muy contaminado. Liderados por dos pesos pesados como Cristiano Ronaldo, al que Benítez no consideró el mejor futbolista al que había entrenado, y Sergio Ramos, los profesionales callaban en público, pero no sintonizaban con el técnico madrileño; les aburría al ser tan meticuloso y táctico.
la clave
Su sonrisa permanente, mirada penetrante y cercanía, reforzaron a su ejército. A modo de argumentario de los partidos políticos, en la plantilla se pusieron de acuerdo para trazar un guion sobre el discurso a emplear desde el despido de Benítez y el aterrizaje de Zidane. Los jugadores detacaron su mayor empatía con el nuevo técnico, el disfrute de más libertad sobre el césped, el bloqueo existente con su antecesor y el éxito del trabajo físico diseñado por Zizou, a modo de minipretemporada invernal.
Sin profunda base metodológica pero haciéndoles la vida más sencilla a los grandes protagonistas de todo equipo, Zidane recuperó el latido del vestuario. Supo invertir la tendencia en silencio y comenzó con unas goleadas en casa ante el Deportivo y el Sporting que entusiasmaron a crítica y afición. Pese a su inexperiencia como entrenador, se manejó ante los periodistas con naturalidad en las conferencias de prensa.
El presidente desmentía a los periodistas e insistía en su respaldo a un entrenador criado en la casa blanca, aunque triunfador lejos, hasta que concluyó que el ambicioso proyecto se derrumbaba. En realidad, desde el humillante 0-4 sufrido ante el Barcelona en el Bernabéu, el 21 de noviembre, Rafa estaba sentenciado. Los renglones de su hoja de ruta ya se torcieron en pretemporada, y más cuando en la séptima jornada su equipo reculó en la segunda mitad y permitió que un flojo, pero corajudo Atlético, le empatase en sus postrimerias el derbi liguero del Calderón, tras un gol de Luciano Vietto.
En la hora del adiós, Florentino apenas dedicó palabras a Benítez y se centro en la figura de Zinedine Zidane, al que calificó como el nuevo Di Stéfano del madridismo. Su historial como técnico se resumía en su trabajo como ayudante de Carlo Ancelotti y un deambular más bien flojo al frente del Castilla. Pero tenía carisma, personalidad y un brillante pasado de jugador. Fue uno de los grandes y el madridismo le rinde pleitesía desde esa volea imposible que selló la novena Copa de Europa en la final de Glasgow ante el Bayer Leverkusen.
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«Deseo un fútbol bonito y equilibrado, con entrega y esfuerzo, y una buena relación con todos los jugadores. Hablo poco, pero quiero estar muy cerca de ellos y conseguir que se lo pasen bien y pongan intensidad en cada partido, con ambición para ganarlo todo». Así se resumió el discurso de Zizou en su puesta de largo, donde insistió en que es partidario del «palo y de la zanahoria». Con humildad, confesó que «nunca un entrenador está preparado para dirigir al Real Madrid».
Se refirió con máximo respeto a colegas y rivales. No se asustó por la exageración que rodea a los grandes equipos y se ganó a periodistas influyentes al llamar a las cosas por su nombre. Incluso llegó a utilizar el término «fracaso» cuando le preguntaron por una hipotética eliminación ante el Manchester City en semifinales de la Champions.
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Diagnóstico concluyente
No sin altibajos y problemas fuera de casa, el cambio funcionaba. Pero el 27 de febrero, un gol de Griezmann le dio la victoria al Atlético en el Bernabéu. La derrota incendió a a grada y la afición de nuevo se dirigió hacia el palco. Habían pasado diez años desde la renuncia de Florentino Pérez y la cosa pintaba mal en el Madrid. «Si no metemos la pierna pasa esto, pero no vamos a tirar la temporada», sentenció Zidane en una crítica explícita a sus jugadores.
Llevaba mes y medio en el cargo, pero su diagnóstico era concluyente. También criticó la actitud del equipo, aunque luego rectificó, cuando se produjo la derrota en feudo del Wolfsburgo. El Madrid venía de dar la sorpresa en el Camp Nou y de acabar con 39 partidos de imbatibilidad de un Barça de récord. Era obligado insistir en la cultura del esfuerzo.
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Sus registros
Desde esa derrota en el derbi, Zidane recapacitó, recuperó a Casemiro para la causa, contó más con el joven Lucas Vázquez, castigó a figuras como James e Isco, y el Madrid encadenó 12 victorias en la Liga, marca en un final de temporada en España. Y ha remontado una diferencia de 12 puntos con el líder, a falta de sólo 27 por disputarse. Otro registro pulverizado por Zidane.
Fue clave que diera otro paso al frente al advertir que así no irían a ningún lado, tras ganar en Gran Canaria con un cabezazo de Casemiro en el descuento. Bajo su mando, Bale, Benzema y Cristiano entendieron que el replilegue es innegociable para poder luchar por títulos.
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Hizo equipo de un grupo desajustado e insolidario. Y su Madrid cosechó 17 victorias, dos empates y sólo una derrota en una Liga para la historia. Zizou se apuntó a la corriente del partido a partido y siempre recordó que aún no habían ganado nada. Con 53 puntos y 63 goles en esas 20 citas, su comienzo no tiene parangón en el Real Madrid. Sin embargo, su continuidad aún no está garantizada. Los jugadores le quieren, pero ya ha dicho Ancelotti tras su primer año que si no gana la décima, le hubieran echado.
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