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Había ganas. Y muchas. Tanto deportivistas como culturalistas se echaban de menos. De una o de otra manera. Desde primera hora del día, Ponferrada sabía que no era un día, era día de derbi. Y así se dejó sentir en sus calles.
Con la cordura ... y la convivencia estando presentes en la mayor parte de los aficionados, el derbi fue una fiesta del fútbol. De blanco y de blanquiazul, con el león rampante y la cruz de Peñalba, todos vivieron esta fiesta del fútbol a su manera.
El epicentro era el bar de El Toralín. Ahí, aficionados de uno y otro lado se unieron, su juntaron y disfrutaron de la previa del partido sin ningún tipo de incidente. Pese a ello, los insultos entre ciudades y equipos aparecieron por parte de pequeños grupos de aficionados, incluso con pancartas con esas palabras ofensivas.
Desde el calentamiento hubo un duelo. De cánticos. Por un lado, el fondo norte, plagado de deportivistas, animaba a los suyos. Enfrente, los culturalistas, con la púrpura en la mano, se hacían notar. Desde antes del pitido inicial, los decibelios eran bastante altos.
Con la salida de los jugadores al campo, El Toralín se tiñó de blanquiazul con los banderines que había colocado el club en las butacas. Menos un reducto, en el fondo sur, donde se veían únicamente banderas de León. Los corazones, bercianos y legionenses, estaban en alto.
Pero si ya eran altos antes del inicio, imaginénse en el minuto 5. Quizá era pronto, muy pronto, porque pocos se esperaban un comienzo tan fulgurante de la Cultural. Pero cuando Bicho anotó el 0-1, el griterío desde una esquina del estadio monopolizó todo el estadio.
Con piques, cánticos en contra pero, sobre todo, pasión, el partido transcurría hasta que Bicho hizo de nuevo retumbar El Toralín… con voces culturalistas. Era el 0-2, en apenas 11 minutos. Era un guion inimaginable para los más optimistas de los visitantes ni para los más pesimistas de los locales.
Apareció un ingrediente más en una tarde para héroes, tanto los del césped como los de la grada: la lluvia. Y, con ella, llegó el gol de la Deportiva que hizo que el griterío cambiara de bando.
Con la Cultural apostando por un juego más pausado, al grito de 'olés' en el bando capitalino, y cánticos de ánimo de la afición berciana. Lo que era común en ambas aficiones era en nerviosismo, la tensión y la incertidumbre por todo lo que sucedía sobre el césped.
La tensión crecía con el paso de los minutos. Y con decisiones que la grada no entendía. Como el cambio de Yuri, con el que El Toralín respondió con una sonora a pitada a su entrenador e, incluso, algún consejo desde la tribuna principal: «¡Piensa, Íñigo, piensa!».
Era un partido, también, para andarse con pocas florituras y así lo entendió el único leonés sobre el campo, Rodri Suárez, que despejó un balón… que acabó en los brazos del consejero de Medio Ambiente, Juan Carlos Suárez-Quiñones, que estaba en el palco.
El graderío quiso jugar su partido, protestando cada acción, especialmente una caída de Cerdà en el área que bien podía haber sido penalti… y así lo reclamó El Toralín.
Acabó el partido y los puntos se fueron para León. La Cultural lo celebró con su gente, con Rodri haciendo de 'maestro de ceremonias', con una bandera de León, en un momento emocionante para ellos. La Deportiva agradeció a su gente el apoyo.
Porque, al final, fue una fiesta del fútbol donde los culturalistas se fueron con una sonrisa en la cara pero todos disfrutaron de una cita que siempre es especial.
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