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Unai Simón se coronó anoche como el gran zar de San Petersburgo. Lo hizo en la dramática tanda de penaltis, a la que España llegó muy tocada mentalmente después de 120 minutos de impotencia y frustración. Imperial, sin duda crecido por el poder de ... recuperación que había demostrado en octavos ante Croacia después de un fallo garrafal, el meta del Athletic miró a los suizos a los ojos y les dejó claro que la portería es su territorio. Un territorio inexpugnable que no podrían colonizar.
No pudo empezar peor la selección. Busquets, el gran capitán, el faro dentro y fuera del campo, estrelló su lanzamiento en el poste. Bajo los palos el sobrio Sommer, el que mandó a casa a la poderosa y favorita Francia y con una merecida fama de parapenaltis. Pintaba mal, muy mal. Sobre todo cuando Gavranovic marcó el suyo y porque seguro que pesó en los hombres de Luis Enrique el recuerdo de la tanda de helvéticos y galos, en la que los primeros transformaron los cinco.
Nunca podía imaginar Suiza que la pena máxima de Gavranovic era la última que materializaría. Y es que Simón se hizo grande, muy grande, en la antigua capital del imperio ruso. Y su portería pequeña, muy pequeña para los lanzadores rivales. Qué confianza, qué manera de creer, de tener fe en la adversidad. Primero, para hacer bueno el penalti lanzado por Del Olmo y detenérselo a Schar.
Pero, sobre todo, para encender la única luz que le quedaba a España cuando Rodri, que sólo había saltado al césped los últimos minutos de la prórroga por sus buenos números desde los siete metros, destrozó esa estadística. La Roja estaba contra las cuerdas. Si Akanji le batía, las tarjetas de embarque a Madrid estaban casi selladas. Pero Simón se vistió otra vez de héroe, intuyó la dirección del golpeo, abajo a su derecha, y sacó el balón. Lo mismo que había hecho con el de Schar en una acción casi idéntica. El marco que dibujaba su figura se había achicado tanto que Vargas envió la pelota al anfiteatro y abrió de par en par para España las puertas de las semifinales.
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Hubo en San Petersburgo una exitosa conexión con Viena, donde todo empezó, a través de la máquina del tiempo. Hace trece años, en la capital austríaca, el combinado nacional rompió la maldición de los cuartos de final, la ronda en la que siempre se truncaban sus sueños. Fue en otra tanda de penaltis no apta para cardíacos, en aquella ocasión frente a la eterna Italia. Iker Casillas detuvo también dos, uno de ellos con una estirada calcada a una de las firmadas ayer por el guardameta rojiblanco. Y Cesc anotó el quinto, el definitivo, el que permitió a la selección despojarse de todos sus complejos y ganar aquel torneo.
El contexto es ahora muy diferente, pero La Roja había llegado a esta cita después de tres fracasos consecutivos en los Mundiales de Brasil y Rusia y en la Eurocopa de Francia. La historia pesaba en pleno relevo generacional. Y entonces Simón, que nunca había disputado una competición internacional de este nivel y con tanta responsabilidad, dio un golpe en la mesa y gritó que quería más, que los cuartos no le valían. Y Oyarzabal escuchó los ecos de ese grito y pensó que él también quería más. Y cuando el futbolista de la Real Sociedad marcó la explosión en La Roja fue ya incontrolable. La mayoría de los jugadores se avalanzó sobre Simón, que flotaba con sus compañeros en la noche de San Petersburgo.
«El fútbol ha sido justo, somos justos vencedores. Hay que borrar rápido los errores pero también resetear estos aciertos porque viene un rival muy difícil, sea quien sea», declaró al término del encuentro el alavés, quien hizo memoria y dijo que contra el Betis también fue determinante en una tanda de penaltis en Copa con el Athletic. «Creo que de pequeño paré algún penalti también», añadió. Aludió, asimismo, a su emotivo abrazo con Luis Enrique. «Me he venido un poco arriba en la celebración, pero es lo que me pedía el cuerpo, no suelo ser así. Es un momento de euforia y he sacado toda la rabia y las ganas». Fue elegido MVP del partido. «Yo se lo habría dado a Sommer», dijo resuelto. Fue el último edicto del zar en la ciudad imperial.
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