P. RÍOS
BARCELONA
Domingo, 18 de abril 2021, 16:39
Una hora antes de la final de la Copa del Rey, ya conocida la alineación que iba a presentar Ronald Koeman ante el Athletic, el entorno con voz del FC Barcelona echaba humo. Que si el 3-5-2 siempre es un paso atrás ... en el club, que si había trabajado durante la semana el tradicional 4-3-3 pero a última hora había cambiado de idea al detectar que el equipo no tenía la energía necesaria para una apuesta táctica y física más exigente, que si era una declaración de intenciones que el talento de Riqui Puig se quedara en la grada, que si renunciar a extremos como Dembélé era una traición a la filosofía de La Masia... Y así una retahíla de objecciones que a un recién llegado al mundo azulgrana le podía llevar a pensar que el entrenador holandés había perdido la cabeza antes de que Joan Laporta se la cortara a final de temporada para colocar supuestamente a un técnico suyo y no del anterior presidente, Josep Maria Bartomeu. Pues nada, soberbio partido, 0-4 llegando por las bandas y primer título de «la nueva era», como lucieron en sus camisetas los jugadores en la celebración. Y silencio entre los pregoneros del estilo único.
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«Soy culé», proclamó Koeman en la rueda de prensa posterior al título. Como si tuviera que recordar que él dio la primera Copa de Europa de otra nueva era, la del 'Dream Team' en los noventa, con un lanzamiento de falta en Wembley ante la Sampdoria. Dos palabras en lugar de decir que él solo piensa en el bien del club como demostró renunciando a la selección holandesa antes de una Eurocopa y de un Mundial porque esta vez no podía dejar escapar el tren de sus sueños. Como dejó claro al rebajarse el sueldo en plena crisis económica e invitar a la Junta Gestora, entre las presidencias de Bartomeu y Laporta, a priorizar cualquier tema antes que su salario. Aceptó un reto complicado, recuperó anímicamente a Messi y sembró para el futuro con jóvenes valores.
A Koeman le estaban esperando para atizarle no solo aquellos jugadores resentidos que tuvo en el Valencia hace trece años y que ahora le pasan factura de una experiencia convulsa como comentaristas en distintos medios de comunicación. Con eso ya contaba. Al igual que con las críticas de los que parecen defender que de los árbitros solo se pueden quejar algunos cuando les interesa y no los demás. Lo sorprendente en el Barça siempre es el fuego amigo, a veces con intereses evidentes, como sucede con los amigos que quieren colocar ya a Xavi Hernández, y en otras ocasiones con visiones poco realistas del momento actual del Barça. Se sigue saliendo del barro, enfangados por el 2-8 del Bayern, con limitaciones que aconsejan estilos de juego más prudentes, prácticos, pero no exentos de belleza.
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El Barça bordó el fútbol también en La Cartuja, con jugadas colectivas formidables como la del 0-1 de Griezmann o la del 0-4 de Messi, tras dos minutos de posesión y todos los jugadores tocando el balón. Y acciones individuales para el recuerdo, como el 0-3 de Messi en combinación con De Jong, autor del 0-2.
Seguramente a Koeman no le bastará para mantener el puesto si no gana la Liga. Le quedan ocho jornadas para intentarlo. Tiene otro año firmado y Laporta, aunque le alaba y le admira, sigue sin ratificarlo en público. En realidad, no importa demasiado. El cariño de los aficionados, especialmente de los que no se dejan condicionar por lo que leen y escuchan, sino solo por lo que ven, ya lo tiene para siempre.
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