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Luis Javier González
Valverde de la Sierra
Sábado, 24 de junio 2023, 20:27
Tras una etapa de 36 kilómetros en las piernas, este sábado, segundo día de la Riaño Trail Run, el speaker tiene más energía que los corredores. La salida en Valverde de la Sierra, una localidad de Boca de Huérgano que no llega a la ... treintena de habitantes censados, es un espectáculo. Tras estrenarse allí el año pasado, el evento reconoció a una vecina inolvidable, Joaquina. Allí estaba el excéntrico animador, que el día anterior le quitó el móvil a una espectadora para asegurar su atención, probando las caderas de la anciana, que le siguió el juego y bailó al son de esas canciones del siglo XXI tan ajenas a la vida de sus vecinos como los cerca de 200 corredores por montaña que desembarcaron allí una anodina mañana de sábado.
El universo de las carreras por montaña es un arma contra la despoblación. Cuando Valverde de la Sierra se encontró con aquellos tipos raros en 2022, sus vecinos empezaron a preparar embutido con lo que tenían en la nevera, un gesto entrañable que obligó a los organizadores a volver. Como las montañas llegaron al mapa antes que los pueblos, los recorridos para atacarlas necesitan esa predisposición de los vecinos. La segunda etapa asaltaba la joya de la Montaña Palentina, el Espigüete, y la salida desde la localidad permitía subir por la pendiente sur, más técnica, y descender por la ruta más transitada, más segura. Permitió un recorrido más corto frente a la alternativa –partir de Boca de Huérgano–; eso sí, más duro. Con unos 22 kilómetros y casi 1.900 metros de desnivel positivo, fue la etapa más inclinada del menú.
Su trayecto sirvió para consolidar a los ganadores del viernes. Ana Alonso repitió victoria al imponerse con un tiempo de 3h42m24s y lidera la general con una hora de ventaja sobre su inmediata perseguidora, Carla Junquera. Sí hubo nuevo vencedor en la categoría masculina con el triunfo de Fernando Ayuga, que paró el crono en 3h07m02s, por delante de Francisco Estévez, segundo, que extendió su ventaja sobre Iván Sangiao por encima de los cinco minutos a falta de la última etapa.
Los organizadores avisaron al pueblo de su llegada: «El sábado vamos para allá». Una cortesía necesaria, porque eso de una caravana de trail tiene toques de invasión extraterrestre. El speaker lo confirma con peticiones como obligar a los corredores a agacharse y hacer la ola antes de la salida, una factura poco agradable para las piernas cansadas. Pero no da opción, quedarse de pie es jugarse un billete al patíbulo. Como el evento divide por clasificaciones generales a los que participan en las tres etapas, los que hacen dos y los que solo hacen la última, hubo salidas separadas. Primero salieron los del menú completo y cinco minutos después lo hicieron los de las dos etapas, que fueron cazando en las primeras rampas –amables– a sus compañeros, más fatigados.
La cosa se trasformó en una película de terror tras un giro a la izquierda pasado el kilómetro cinco. El Espigüete en toda su crudeza, con cerca de dos kilómetros con una pendiente media por encima el 40% en un terreno inestable como es la pedrera sur. Cuando la inclinación es tn extrema, hay dos opciones: bastones para reducir la fatiga en las piernas –algo que exige técnica, saber usarlos para que sumen y no resten– o inclinar el tronco y sufrir. Sea cual sea el remedio, se pierde el horizonte y se complica seguir las cintas blancas y rojas que balizan el recorrido en busca de la trazada óptima. Ese sendero que resbala, esas piedras que caen hacia abajo para riesgo de los perseguidores.
Después llega la cresta, con unas vistas tan privilegiadas como el riesgo de transitarlas. Cuando Miguel Heras expuso la etapa, pidió que cada cual se ajustase a su habilidad en terreno técnico. En esa macedonia de asunción de riesgos casi colisionaron uno de los velocistas con uno de los prudentes, los que bajaban con la mayor horizontalidad posible, casi sentados. La zancada del primero pasó a centímetros de la mano del segundo. Gran resumen para una bajada tan abrupta –unos 1.200 metros en menos de tres kilómetros– como esta: tobillos que se tuercen sin romperse, culetazos con las articulaciones intactas. Vivir hasta la siguiente mina.
Tras los 11 kilómetros más lentos imaginables, el único avituallamiento del recorrido, en el parking de Mazobre, en Cardaño de Arriba. La ambulancia atendió con suero a dos corredores con una deshidratación severa y a otro que abandonó por una lesión en la rodilla. No correrá el domingo la etapa final de 23,7 kilómetros con salida y meta en Riaño, previo paso obligado por el Gilbo. No será el único que rechace la invitación a un día más de sufrimiento en un camping que evidencia la fatiga, con corredores yacentes en busca de la sombra que llevan su colchón a cualquier confín. Siempre quedará el speaker. Y la gran Joaquina.
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