Luis Javier González
Páramo del Sil
Lunes, 20 de marzo 2023, 15:57
Hay lugares hechos para sufrir, por mucho que pasen las décadas. La cuenca de Alto Sil no olvida el sacrifico de sus mineros, un espíritu que sobrevive en los más de 700 corredores que patean ahora sus montañas. El ocaso de la minería y ... el cierre de la central eléctrica de Anllares del Sil golpearon de lleno a una zona que ha recuperado momentos de esplendor como el último fin de semana del invierno, la fecha que eligió Lolo Díez para organizar la Carrera Alto Sil, un evento que ha llevado a la élite del trail a la Sierra de Gistredo y que se caracteriza por su constante evolución. Nunca repite recorrido para ser fiel al lema no oficial del evento (#quesejodan) y maltratar cada año al corredor con una sorpresa distinta.
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El evento surgió en 2009 con una carrera de treinta y tantos kilómetros con salida y meta en Santa Cruz del Sil y el ceremonioso paso por Primout, un lugar mágico por su difícil acceso –la organización informa de la posibilidad de llegar con el coche «si no le tienes mucho cariño»–, sus dificultades para mantener población y en encanto de sus casas. Puede que las pulsaciones y los más de 20 kilómetros a la espalda que acumula el corredor cuando llega allí adulteren la percepción de la belleza, pero el primer paso por sus calles es inolvidable. El paso del tiempo añadió otras opciones como un kilómetro vertical desde Salentinos o dos carreras más –un ultra de 54 kilómetros y una corta de unos 16– con salida en meta de Páramo del Sil. Además de una marcha de andariegos y campeonatos de categorías inferiores.
Precisamente en un bar de Páramo de Sil atiende el tipo que agita el cencerro al paso por Primout, una de las imágenes más icónicas del Alto Sil. Correr el último fin de semana del invierno es una lotería, como comprobaron los valientes de la carrera ultra –fue el Campeonato de Castilla y León de la modalidad–, que salieron a las 8:15 horas del sábado y convivieron con la nieve en un tramo inicial de la prueba con puntos en los que la sensación térmica era de seis grados bajo cero para después llegar a meta a la hora de comer pasando calor. Álvaro González fue el más rápido (5h34m07s) y Oihana Kortazar, la mejor corredora española por montaña de la última década, venció con 6m22m42s, un título que suma a sus tres victorias en la carrera clásica. Una paella esperaba en meta, pero algunos tuvieron que hacer merienda-cena.
La mañana fue menos agónica para los corredores de la Promo, la carrera corta: unos 15 kilómetros y 800 metros de desnivel positivo, los de la subida a la Campona, protagonista en todos los recorridos del fin de semana. Salida cuesta arriba, por supuesto, atravesando un tramo de escaleras y una primera rampa que las piernas frescas toleran sin mayor pesar. Pero lo que sigue son 7,3 kilómetros al 11%, con tramos para todos los públicos: momentos para correr, para andar a duras penas, usando las manos o los bastones, y hasta breves tramos llanos, todo un alivio.
Una carrera de montaña es una macedonia de personalidades, de ritmos, de momentos. Esa subida la terminan cuatro corredores que se han ido adelantando en los tramos de fortaleza de cada uno; esas fases de andar, de correr, de sortear terreno pantanoso. Y llega la bajada (4,9 kilómetros al -12,2%), rápida como pocas, por una pista en buenas condiciones, con las habituales piedras sueltas. Llega el momento del bajador, la gacela que ha sobrevivido en la subida y baja con los bastones en la mano. Aquello es un fórmula uno: mantener su estela exige subirse a los pianos. Pero el cronómetro recompensa la odisea.
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Así se llega a la «putada» de 2023 de Lolo Díez. El placer de la pista deja paso al prado, con barrancos embarrados en los que toca apoyar el culo y tirar de equilibrio para el desplazamiento lateral. Un anticipo, porque aquello desemboca en el propio río. Los organizadores señalizan el recorrido con cintas de colores y aquello no daba pie a la interpretación: zarzas por ambos lados y señales por el agua. Lo que sigue son unos 200 metros de correr a duras penas por pleno cauce, hasta que una voluntaria anuncia desde arriba que toca trepar un poco más, que es la última subida. Unos metros que los corredores hacen entre felices improperios al arquitecto de la trampa mientras se secan mis pies. Un kilómetro más, ya sin sorpresas, y meta en Páramo. Ganaron Félix Rojo (1h13m55s) y Raquel Medina (1h42m24s)
Un corredor definía la novedad acuática como «el chiste más recurrente de Lolo en los últimos años». Porque en la clásica de 2022 tocó cruzar tres veces el río ante los gritos inequívocos de un voluntario. Y no hablamos de meter las zapatillas. La clásica (35 kilómetros y unos 1.800 metros de desnivel positivo) es la joya de la corona, con una participación cercana a los 400 atletas que dobla a las otras dos carreras. El aparcamiento repleto de Santa Cruz del Sil en la mañana del domingo ilustra su prestigio y el impacto económico en una comarca en la que cuesta encontrar mesa ese fin de semana. Además de la Campona, la clásica alterna punzadas como la Collada, el Muro o el Picón Negro. Este año llegó a Pedrosillo, la máxima altitud de su historia, a los 1.800 metros. Los más rápidos fueron Guillermo Ramos (2h55m36s) y Marta Martínez (3h32m35s).
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Frente a otras carreras, los organizadores apenas piden material obligatorio y confían en la responsabilidad del corredor. Salvo que las condiciones –como la nieve del ultra– exijan especial celo. Esto es posible por el ejército de voluntarios de la carrera, los de una comarca que acompaña con generosidad el esfuerzo del corredor. Por el camino, anécdotas como que el ganador de la primera edición, Aurelio Olivar, llegó tan pronto a meta que la organización no estaba preparada para recibirle. O el ataque de Miguel Heras mientras su rival, Iker Karrera, bebía en el último avituallamiento. Santa Cruz del Sil espera en meta, con esa cuesta que computaría como muro ciclista, rodeada de gente que ofrece sus manos como recompensa. Ahí es cuando el cuerpo, muscularmente necesitado de un ingreso hospitalario, revive gracias al espíritu y honra la escena. Es la foto de una carrera que ha logrado el mismo reconocimiento del que gozan en la historia aquellos mineros. Es la cuenca del sufrimiento.
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