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Acudí como público al plató de 'Crónicas marcianas' apenas un par de meses después de que se estrenase en las madrugadas de Telecinco. Los invitados de aquella noche eran Alejandro Amenábar y Eduardo Noriega, que estaban a punto de estrenar 'Abre los ojos', en diciembre ... de 1997. El programa tenía poco de lo que más tarde iría sobrado, de esa incontinencia que arrasaba con todo y todos los que aparecían en pantalla. Era más serio, más conservador, más encorsetado. Todavía era pronto. El 'late-show' estaba buscando lo que quería ser. Había aterrizado en la parrilla de la cadena para cubrir el hueco dejado tras la marcha de Pepe Navarro a la competencia y lo comandaba un Xavier Sardà curtido en la radio, con poca experiencia televisiva. Pero con un olfato tremendo.
Porque Sardà siempre fue el mismo. Un domador de fieras increíble que tenía clarísimo lo que quería conseguir y transmitir. Por eso, minutos antes de que comenzase aquella emisión que contemplé desde las gradas el presentador salió al estudio para invitarnos a los convocados a divertirnos, para pedirnos que no nos cortásemos, que lo diésemos todo, que disfrutáramos y no disimuláramos nada para contagiar al que estuviese en casa siguiendo aquel espectáculo desde el sofá. «Actuad como si estuvierais borrachos», nos indicó. E intentamos cumplirlo a rajatabla.
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El programa fue cada vez más etílico, más excesivo, más imprevisible. Para bien y para mal. Las entrevistas sosegadas dieron paso a los debates encendidos alrededor de la mesa. A los tranquilos Galindo y Fuentes, con los que comenzó la andadura, se unieron más tarde otros colaboradores torbellino como Boris Izaguirre, Paz Padilla o Carlos Latre, que a base de imitaciones, salidas de tono y ocurrencias conseguían descolocar a los invitados y a la audiencia. Esta última estaba encantada. Por eso aquel espacio nocturno consiguió durante años datos extraordinarios, reunió a millones de personas, alcanzó 'shares' impensables hoy en día.
Aquella tele era más desprejuiciada, más inesperada, más alocada. Tenía ánimo de entretener y de aglutinar a todo tipo de espectadores, a los interesados en política, en prensa rosa, en 'realitys', en cine o en frikis. Todo cabía en aquel platillo volante que impulsó a la Telecinco que hemos visto en los últimos veinte años. La Telecinco que se escapaba a los pasillos para perseguir a los colaboradores o para enseñar las entrañas del programa (algo que después 'Sálvame' lo elevó a la enésima potencia), la Telecinco que pretendía transmitir realidad y en la que era posible que sucediese cualquier cosa a cualquier hora del día (lo que luego se convirtió en formato propio con 'Gran Hermano' y otros formatos sucedáneos), la Telecinco más polémica de la que se hablaba siempre al día siguiente (que consiguió durante décadas con sus exclusivas y sus sospechosos habituales, hasta hace un par de años que el modelo dio síntomas graves de desgaste). Esa Telecinco estaba en 'Crónicas marcianas'.
Han pasado 18 años y en la cadena que atraviesa ahora la mayor crisis de audiencia de su historia han sentido la necesidad de echar la vista atrás. Tal vez para recordar lo que eran, para sentir nostalgia de lo que consiguieron, para tratar de contagiarse del espíritu que abanderaron y han olvidado completamente (nada de lo que se emite actualmente en el canal se parece a lo que hacían Sardà y su tropa). Por eso congregó en el plató en el que triunfó 'Crónicas marcianas' durante ocho años a algunos de los artífices. Por supuesto estuvo el periodista catalán, asegurando que no se esperaba el éxito, que no quería hacerlo en un principio, que no es consciente de su trascendencia. Sonaba eso sí algo impostado, falsamente modesto. Claro que Sardà sabe lo que fue capaz de hacer. No se lo han dejado de decir desde 2005, no le han permitido olvidarlo nunca, no ha conseguido (tampoco ha querido) renovar un éxito similar.
Sardà volvió al plató original de 'Crónicas'. Allí ya no queda nada de lo que hubo. Ni mesa, ni escalera, ni sofás. Dicen que se vendió todo tras la clausura. Ni tampoco se intuía el ánimo festivo que imperó durante tanto tiempo en esos lares. Aparecieron Latre, Mariano Mariano, Xavier Deltell, Padilla y Rosario Pardo. Más tranquilos, más descafeinados, contando batallitas y con el absoluto convencimiento que de ninguno de ellos podría reeditar hoy en día una apuesta parecida. La tele ha perdido esa capacidad de sorprender. Y sobre todo en Telecinco están bastante perdidos a la hora de encontrarla.
Faltaron Boris y Fuentes (que tienen contrato con otra cadena). El primero entró por videollamada un minuto. Al segundo ni se le mencionó, se le pixeló incluso. Eso fue raro. Tampoco estuvo Galindo, que falleció en 2019, pero se apareció desde el más allá con una llamada producida por inteligencia artificial. La tecnología sirvió para rendir homenaje. Se citaron a muchos de los que pasaron por allí, desde Pilar Rahola hasta Loles León. Nos hicieron rememorar la cantidad de veces que nos fuimos tarde a la cama por su culpa. Y constataron que ya no podrían reeditarlo. Ninguno de ellos pareció que guardara intención. Ni falta que hace.
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