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Testigo de su tiempo

Testigo de su tiempo

Un trabajador incansable ·

Durante 50 años Miguel Delibes convirtió en literatura sus aficiones, sus viajes, sus preocupaciones, sus obsesiones, los problemas de su entorno. El resultado es una obra extensa y variada

Amparo Medina-Bocos

Valladolid

Sábado, 17 de octubre 2020, 10:51

En el verano de 1947, cuando Miguel Delibes envió a Barcelona el manuscrito de la que sería su primera novela, 'La sombra del ciprés es alargada', ni por lo más remoto podía imaginar que acabaría siendo uno de los nombres imprescindibles de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX. Tampoco aquel 10 de octubre de 1941 en que se presentó en las oficinas de El Norte de Castilla con un portafolios bajo el brazo, con objeto de hacerse un hueco en el diario como caricaturista, pudo pasársele por la imaginación que llegaría a ser director de aquel periódico al que estaría ligado de por vida.

En la década de los cuarenta, que estrenó con 20 años, ocurrieron muchas cosas en la vida de Miguel Delibes: se casó, ganó la Cátedra de Derecho Mercantil en la Escuela de Comercio de Valladolid, fue Premio Nadal, empezó a trabajar como redactor en El Norte de Castilla y nacieron sus tres primeros hijos. En 1950, tras el éxito de 'El camino', la suerte estaba echada: la docencia, el periodismo y la literatura fueron desde ese momento, y durante años, sus actividades cotidianas aunque no las únicas.

«Hablar de Miguel Delibes es hablar de alguien que dedicó toda su vida a la escritura, pero no solo»

Amparo medina-bocos

Y es que hablar de Miguel Delibes es hablar de alguien que dedicó toda su vida a la escritura, pero no solo. La suya es una personalidad polifacética que engloba al periodista comprometido y al profesor de varias generaciones, al novelista de éxito, al viajero curioso, al cazador que medía sus fuerzas y su astucia con la perdiz roja, al ecologista que se adelantó a su tiempo, al corresponsal atento que siempre contestaba las cartas que recibía, al valedor de Castilla y de sus gentes, al ciudadano preocupado por lo que veía a su alrededor. También, al padre de familia numerosa, al académico de la Lengua, al amante de la naturaleza, al impulsor de espacios de diálogo en tiempos difíciles –la Sala de Cultura, el cine-club de El Norte– o al deportista que escribió páginas memorables sobre su querida bicicleta, su pasión por el fútbol, su práctica intermitente del tenis o lo que él llamaba la alegría de andar.

Delibes en la playa de Las Moreras, durante un paseo. Álbum familiar

La trayectoria iniciada en 1948 con 'La sombra del ciprés…' se cerró brillantemente 50 años después, cuando en 1998, y contra todo pronóstico, vio la luz 'El hereje'. A lo largo de ese medio siglo Delibes convirtió en literatura sus aficiones, sus viajes, sus preocupaciones, sus obsesiones, los problemas de su entorno. Y 50 años dan para mucho, sobre todo si se es un trabajador incansable como lo fue Delibes. El resultado es una obra extensa y variada, formada por cerca de 60 títulos que incluyen novelas, cuentos, libros de viajes, obras sobre caza y pesca, un diario, algunos textos de carácter ensayístico, un par de volúmenes misceláneos, algún otro dedicado a los niños y una gran cantidad de artículos periodísticos sobre los más diversos temas.

«Dijo en más de una ocasión que el periodismo había sido su escuela de narrador»

Amparo Medina-bocos

Delibes dijo en más de una ocasión que el periodismo había sido su escuela de narrador porque en él había aprendido a decir mucho con pocas palabras y a valorar el lado humano de las noticias. Probablemente de ahí le viniera también su curiosidad, su espíritu observador, su interés por conocer la realidad que le rodeaba y por contarla, algo evidente en sus artículos, sus libros de viajes y sus apuntes cinegéticos, pero no menos en su obra narrativa.

No es fácil adscribir a Delibes a una corriente o movimiento literario concreto. Desde sus comienzos fue uno de los principales renovadores de la narrativa de posguerra y a lo largo de su dilatada carrera se mantuvo fiel al realismo, aunque en los años sesenta pagase su tributo al experimentalismo imperante con una obra como 'Parábola del náufrago'. La muerte, la infancia, la naturaleza y los conflictos sociales son temas constantes en su obra narrativa, como lo son el sentimiento del miedo que se adivina al fondo de muchos de sus escritos y el frecuente recurso al humor y la ironía. La prosa de Delibes se caracteriza por su naturalidad, una manera de escribir iniciada en 'El camino' y que nunca abandonó. Se trata de una prosa rica, fluida, exacta en el decir y que podría calificarse de musical: la repetición literal o casi literal de una misma idea o de unas mismas palabras de manera intermitente confiere a sus textos calidades rítmicas fácilmente perceptibles. Lo sensorial –muy especialmente los sonidos de la naturaleza, los colores del paisaje– tiene una presencia constante en su obra; los pájaros –esas «bestezuelas» por las que decía sentir especial predilección– sobrevuelan muchas de sus páginas, y llama la atención su precisión al nombrar las variadas elevaciones del terreno; los árboles, las plantas, la vegetación en general; las faenas agrícolas y numerosos útiles ya desaparecidos; también, su conocimiento de vocabularios más específicos como el marinero y, por supuesto, los de la caza o la pesca.

La prosa del autor «se caracteriza por su naturalidad», es «rica, fluida, exacta en el decir y podría calificarse de musical»

Amparo Medina-bocos

Miguel Delibes, que nunca escribió sus memorias, dejó dicho mucho de sí mismo en un buen puñado de sus obras. Lo hizo en sus libros de viajes, en los que quedaron consignadas sus impresiones sobre los paisajes y las gentes de los países que visitaba. Y lo hizo también en todos aquellos títulos, casi una decena, que recogen sus experiencias cinegéticas o sus jornadas de pescador de ribera, algunos de los cuales adoptan incluso la forma de anotaciones de carácter diarístico. Claramente autobiográficos son los libros que escribió en primera persona, como es el caso de 'Mi vida al aire libre', subtitulado con toda intención 'Memorias deportivas de un hombre sedentario', los tres relatos recogidos en 'Tres pájaros de cuenta' y desde luego 'Un año de mi vida', el diario que, a instancias de su editor, Josep Vergés, escribió entre junio de 1970 y junio de 1971 y donde dejó constancia de muchos aspectos de la actualidad política, social o cultural del momento, incluyó notas de lectura, reflexiones sobre la novela y los novelistas y apuntes de carácter más personal o familiar. Capítulo aparte para conocer de primera mano a Miguel Delibes merecen sus discursos, género en el que se cuentan piezas antológicas como el de ingreso en la Real Academia, publicado con el significativo título 'S.O.S.', o el de recepción del Premio Cervantes, una personalísima confesión de su experiencia como narrador y creador de personajes inolvidables.

Portadas de algunas de las novelas más significativas del escritor vallisoletano. De izquierda a derecha y de arriba a abajo, 'La sombra del ciprés es alargada' (1948), 'El camino' (1950), 'Mi idolatrado hijo Sisí' (1953), 'Diario de un cazador' (1955), 'Diario de un emigrante' (1958), 'Las ratas' (1962), 'Cinco horas con Mario' (1966), 'Los santos inocentes' (1981), '377A Madera de héroe' (1987) y 'El hereje' (1998).. El Norte

No es casual que Delibes, en tan solemne ocasión, convocase al Mochuelo, a Lorenzo el cazador, al viejo Eloy, al Nini, al señor Cayo, al Azarías, a Pacífico Pérez o a Gervasio García de la Lastra, seres que, confesó, eran él mismo en diferentes coyunturas. Miguel Delibes fue un novelista de personajes, es decir, puso siempre el mayor cuidado a la hora de perfilarlos e hizo de ellos el centro de su narrativa. En la teoría de la novela que aparece apuntada en muchos de sus escritos, y que llevó a la práctica con absoluta coherencia, queda claro que, en su opinión, los distintos elementos que se conjugan en una novela –argumento, tiempo, espacio, estructura, estilo…– debían plegarse a las exigencias del personaje. La variedad de estructuras formales que muestran sus narraciones responde a esta idea y al propósito declarado de buscar la fórmula más adecuada para contar cada una de sus historias. De ahí que en sus relatos encontremos, junto a títulos contados a la manera más tradicional –sea en primera persona ('La sombra del ciprés…') o en tercera–, obras escritas en forma de diario (los diarios de Lorenzo: cazador, emigrante y jubilado), obras enteramente dialogadas ('Las guerras de nuestros antepasados'), escritas como monólogo continuado o diálogo sin respuesta ('Cinco horas con Mario', 'Señora de rojo sobre fondo gris'), en forma epistolar ('Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso') o narradas con notables innovaciones formales, como puede verse en 'Parábola del náufrago' o en 'Los santos inocentes'.

«Fue un novelista de personajes; puso el mayor cuidado a la hora de perfilarlos e hizo de ellos el centro»

Amparo Medina-bocos

Con pocas excepciones –es el caso de 'El hereje', cuya acción se sitúa en el siglo XVI–, la obra narrativa de Delibes tiene como telón de fondo la Castilla rural y urbana de la segunda mitad del siglo XX. Los campesinos castellanos y la clase media de las ciudades son los protagonistas de unos relatos con los que Delibes quiso mostrar cómo eran, cómo vivían y cómo sentían las gentes que mejor conocía. Entre sus grandes aciertos está el haber sabido hacerlo desde el punto de vista de esos personajes ('El camino', 'Las ratas', 'El príncipe destronado', 'Los santos inocentes'…) o, más aún, cediendo directamente la palabra a tales personajes. La lengua se convierte entonces en la gran protagonista del relato, porque oímos la voz de quien cuenta la historia y la cuenta, además, con sus propias palabras. Paradigmáticas son, en este sentido, 'Diario de un cazador' (1955), perfecta ilustración del español popular y coloquial del momento, y 'Cinco horas con Mario' (1966). La más famosa de sus novelas urbanas es un documento imprescindible para conocer cómo era la España de los años sesenta y un magnífico y sostenido ejercicio de captación de una mentalidad a través del lenguaje coloquial de una mujer de clase media provinciana.

Decía Delibes que él era un escritor «de oído» y que las palabras, los dichos populares y, sobre todo, la construcción de las frases, se le quedaban con facilidad. Todo ello vuelve a ponerse de manifiesto en 'Las guerras de nuestros antepasados' (1975), con ese lenguaje campesino –lenguaje «rural» lo llamaba Delibes, para diferenciarlo del popular– de Pacífico Pérez, un castellano sabroso y de marcada expresividad, o en las pocas pero sabias palabras del señor Cayo.

«Decía Delibes que el fue un escritor 'de oído' y que las palabras, los dichos populares y, sobre todo, la construcción de las frases, se le quedaban con facilidad»

Amparo Medina-Bocos

Es evidente que Miguel Delibes tenía conciencia de estar asistiendo al final de una cultura y una forma de vida, la del campo castellano, sus pueblos y sus habitantes. Pero lejos de limitarse a ser testigo mudo de un mundo en trance de desaparición, Delibes supo reflejar ese mundo y supo hacerlo desde dentro, levantando acta notarial del vivir cotidiano de las gentes de su tierra, de los problemas de sus paisanos –esos campesinos siempre pendientes del cielo–, de sus formas de ser y de enfrentarse a la vida, pero también de sus virtudes y defectos. Mérito suyo, y no el menos importante, es haber sabido dejar constancia de ese mundo utilizando las palabras que también estaban a punto de perderse con él, esas palabras que ya en 1975 auguraba que enseguida estarían necesitadas de notas aclaratorias.

Miguel Delibes firma ejemplares de sus libros durante el homenaje que recibió en la Feria del Libro de Valladolid en el año 2000. Henar Sastre

Miguel Delibes también fue un adelantado. Porque antes, mucho antes de que se empezara a hablar de la España vaciada, Delibes denunció la imparable despoblación de Castilla. Y antes, mucho antes de que se hablase de defensa de la naturaleza y de preservación del medio ambiente, Delibes leyó ante un asombrado auditorio un auténtico manifiesto ecologista, que no otra cosa era su discurso de ingreso en la Academia en 1975.

El balance final de la vida y la obra de quien supo ser testigo de su tiempo no puede ser más favorable. Delibes, cuya preocupación ética está presente en todas sus obras, es uno de los escritores más leídos, más traducidos y más premiados de la segunda mitad del siglo XX. Pero quizá el premio más importante de cuantos recibió fue el cariño de unos lectores que siempre acudieron a la cita cada vez que aparecía un nuevo libro suyo, fuese o no novela.

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