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Alfred Hitchcock y uno de los leones de la MGM.
¿A qué suenan los logotipos?

¿A qué suenan los logotipos?

Cada día cientos de millones de personas suscritas a las plataformas de streaming escuchan estos sellos sonoros al empezar una película o una serie

Andrea Morán

Madrid

Domingo, 3 de abril 2022

Hay millones de personas que escuchan este sonido cada día, aunque no podamos calcular cuántas exactamente. La nueva Ley del Cine, anunciada recientemente, contempla la posibilidad de reclamar tanto a esta como a otras plataformas el número de visualizaciones de cada contenido, mientras que ahora solo comparten sus discutibles rankings de lo más visto. Sí sabemos que cuando los 221 millones de suscriptores de Netflix comienzan a ver una obra de su catálogo se encuentran con ese inconfundible sonido que se ha transcrito como ta-dum. Por su parte, los 130 millones de abonados a Disney + están familiarizados con este otro. Justo después de darle al play, los espectadores de Amazon Prime Video, más de 150 millones el año pasado, ya saben lo que va a sonar. Y la suma de suscriptores de HBO y HBO Max, unos 73 millones, sienten una mezcla de excitación y expectativas al encontrarse con esta cortinilla.

Se denominan logotipos sonoros y se han convertido en auténticos teloneros de la ficción, una señal inequívoca de que estamos a punto de entrar en otra realidad, un marco para la fantasía. Tanto es así que a veces la experiencia entre ese breve sonido y la historia posterior van de la mano. Marina Hervás, profesora en el Departamento de Historia y Ciencias de la Música de la Universidad de Granada, se dio cuenta mientras veía Narcos. «Escuchar el sonido de Netflix para mí ya marcaba el inicio de la serie, no hacía falta ni que sonase la cabecera», recuerda. Esta filósofa y musicóloga acaba de publicar «La escucha del ojo. Un recorrido por el sonido y el cine» (Editorial Exit), un libro en el que repasa cuál ha sido el papel de lo sonoro en la evolución del medio cinematográfico, desde los primeros ruidos que se escuchaban en la sala (conversaciones, crujidos de sillas, abucheos) hasta los actuales e inmersivos sistemas Dolby Surround, pasando por la función anticipatoria de los títulos de crédito o el carácter épico y orquestado de los logotipos sonoros, como el de la 20th Century Fox. Varios de ellos fueron creados hace décadas pero nos siguen acompañando hoy en día, como el legendario rugido del león de la MGM que lleva sonando desde 1928 y que precede a clásicos como Lo que el viento se llevó pero también a películas tan recientes como la última obra de Paul Thomas Anderson, Licorice Pizza. Para Hervás, con la introducción de estas melodías o sonidos ir al cine se anuncia «como una aventura, una salida potencial de la vida cotidiana», es decir, un paréntesis donde cualquier cosa puede pasar.

El origen de lo que ahora conocemos como 'branding sonoro' es anterior al cine y Hervás lo relaciona con la ópera, ya que «las sinfonías del siglo XVIII empezaban con acordes porque era una manera de decirle a esos aristócratas que atendieran al concierto y dejaran sus copas». Esta forma de revertir la escucha desatenta cristalizó más tarde en esas músicas de cabecera y también en los títulos de crédito de las películas clásicas de Hollywood, que muchas veces ya nos sitúan en el estado emocional de la historia o condensan sus claves narrativas. Hervás cita como ejemplo el inicio de Vértigo, de Alfred Hitchcock, en el que «la banda sonora de Bernard Herrmann, circular, nos presenta no solamente el tema sino también la angustia del personaje». Hay muchos más, como el reconocible arranque de Star Wars, con las letras sobre el espacio y la composición de John Williams.

Con la llegada del streaming, las plataformas heredaron esa identificación sonora para diferenciar sus marcas como antes habían hecho las majors, pero acortaron significativamente la duración. Ya no hay tiempo que perder. En sus inicios, el logo de HBO, compuesto en los años 80, duraba un minuto y ahora en cambio circulan variantes de diez, cinco e incluso tres segundos. Nuestras ansias de inmediatez como espectadores y la posibilidad de que vayamos a escuchar esa introducción varias veces al día han ido simplificando estos sellos sonoros hasta la más mínima expresión pero, al mismo tiempo, la más memorable y reconocible. Pensemos que la identidad sonora de Netflix, creada en 2015, es probablemente uno de los sonidos comerciales que más se reproducen cada día. Apenas dura tres segundos y funciona muy bien en el salón, ¿pero qué ocurre en el cine? La gran pantalla parecía necesitar más empaque y la plataforma le encargó al prestigioso Hans Zimmer, compositor de bandas sonoras como la de El Rey León o Piratas del Caribe, alargar el logo hasta los dieciséis segundos.

Volviendo al caso de uno de sus competidores, HBO en 2016 sus responsables se plantearon actualizar el sello que presentaba las producciones originales, esa animación tan característica que imita una televisión antigua y en blanco y negro. Temían que en el escenario digital se hubiera quedado desfasada. En cambio, tras múltiples pruebas, prefirieron mantener ese zumbido clásico con final «angelical» por miedo a perder la conexión con su público. Y es que cada logo es un disparador de la memoria que nos prepara para el visionado pero que también puede activar un resorte nostálgico. De ahí que de forma inmediata al oír la cortinilla de Movierecord muchos nos visualicemos en la sala de unos multicines.

Para Hervás, la identidad sonora de las plataformas configura nuestra experiencia pero también ocurre fuera del audiovisual, y es que «No es lo mismo ser usuario de un Mac que ser usuario de un PC. Lo que se ve es una evolución en el consumo del producto a la marca.» Es decir, pasa dentro y fuera de la cultura. Vivimos en una época en la que la experiencia nos llega en forma de notificación.

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