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Raúl casado
Domingo, 29 de octubre 2017, 14:02
Pintor autodidacta, académico, zahorí, intérprete de la naturaleza, heredero y depositario de costumbres y leyendas celtas y maragatas, Luis Antonio Alonso vive y trabaja a los pies de El Teleno y no concibe hacerlo lejos de la montaña leonesa y de una naturaleza que ... siente como una prolongación de su cuerpo.
Luis Antonio Alonso es desde hace casi quince años miembro de la Academia de Bellas Artes de Florencia, fue distinguido con la Medalla de las Bellas Artes de esa ciudad y sus obras cuelgan en colecciones privadas y museos de varios países, pero él ni puede ni quiere alejarse de las montañas leonesas.
Pastor de niño, todavía se despierta algunas noches azotado por el terror de aquellas noches gélidas a la intemperie, más por el miedo a las serpientes que a los lobos, pero fue entonces cuando comenzó a amar la naturaleza, a comulgar con ella de una forma casi mística y a plasmar su luz y sus paisajes en la pintura; 'el Van Gogh de Lucilllo' le llamaban cuando no había oído ni hablar del maestro holandés.
«La naturaleza ha hecho de mí lo que soy y me ha permitido estar en constante armonía con todo lo que me rodea», señala Alonso en una entrevista con EFE, aunque sus declaraciones se entrecortan al hablar de la tierra y de las raíces, de la satisfacción que siente «cuando miro a los ojos a la gente y veo que sonríen» a pesar de la severidad y la depresión de la comarca.
Ha trabajado junto a artistas como Alejandro Vargas o Enrique Estrada, y ha perfeccionado la utilización de la luz y el color en la 'Escuela de la Moncloa' de Madrid, pero el aula definitiva ha sido la naturaleza.
En ella encontró de niño las retamas que le sirvieron para cobijarse, pero también para fabricar sus primeros pinceles, y hoy todavía utiliza algunos materiales artesanales para su producción artística.
«Soy hijo de la luz y del paisaje; la he perseguido siempre intentando materializarla», señala a los pies de El Teleno, donde encuentra -dice- una plasticidad y una sinfonía de colores que no ha visto en ningún otro lugar.
Enjuto por todos los trabajos del campo que ha desarrollado, Luis Antonio Alonso compara esas labores con el arte, y entiende que su oficio requiere, «como la madre tierra», arar, sembrar y abonar antes de cosechar, y presume de no haber renunciado nunca a la «autenticidad» de su obra dejándose llevar por modas o tendencias; "soy consciente del camino que he elegido».
Apenas se distancia de esos montes, porque no concibe la vida sin tener a la vista El Teleno, y sale a diario a encontrar ese contacto con la naturaleza, con las plantas que conoce al detalle, con la luz, o para practicar algunas de las ancestrales costumbres de la zona, porque se siente un zahorí, capaz de detectar manantiales bajo la tierra, aunque charlando con él uno tiene la sensación de que es capaz de escudriñar algo más.
Depositario de una sabiduría tan popular como ancestral, Alonso es capaz de interpretar cualquier rastro, cualquier detalle de la naturaleza; no tuvo tiempo para los juegos infantiles, sólo para la subsistencia familiar, y aquella subsistencia le enseñó a vivir rodeado de zorros y de lobos, animales con los que casi interactúa, que le hacen no sentirse sólo cuando está en el monte y que seguramente le consideran una parte más de esas montañas.
Luis Antonio Alonso es, y no hay orgullo sino naturalidad cuando lo cuenta, un auténtico maragato («los que viven debajo del monte»), los pobladores de la comarca leonesa de Astorga, casi una etnia con características físicas diferenciadoras, pero sobre todo con un carácter distinto, marcado por la valentía, pero también, nos lo apunta su compañera, María Ángeles, porque son «tristes, austeros y auténticos»; como él.
Será quizá esa austeridad la que le lleva a decir que él solo sabe expresarse con los pinceles, porque sin pretenderlo demuestra cómo es capaz de hacerlo también con el lenguaje cuando nos susurra que «la naturaleza es una prolongación de mi propio cuerpo», cuando cierra la entrevista diciendo que es feliz, y que «la vida no es hacer lo que quieres, sino querer lo que haces».
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