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ÁLVARO G. POLAVIEJA
Santander
Domingo, 11 de julio 2021, 09:48
Nada hay más real que el espacio y el tiempo, y la luz que ilumina a uno y retrata el paso del otro. Esas coordenadas tan cambiantes como absolutas son el sustrato de la obra del pintor Félix de la Concha (León, 1962), un ... reconocido creador con un fuerte vínculo con Cantabria que este sábado inauguró en el Centro de Arte de Cabo Mayor la exposición 'Maldito realismo'. La muestra constituye una retrospectiva de su propia trayectoria, marcada por sus experiencias vitales y creativas en lugares tan dispares como Estados Unidos, Francia, Italia o España.
Con un estilo realista que trasciende con mucho el mero retrato de espacios y paisajes, el artista presenta también una serie de autorretratos y nuevas obras centradas en el faro santanderino. Una exposición que dibuja un apasionante itinerario vital y profesional que han situado a De la Concha como uno de los pintores más destacados en su género, con un amplio reconocimiento nacional e internacional.
-Es una selección de obras realizadas en distintos países y periodos. La muestra orbita en torno a la idea del viaje, en parte a través de diarios. Se retratan estancias en distintos lugares durante diferentes momentos con el objetivo de dar una visión plural de distintas fases. He incluido también alguna obra realizada durante la pandemia, que ha sido otra forma de viaje interior.
-Sí, en la colección hay también una serie de faros que hice durante una estancia en Camargo u otros de un periodo en la costa francesa. También aquí estoy realizando otro viaje al Faro de Cabo Mayor, sobre el que estoy desarrollando un proyecto sobre el lugar y sus vistas. Para mí significa regresar a ciertos orígenes, porque mi padre era de Santander y tengo mucha afinidad con esta ciudad, con espacios como la playa de Mataleñas. Nací en agosto y a los pocos días ya me trajeron aquí, y desde entonces veníamos a pasar largas temporadas de verano. Puede decirse que me formé bastante como pintor aquí, y de hecho hace años, no recuerdo cuándo, hice una exposición en el Museo Municipal que se titulaba 'Veraneos en Santander'.
-Sí, de hecho en esas temporadas veraniegas fue donde pude empezar a desarrollar mi pintura mientras estudiaba la carrera. Pintaba mucho por la zona de San Román, así que esta exposición tiene para mí un componente nostálgico muy fuerte. Con el cuadro que ilustra la portada del catálogo gané la primera Muestra de Arte Joven. En esa obra pinté un paisaje de San Román y gracias a aquel premio empecé a darme a conocer.
-Hay bastantes cuadros de Estados Unidos, donde he residido más de veinte años. Gracias a ello tengo la doble nacionalidad, y sigo desarrollando diferentes proyectos allí. También hay obras de Turín, de Francia, de otras zonas de España... Aunque los motivos principales son los paisajes, en la muestra hay una serie de autorretratos, que es otra parte importante y que incluye un vídeo en el que se ve cómo se desarrollan, un apartado a modo de diario que está inspirado en el 'mito de Sísifo', en el sentido de cómo se construye un retrato que luego se deshace y se vuelve a construir.
-Entiendo que llame la atención... (ríe). Es un malditismo que tiene muchos sentidos. En general alude al hecho de que parece que el realismo es un estilo pictórico que está maldito en ciertas esferas del arte, particularmente en España. En Estados Unidos, que es donde he realizado más proyectos, es un género muy valorada y admirado. Aquí en cambio a veces se confunde la modernidad, existen ciertos prejuicios. En ese sentido siempre cuento que no me llegué a licenciar en Bella Artes porque vi que podías hacer prácticamente lo que quisieras y que había una libertad absoluta excepto en el caso de que pintases de una forma más o menos fidedigna. Era una modernidad mal entendida.
-Creo que al final lo que hay que valorar es si una obra es buena o no, no con qué estilo se ha realizado. Hay que analizarla sin prejuicios y ver si realmente tiene calidad y aporta como creación.
-Tienen un trasfondo muy existencial, como reflejos de lo que son mis vivencias en cada sitio. En Estados Unidos, por ejemplo, realicé un proyecto en el que cada día durante un año pinté la catedral de Pittsburgh, en Pensilvania. Nunca trabajo con una receta, cada sitio al que voy me da ideas diferentes. Depende mucho de la luz, de la orografía, del ambiente... Y del apoyo que tenga, claro. En Estados Unidos lo he tenido y he podido afrontar grandes proyectos que al final han sido un éxito.
-Sí, ahí estamos... (ríe). Mi mujer está trabajando ahora en el Estatuto del Artista, pero es evidente que hace falta un apoyo institucional más decidido porque aquí, cuando se hace una exposición, cobra todo el mundo menos el artista. En otros países lo habitual y lo lógico es que le paguen el proyecto al creador, y una vez realizada la obra, si es de calidad, también suelen comprarla. Aquí en cambio el proyecto se hace por amor al arte y si luego tienes una proyección comercial puede tener recorrido.
-Con el coleccionismo tan exiguo que hay en España en ese sentido también es más complicado.
-Debe mejorar la conciencia de que la cultura es algo que puede dar beneficios si está bien enfocada. En un país que vive del turismo la oferta cultural es muy importante, con un valor estratégico, así que el apoyo a la cultura ya no es algo a considerar solo a nivel filantrópico, sino por su potencial e impacto económico.
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