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El relato de los hechos se hizo sobre el terreno y la crónica era reciente. Tanto, que Vicente Lampérez alaba y exalta la obra de los arquitectos españoles «en cuyo esfuerzo se encuentra el éxito obtenido». El arquitecto auxiliar de las obras de ... restauración de la Catedral de León escribe en los días en los que el templo contaba las semanas para ser devuelto al culto.
No escatima en exclamaciones ante lo realizado. Lo escribía en 1901, un año en el que, pese al paso del tiempo, da una lección dejando de lado diferencias regionales que poco tienen que ver con un arte ante el que solo cabe guardar respeto y admiración.
La Biblioteca Nacional guarda como un tesoro digitalizado los números de 'Arquitectura y Construcción', una prestigiosa revista editada en Barcelona en la que se traza con exquisita escritura las grandes obras realizadas en el país.
En los primeros números de aquel lejano 1901, Vicente Lampérez narra con precisión los trabajos de restauración de la Catedral de León en los que tomaba parte como arquitecto auxiliar del templo.
El amplio reportaje periodístico comienza en el número 93 de la revista, publicado el 8 de enero en la Ciudad Condal, y se extiende hasta el 95, donde culmina el relato con los últimos trabajos, ya el 3 de febrero.
El artículo no tiene desperdicio y arroja evidencias claras.
«Pocos templos del mundo poseen una riqueza parecida á la de León en este género de arte», confiesa Lampérez y Romea.
Así, el autor señala que «en España era desconocido el procedimiento para obtener el resultado arcaico y exacto que se perseguía, pues las vidrieras que se fabricaban lo eran con modernismos inaceptables en la Catedral leonesa». Por este motivo, en el proyecto que Demetrio de los Ríos dejó antes de morir «se abogaba ya por que los trabajos se emprendiesen en León mismo, aunque llamando a concurso para que de ellos se encargasen acreditadas casas extranjeras».
No debió prosperar este punto por la cuestión de siempre, el dinero. «Algunas de ellas, al llegar el momento de acometer la obra, exigían sumas que se elevaban a 300.000 pesetas, pretendiendo la traslación a sus talleres de las vidrieras originales».
Este punto sería el primero en desmentir la teoría del viaje de las piezas a Cataluña. Como apunta el maestro Lampérez, «esta pretensión es inadmisible por cuanto se las exponía a roturas, pérdidas, substracciones (y alguna se prentendió) que hubiesen hecho perderse para España una de sus mayores riquezas arqueológicas».
Juan Bautista Lázaro cumplió con la misión. En el tercer año de su dirección, «acometió de frente la empresa de estudiar por sí y ejecutar en León todos los trabajos de vidriera».
Así, el artista catalán Antoni Rigalt, «sometió a su enseñanza a dos modestos artistas leoneses, Bolinaga (pintor) y Moncada (ajustador vidriero). Las lecciones de Rigalt calaron pronto en los aprendices, según el texto, ya que rápidamente estuvieron a disposición de emprender por sí mismos los trabajos.
Sea como fuere, la bisoñez de ambos provocó que del modesto taller levantado en la Catedral salieran unas primeras vidrieras que tenían como materia prima el vidrio inglés. «El resultado no fue todo lo satisfactorio que fuera de desear por la excesiva limpidez del vidrio, que daba una transparencia muy distinta de la antigua.
Afortunadamente, «el estudio constante y una feliz casualidad» puso a Juan Bautista Lázaro en posesión del 'inocente secreto' por el que se obtenía la rugosidad del vidrio viejo y la tonalidad antigua gracias al uso de arena gruesa en el recocido.
Por tanto, según apunto el arquitecto auxiliar, las piezas se restauraron en el propio templo por leoneses, eso sí, instruidos por Rigalt.
»¡Qué ocasión para dejar consignados en áurea lápida sobre los muros de la Pulchra Leonina los nombres de los arquitectos españoles a cuyo esfuerzo se debe el éxito obtenido!». Sin duda Vicente Lampérez y Romea quedó satisfecho con el resultado.
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