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Hoy cruzamos el río Bernesga para dedicarle este artículo a un pulmón verde, que desde hace décadas, ofrece solaz y tranquilidad a todo aquel paseante solitario que recorre las calles de León y que, cansado, precisa de un momento de descanso, rodeado de fauna y flora exótica. Hoy este Odonista hablará de la historia del Parque de Quevedo.
El Parque de Quevedo no siempre fue comprendido como este verde paraje provisto de los elementos naturales más llamativos de la ciudad, sino que fue, en su día, y como prácticamente toda la margen izquierda del río, un compendio de vías ferroviarias y de industrias que convertían a León en el acicate empresarial español durante el siglo XIX y parte del XX.
En concreto, el Parque de Quevedo pertenecía a una serie de solares que, conjuntamente, formaban el Vivero de Obras Públicas de León. En su interior, se guardaban cientos de especies diferentes de árboles, que se protegían del público y se preparaban para su introducción en la naturaleza leonesa.
1944
2024
Este vasto paraje, prohibido aún para el paseante solitario, fue la envidia del pueblo, que, durante la Guerra Civil, se quejó al Ayuntamiento solicitando la apertura del vivero al no tener León otro parque en el que solazarse sus vecinos, de la siguiente manera: «Dirigirse a la expresada Dirección de Caminos, insistiendo en que se autorice se abran al público los paseos del Vivero de Obras Públicas, por carecerse de parques o jardines en la población.» (BOE, 1937)
Es Miguel, un apasionado lector, con miles de vivencias a sus espaldas, el que narra su experiencia en el ya conocido Vivero de Obras Públicas. Miguel, impelido por un espíritu aventurero y juvenil, hizo lo que muchos otros jóvenes de la ciudad tanto deseaba, pues en un alarde de gallardía, junto a sus buenos compañeros de andanzas, escalaban el muro que separaba el Paseo del Puente de San Marcos del Vivero y se introducían en él para hacer de las suyas.
1946
2024
Gracias a su testimonio, hoy podemos conocer cuál era el contenido de aquel Vivero de Obras Públicas, que luego hubo de convertirse en el premiado Parque de Quevedo. Miguel nos relata que, paralela a la avenida exterior, había una gran vía ferroviaria, que recorría lo que hoy sería la verja del Parque hasta el Puente de San Marcos, allí donde tantos incidentes han provocado las confusas medidas del arco, por el que a veces pasan los camiones, y a veces no.
Con nocturnidad, Miguel y sus compañeros, se subían a una pequeña vagoneta, cuando se cercioraban de que el vigilante se hallaba lejos del lugar, para arrastrarse por la vía hasta una gran chapa que cortaba el camino y detenía el canjilón con un gran golpe, haciéndola descarriar. Por suerte para aquellos niños, intentaban siempre saltar antes de que se produjera el impacto, salvando la vida por pocos segundos, pero disfrutando de una recarga de adrenalina. Miguel nos asegura que la vagoneta quedaba abollada en el suelo, aunque luego la recogían y la volvían a dejar en su lugar, siempre y cuando el vigilante no les hubiera descubierto antes. Pero también comenta que la vía de tren se internaba a través de un pequeño túnel hacia el río Bernesga, donde no se sabe si desembocaba para verter residuos o para tomar del río el agua con la que nutrían a las especies de aquel Vivero de Obras Públicas.
En los años 60, parte del terreno fue dedicado a la construcción de lo que hoy es el CEIP Quevedo, y, en los años 80 se transformó definitivamente en el parque que todos conocemos. Pero el origen del Vivero, aunque confuso, deja una serie de curiosidades. Por ejemplo, Miguel nos comenta que la procedencia de todos esos árboles, más de 1787 a día de hoy, tienen su origen en el ímpetu viajero de un trabajador del Ministerio de Obras Públicas que, durante sus escapadas, se encargaba de traer consigo especies desconocidas para todos los leoneses, plantándolas en el vivero que luego habría de convertirse en este maravilloso jardín de esparcimiento humano y animal.
El Ayuntamiento parece que hizo caso de las necesidades del pueblo, convirtiendo el vivero privado en un parque público a principios de la década de 1980. En concreto, en 1981, se comenzó a construir la verja actual, e inaugurado oficialmente el 12 de mayo de 1984 como Parque de Quevedo, en honor a este gran poeta del Siglo de Oro que pasó sus días más aciagos en el Parador de San Marcos, no como huésped, sino como prisionero, cuando este era una cárcel. Suponemos que el escritor, desde su celda, observaba aquellos terrenos baldíos y soñaba, un día, verlos transformados en el infinito lugar de paseo que hoy ven nuestros ojos leoneses.
El curioso oriundo, o el visitante ocasional, puede disfrutar de las avenidas que en su interior nos hacen sentir como en Central Park, pues este parque, por su extraordinaria cantidad de especies animales y florales, ha sido reconocido por la Green Flag como uno de los más bellos del mundo. En su interior podremos encontrar animales tan llamativos como el ánade real, la cerceta común, varios tipos diferentes de patos, gallinas, gallos y, sobre todo, el famoso Pavo Real, que campa a sus anchas por el parque, disfrutando de un hábitat que comparte con miles de árboles y compañeros animales.
Nosotros caminamos hacia la siguiente parada, agradeciendo a Miguel su experiencia y adelantándoles que el Odonista seguirá narrándoles la leyenda de las Calles de León para desgranar la historia de nuestra bella ciudad.
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